Vivimos en un nuevo paradigma que ha nacido gracias a la Internet y sus aplicaciones, que forman legiones de ‘creyentes’ en todo el mundo porque siguen no a una figura sino a un ‘sistema’, que ofrece el paraíso: una especie de nueva parusía tecnológica de reciente data.
El cambio ha sido vertiginoso: duró varias décadas –las últimas del siglo XX- hasta consolidarse en el siglo XXI, como una diosa que ha superado a la misma razón, para erigirse en un ente prodigioso que, poco a poco, disuelve a la vida.
El reino de la imagen
¿Es una exageración lo dicho? No, definitivamente. La sociedad audiovisual que, de alguna manera, corresponde a la ‘tercera ola’ o sociedad del conocimiento que predijera Alvin Toffler, se ha instalado y comenzado a gobernar nuestras existencias.
Así, ‘El homo videns’, de Giovanni Sartori, que apareció en la década de los noventa como una utopía, ahora es una realidad. El reino de la imagen está ganando terreno, progresivamente, al reino de la palabra escrita. Y con la llegada de las cuatro pantallas –la televisión, el ordenador, el celular y el videojuego-, como los jinetes del Apocalipsis, el mundo ya no es igual: estamos ‘enganchados’ a la computadora que, antes que un aparato, para ciertos especialistas, constituye una droga que no se adquiere en las farmacias, sino que se encuentra en todo lugar, por obra y gracia de la libertad de información y comunicación.
La cuestión es navegar
La estrategia es clara: ¡todos somos navegantes! Y navegamos hacia donde nos dirigen otros ‘seres’ no tan inofensivos: los sistemas, los servidores, los ordenadores, las nubes –que, obviamente, están poniendo ‘orden’ en este mundo de incertidumbres-, para organizar una nueva sociedad –la tribu virtual- que está conectada o en red, para hacer lo imposible, en virtud de una trama de relaciones que siguen un guion preestablecido: navegar hacia un paraíso informático.
Los navegantes -llámense cibernautas- viajamos, pero no necesitamos trasladarnos de un lugar a otro. Basta un clic para navegar por el ciberespacio. Estos viajes virtuales nos permiten ‘ver’, ‘sentir’ y ‘recorrer’ senderos inverosímiles, por las profundidades del mar, las cavernas de la tierra y por las alturas más espectaculares del espacio jamás logradas. Viajamos, inclusive, por el interior de nuestros cuerpos –con cámaras diminutas- para descubrir los humores y tumores, los signos de la vida y de la muerte, por los territorios de la otrora intimidad, pues ahora es todo visible. ¿Ha terminado, entonces, la fantasía?
¿Del anonimato a la fama?
Pero ahí no termina el tour. La tribu informática tiene ahora respuestas a la mayoría de preguntas. La web y sus herramientas -que incluyen la inteligencia artificial- son un gigantesco mercado de palabras, bienes y servicios que giran y brindan ‘beneficios’ a los que desean divertirse, aprender, enseñar, comunicarse o consumir.
Porque la web lo tiene todo: ‘amigos’ en todas partes, documentos en los puntos cardinales y en cualquier idioma; conocimientos y lo más increíble: un supuesto anonimato para quienes desean integrar esta tribu. El requisito es simple: ¡querer, hacer un clic y ya! Puede convertirse en ‘otro’, si quiere; adquirir una identidad e integrarse a una sociedad artificial, donde pueda sumar, restar y multiplicar; ser malo, bueno o indiferente. Y, claro, adquirir una máscara. ¡Qué modelo más “perfecto”!
Pero si no quiere el anonimato, y desea visibilizarse, también es posible saltar a la fama con el YouTube, y/o conseguir seguidores, lograr la vida en directo, moverse en un mundo maravilloso, de círculos de trabajo, de afinidades y amistades, en la plataforma más espectacular: el Twitter, hoy X.
Las redes sociales son, ahora, una enmarañada de vínculos que llegan a convertir a las personas en seres dependientes que, si no están en una de estas redes, simplemente no están en el mundo: no viven, no existen. ¡Qué manera más fina de ‘enredarse’!
“Por favor, no hundirse”
Si la Internet ofrece todos estos adelantos y posibilidades, lo mínimo que podemos intentar es no hundirnos. Dicho de otro modo: aprovechar las ventajas de la informática, pero no sucumbir en sus maravillosas fantasías.
Y no caer en la porosidad de una vida signada por el clic, que nos transporta de un lugar a otro, con rapidez inaudita; estar cerca y lejos de las personas y los objetos; ser uno mismo u otro al mismo tiempo; y disfrutar del espectáculo del mundo e incluso de vidas ajenas, que no nos pertenecen.
No hundirnos implica tomar consciencia que la tecnología no es el fin, sino una herramienta –y no la única- que nos ayuda, pero que puede convertirse en droga o en un dios que nos esteriliza. Dejar, por lo tanto, el reino de la máscara y el anonimato haría bien; jerarquizar los rituales comunicativos –chats, blogs, messenger, etc.- y rescatar la conversación, la verdadera comunicación humana interpersonal e intrapersonal, antes que la virtual.
No será fácil porque la Internet y la inteligencia artificial nos vuelve máquinas, ya que antes que un espacio de liberación podría ser reductora y esclavizante, si se exagera su dominio, sobre todo si se explota su lado oscuro y los usos desviados. ¿Qué opina usted al respecto?