‘A los siete años de edad, mis padres me regalaron un libro sobre la historia de Napoleón Bonaparte. Me gustó mucho, a tal punto que insistí a mi padre que me llevara a visitar el castillo museo de Malmaison y el museo del Ejército en París y Fontainebleau. Al ver las cosas, empezó mi pasión…”. En la visita a Malmaison, donde vivieron Bonaparte y Josefina, su primera esposa, el coleccionista francés Pierre-Jean Chalençon ubica el inicio del ‘idilio’ particular con el general corso, uno de los personajes históricos más destacados y polémicos del siglo XIX. Él es el propietario de los más de 200 objetos que forman parte de la exposición itinerante ‘El Emperador Napoleón’, que se exhibe en el Claustro de la Enseñanza, en Bogotá.
¿Qué valor en particular posee la colección? En especial, permite redescubrir a una de las mayores personalidades de la historia universal. Y posibilita a los visitantes realizar un recorrido por la época de mayor resplandor de Bonaparte, así como de su posterior ocaso. La exhibición se centra en el período comprendido entre 1804, cuando el militar nacido en Córcega, se proclamó emperador de Francia en una ceremonia más que fastuosa, y 1821, cuando puso fin a sus días en la isla de Santa Elena, en el Atlántico.
Precisamente, una de las piezas que quizá más llaman la atención es una copia de la segunda máscara mortuoria del gobernante francés. Permite descubrir la amplia frente y la nariz recta, que son algunos de los rasgos del rostro del hombre que subyugó con sus tropas a media Europa, que se autotituló sucesor de Carlomagno y que tuvo su Waterloo en 1815.
Fue elaborada en yeso por François Antommarchi, su médico personal, dos días después del fallecimiento del militar corso, quien expiró a las 17:49 del sábado 5 de mayo de 1821. Y de ella posteriormente se sacaron numerosas copias, unas en bronce y otras en yeso. Una de esas réplicas es la que se muestra en Bogotá.
Máscara mortuoria aparte, el Claustro de la Enseñanza bogotano se ha convertido en una suerte de galería del boato que rodeó a Napoleón I, un emperador que no provino de una familia de reyes. Por ello, durante su reinado puso énfasis en que su imagen fuera difundida por la pintura, la escultura, el grabado o la medalla. Al presentar la muestra itinerante, Bernard Chevalier, el curador en jefe de Malmaison, ha explicado las intenciones del corso. “El reino de Napoleón fue una verdadera apoteosis de las artes”.
No fue casualidad que los más grandes pintores franceses de la época, como Francois Gérard, Jacques-Louis David y Girodet-Trioson, multiplicasen los retratos del emperador. O que los bustos de este elaborados por Antoine Denis Chaudet y Antonio Canova fueran reproducidos por los talleres de mármoles de Carrara o por la manufactura imperial de Sévres, y que la Casa de la Moneda emitiera millares de medallas de oro, plata y bronce con la efigie de Bonaparte. Así el arte se puso al servicio de la máquina de propaganda napoleónica, según enfatizan los organizadores de la exhibición. Es decir, desarrolló una iconografía imperial que le permitió presentarse como ‘el emperador del pueblo’. Y parte de esa escenificación se encuentra en la exposición itinerante.
El mejor ejemplo del artista devoto de la causa napoleónica fue David, a quien el gobernante visitaba asiduamente en su estudio para controlar la elaboración de cuadros como ‘Napoleón Bonaparte atravesando los Alpes por el paso de San Bernardo’ o ‘La coronación de Napoleón Bonaparte’.
Justamente, un busto colosal (ver foto) de Napoleón, realizado en mármol de Carrara por el estudio de Canova en 1810, recibe a los visitantes de la muestra.
En una sala contigua, aparece otro ejemplo de la fastuosidad de la época. Se trata del retrato de medio cuerpo del emperador con el traje que usó en su coronación, el 2 de diciembre de 1804. El óleo sobre tela está montado en un marco de madera dorada de estilo imperio, y decorado con el águila imperial en las cuatro esquinas. La pintura tiene la firma del célebre Gérard. Adicionalmente, como un elemento destacado, se incluye un ejemplar impreso en 1810 del Código Civil de Francia, que fue aprobado en 1804 por el entonces cónsul Bonaparte y que desde finales del siglo XIX es más conocido como Código Napoleón y que aún está vigente y es uno de los legados del gobernante de origen corso.
La muestra se completa con una decena de frases del general, quien antes de fallecer alcanzó a decir “Francia, ejército, Josefina”, según unas fuentes, o “Cabeza, … ejército, …¡Dios mío!”, según las memorias de Santa Elena. “Solo se puede gobernar a un pueblo ofreciéndole un porvenir. Un jefe es un vendedor de esperanzas”, reza una máxima de quien cambió la historia de Europa.