Seis maneras de apropiarse de memorias y referencias para traducirlas al lenguaje de cada uno; así, en breves rasgos, se definiría la exhibición que se abre hoy en Ileana Viteri Galería, como celebración por el quinto aniversario de este espacio.
Allí, días antes, los artistas -menos uno- charlaban de manera informal y en las paredes ya colgaban sus trabajos. Lucía Falconí se halla en Alemania, pero en torno al café y a la conversación estaban Ana Fernández, Paula Barragán, Daniela Merino, Motomichi Nakamura y Loreto Buttazzoni.
Un recorrido viendo las obras: hay collage y diseño, fotografía, video, trabajos en papel, colores y contrastes… Desde las tensiones con lo barroco y colonial, las referencias se extienden hasta Araceli Gilbert, Hugo Cifuentes, Eduardo Kingman; pero también hacia las tradiciones y la geografía del Ecuador. Son modos de ver y hacer ‘Lo propio desde lo ajeno’ (título de la muestra).
Una esencia popular atraviesa las piezas expuestas y en ellas se denota un proceso artesanal, de vinculación con los materiales, de trabajo con las manos. Un proceso que, sin embargo, no se deslinda de la ola digital y conceptual que arrastra al arte contemporáneo. Un proceso honesto.
En ese juego entre lo propio y lo ajeno, Fernández se lanzó hacia las distancias del video: con un estilo a lo Sam Taylor-Wood trabajó sobre ‘La visita’, de Kingman. Pero hallándose en un momento en que la forma humana no cabe dentro de su creación, cedió ante el trabajo en tela con apliques y cosidos a manera de tapiz, un lenguaje que explora actualmente.
La propuesta de un diálogo llevó a Barragán a la gráfica de Araceli Gilbert. Y entre el collage y el diseño por computadora se volcó a la apropiación de las maneras en que la importante artista guayaquileña componía y de esos ritmos que evocaba.
Daniela Merino, en una serie de retratos trabajados en película, conjugó sus estudios de fotografía, sus relaciones familiares y la marca de Hugo Cifuentes. Rostros en medio de juegos con la luz, en claroscuros expresivos.
La tradición del año viejo fue motivo para que Motomichi elaborara un monigote enmascarado, con la cromática (rojo, blanco y negro) que caracteriza al artista japonés. El muñeco invadió la cotidianidad, como si recogiera sus pasos antes de saltar a las llamas y la muerte; y así dar paso a nuevas vivencias o esperanzas.
Desde Chile, Buttazzoni acogió la exuberancia del paisaje ecuatoriano; lo trabajó en papel, a manera de ‘pop-up’, recordando a esos libros infantiles donde habitaba lo lúdico y lo maravilloso. Y en ello la artista se presta para mostrar sutilmente esa presencia-ausencia de aquellas especies que están en peligro de extinción.
Lucía Falconí asume el pan de oro y las estructuras del barroco quiteño para enmarcar piezas pictóricas de carácter realista, pero que se extienden hacia lo social o lo costumbrista. Sobre sus obras pende una reflexión sobre el arte en cuanto a objeto.
Lugares públicos y espacios íntimos, la ciudad y la naturaleza también son algunas de las dimensiones por las que transitan estos diálogos entre artistas, lenguajes y referencias. Sin embargo, queda constante un postulado: el arte habita en el borde y en el quiebre, en el espacio intersticial donde ficción y realidad se difuminan, se mezclan para montar otra dimensión. Allí radica la diferencia con otras disciplinas, de academia o ‘cientistas’, y allí, también, la capacidad de abrir otros mundos dentro de este mundo, como el hoyo del conejo .
Por sus cinco años, Ileana Viteri presenta estas obras que mueven sensaciones con solo presenciarlas y que no dependen de pliegos de textos justificativos para que se consideren arte contemporáneo.