Patricio Palomeque vuelve a Quito con su obra para completar la triada cuencana de las artes visuales, que puso al país a mirar hacia el sur a finales desde finales de los 80. Primero llegaron Pablo Cardoso, “en un diálogo con la imagen fotográfica sobre el paisaje como un contenedor de significados culturales”; y Tomás Ochoa, con su propuesta “decolonial con un imaginario simbólico de la conquista”, en palabras del crítico guayaquileño Rodolfo Kronfle.
El integrante que estaba haciendo falta, muestra parte de su trabajo (de 1989 hasta la fecha), en la sala Joaquín Pinto de la Casa de la Cultura.
Además del neoexpresionismo violento de su obra de los 90 y la vocación experimental que se ve a través de todo su recorrido, en la exposición ‘La otra parte de la diversión’, el lenguaje escrito reclama su lugar haciendo alusión a la dislexia y disgrafia de Palomeque; ambas, resultado de la obligada ‘corrección’ a la que fue sujeto en su educación temprana por ser zurdo.
Antes que con lamentos, el artista responde con incorrección, con la rebeldía y marginalidad de sus cuadros, donde el yerro o el gazapo son asumidos y significados: la disgrafia se erige como otra forma de asir malamente el deseo.
La muestra estará abierta hasta el 31 de julio.