Hombres escuálidos batallando contra un enorme bisonte: podría decirse que el contraste entre los tamaños de las figuras, en las cuevas de Lascaux y Altamira, es una seña de comicidad. Pero querer resumir la historia del humor gráfico a unas cuantas líneas resultaría más bien una historieta.
Así que -‘sensatos’- soltamos nombres y momentos, tiramos líneas y esbozos para algo así como: (suene el redoble) Momentos imprescindibles del humor gráfico universal (risa o chasco).
En la línea de la evolución está… Charles Darwin y una caricatura que para 1871 debió ser escandalosa: el científico con cuerpo de simio; publicada en The Hornet y de autor desconocido. Una suerte, esta del desconocimiento, de la que no gozaron otros caricaturistas de trascendencia, incluyendo a algunos renacentistas, como el mismísimo Leonardo Da Vinci.
Y lanzando nombres aparece el de Saul Steinberg, con sus caligramas y perspectivas, su geometría y su psicodelia; el de Cesc y sus personajes contrariados por la modernidad; Tomi Hungerer, genial ironizador de la aristocracia, y entre los más próximos a nosotros: Quino y su imperecedera Mafalda, o Pepo, y ese ser latinoamericano que es Condorito.
Si las publicaciones se remontan a los pasquines que pasaban por los círculos aristocráticos de Francia e Italia, fue en Inglaterra donde apareció el primer libro de este carácter: ‘A Book of Caricaturas’, de Mary Darly. Ahora, un referente de estas publicaciones son MAD o The New Yorker.
Una caricatura con innegable pedigrí político
Desde el siglo XIX existen en el país los primeros indicios de producción de caricaturas. Sin embargo, fue a lo largo del siglo XX, en especial los años entre 1948 a 1963, cuando los caricaturistas comenzaron a adquirir mayor espacio para la difusión de sus creaciones.
La primera caricatura, que tuvo un tinte político, documentada en el Ecuador, corresponde a un autor británico no identificado. En su obra, se ve a Simón Bolívar con su edecán Diego Ibarra, el general O’Leary, un soldado y un sacerdote en una iglesia de Guayaquil. En esta caricatura, cuya leyenda está en inglés, se habla sobre las relaciones entre Bolívar y su edecán. Este hecho causó la fuerte indignación de Manuela Sáenz, quien, en un momento de ira, mandó a quemar ejemplares de senda ilustración que circulaban por Bogotá.
Fue hacia la segunda mitad del siglo XIX cuando el pintor y músico Juan Agustín Guerrero produjo algunas caricaturas en Quito. Es así que comenzó el auge de este tipo de ilustraciones que llevaría a los diarios guayaquileños como El Ecuador Ilustrado (1883), El Murciélago (1884), El Perico (1885), La Argolla (1890), El Cordero (1891), El Látigo (1895), entre otros, a incorporar caricaturas en sus ediciones. Entre ellos, El Perico se destacó por la presencia del caricaturista Francisco Martínez Aguirre.
A principios del siglo XX, la revista Patria (1908-1910) de Guayaquil y La Ilustración Ecuatoriana (1910-1912) de Quito publicaron caricaturas en sus medios. Entre 1910 y 1912 las caricaturas de Teobaldo Constante aparecieron en El Guante (Guayaquil).
En 1918, Enrique Terán publicó el semanario Caricaturas. Por cuatro años, esta revista incluyó partituras y caricaturas de músicos ecuatorianos
Para mediados del siglo pasado, la posta de la caricatura la toman diarios como EL COMERCIO, El Día y El Universo. En cuanto a revistas, Mañana y Don Pepe se destacaron.