Monsiváis, el cronista de la gente común

Es un hombre de mirada perdida, de cabello blanco largo, de aspecto desgarbado, de lentes gruesos, muy pasado de peso, rostro poco amable. Y a él le gusta que lo describan así no solamente porque realmente es así, sino que le gusta serlo.

Quien conozca a Carlos Monsiváis sabe que es un ser humano atípico. Orgulloso de lo que es y de lo que dicen que es, aunque en verdad no lo sea: es parte de su personalidad polémica, irreverente, cuestionadora, alejada de cualquier molde y estigma.

Es tan atípico y polémico que aunque en México es, sin duda, uno de los intelectuales más mediáticos e influyentes, con mayor presencia pública en los temas de debate nacional, ama el perfil bajo, la casi clandestinidad, la casi soledad, el pasar casi de incógnito, el tratar de situarse lejos de la rutina urbana, a pesar de que vive en el centro de esa infernal rutina de la capital mexicana, y a pesar de que es difícil que alguien que conozca algo de la cultura local no sepa de su existencia.Ha escrito decenas de libros. Sus lectores y críticos suelen llamarlo de muchas formas (escritor, pensador, analista, ensayista, literato) pero él tiene una definición propia, contundente, inobjetable: periodista.

“Yo creo que solamente el periodismo te permite contemplar la realidad como una interminable, profusa, múltiple telenovela y además novela”, le dijo hace poco al coordinador de opinión del Diario La Jornada, Luis Hernández Navarro.

Irónico, de palabra certera y letal, Monsiváis dice las cosas como se las debe decir: “El periodismo te permite conocer a gente sensacional, pero también conocer políticos, para equilibrar...”.

Pero más allá de su rotunda capacidad de nombrar y adjetivar, el autor mexicano tiene plena conciencia del rol que juega el oficio en una sociedad como la latinoamericana: “Te ayuda a relacionarte con los múltiples niveles de una sociedad tan profundamente injusta como es la nuestra y además te permite la práctica de la escritura en condiciones difíciles que suelen terminar en tu contra, pero en las que tienes oportunidad, en ocasiones, de intentar la literatura. Entonces al periodismo le estoy agradecido”.

¿Agradecido él? Se trata de un gesto de humildad y modestia que poco tiene que ver con la realidad. La palabra de Monsiváis es decisiva para la conciencia de los mexicanos como ha sido decisiva la del poeta Octavio Paz (fallecido) y la del novelista Carlos Fuentes, entre otros importantes pensadores contemporáneos.

A sus 72 años, que los cumplirá el próximo 4 de mayo, se lo considera la conciencia crítica de la sociedad. El ensayista Adolfo Castañón, quien escribió el libro ‘Un hombre llamado ciudad’ en homenaje a Monsiváis, lo califica como “el último escritor público en México”.

“Antes que nada, cronista”, suele decir de sí mismo. Y no le falta razón: escribe entrevistas, artículos de opinión, reportajes, ensayos, relatos, pero su herramienta de comunicación es la crónica, la historia, los textos donde, sobre todo, está la gente común, los seres humanos de la calle, aquella gente de la cual muchos intelectuales, periodistas y medios no se preocupan.

“La prosa de Monsiváis –dice Hernández Navarro- ha modificado la forma de escribir en el periodismo mexicano ('). Contextualiza el acontecimiento. Su prosa está cargada de años de lecturas, de referencias eruditas, de imágenes cinematográficas que requieren de un lector atento. Recurre con frecuencia a la parodia y al contraste semántico”.

Monsiváis es un periodista de raza. Sus crónicas son un oasis y una luz en medio de las deficiencias y debilidades de la prensa mexicana y latinoamericana.

En una región donde muchos editorializan la noticia y opinan en lugar de contar, las crónicas de Monsiváis “recogen y recrean episodios significativos de una historia en construcción y le devuelven el habla a sus actores, rompiendo el monopolio de la voz de los intermediarios que beatifican o satanizan”.

El periodismo de Monsiváis es periodismo-periodismo. Ese que tanta falta hace a la hora de contarle a la gente lo que quiere saber de ella misma.

Tan cerca y tan lejos (fragmento)

Con préstamos del melodrama, el determinismo dramatiza o vuelve comedia triunfalista dos fenómenos. El primero es la americanización de las generaciones que hoy, simultáneamente, mexicanizan su americanización y americanizan su mexicanización. El segundo es la globalización, presente por vía de las finanzas, las industrias culturales, la Internet, el 11 de septiembre y la invasión de Iraq. La superación del nacionalismo sin abandono de la conciencia nacional se caracteriza por identificar a fondo lo norteamericano y lo contemporáneo, y por definir la internacionalización de acuerdo con el confort, el comercio, los estilos de vida y las industrias culturales. Si el 10 de Mayo, el Día de la Madre (la invención del comercio norteamericano importada en 1922) es una fecha de arraigo absoluto, otras celebraciones también se van imponiendo: el 14 de febrero, Día de la Amistad y el Amor y la ceremonia de entrega del Oscar. Cerca del 90% de los filmes distribuidos en México son norteamericanos, como también la mayoría de los ‘best sellers’, y una parte impresionante de la moda en el vestir, la industria del rock, el culto por el esoterismo, de la literatura de autoayuda (de ‘El vendedor más grande del mundo’ a ‘¿Quién se ha llevado mi queso?’). Eso sin hablar de géneros literarios y cinematográficos, de estilos narrativos, de entusiasmos académicos, de comportamientos juveniles, de mercadeo, de técnicas de manejo corporativo y del uso creciente del ‘espanglish’.

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