Carlos Prieto (Ciudad de México, 1937) es uno de esos personajes a los que el tiempo ha enriquecido con el don de la palabra y el arte de la música. Una especie de centinela cuya atención se enfoca por la lengua española y también por expandir el repertorio clásico universal.
Prieto se encuentra estos días de paso por Quito. Tiene dos razones para estar aquí. Una de ellas se relaciona con su carrera. Como uno de los violonchelistas más destacados del mundo, Prieto interpretará este viernes, a las 19:30, en el Teatro Sucre, una de las partituras más complejas para su instrumento: el Concierto para violonchelo de Dvorak, en compañía de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador (la entrada al concierto es con invitación).
El otro motivo que lo trajo hasta el Ecuador es ajeno a la música. Se debe a que hoy, a las 19:00, en el Centro Cultural Mexicano, el también experto en el idioma español (y miembro XXII de la Academia Mexicana de la Lengua) recibe el grado honorífico como miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Este último reconocimiento no se aleja de su faceta como intérprete. Más bien se fusiona con la labor que ha venido realizando en los últimos años.
Explorando el mundo creativo de Prieto, uno se topa con un hecho curioso: en su discurso de asignación como académico de la lengua, este músico escribió‘Variaciones sobre Dmitri Shostakóvich y otras consideraciones’. Este título, bastante sugestivo, reveló uno de sus mayores intereses: lograr que su vida literaria entre en contacto con su faceta musical. Algo que se logra conocer mejor al leer ‘Las aventuras de un chelo’, un libro que, más bien, se ha convertido en el diario de un músico que no teme apropiarse de la palabra para expresar su pasión por el arte interpretativo.