Acaso el verso que reza “Como el toro he nacido para el luto” comprende la existencia y el sino de su autor, el español Miguel Hernández. El poeta nació en una casa humilde de la calle San Juan, Orihuela, el 30 de octubre de 1910. Desde allí, se alzó su voz trágica y profunda.Entre los zurrones de su padre, un cabrero iletrado, Miguel abandonó el colegio de los jesuitas y volvió al trabajo campesino. A la sombra de la higuera, en el huerto de su casa, su “paraíso local”, soñaba el adolescente Hernández en la literatura. Mientras pastoreaba, empezaba ya a construir las imágenes que hicieron parte de su poesía. Las lecturas también harían su formación.
De esos años data su amistad con Ramón Sijé, “con quien tanto quería”. A su amigo, Miguel le escribió su memorable ‘Elegía’, cuando, sobre él, “temprano levantó la muerte el vuelo”. En el horno de la panadería de los hermanos Fenoll, ambos empezaron su aventura literaria, se reunían para leer y para emular a Góngora, a los autores del siglo de oro. De ahí los poemas de su primera etapa, églogas, octavas y odas; de ahí también su primer libro publicado ‘Perito en lunas’.
En su pueblo natal conoció a Josefina Manresa, su Josefina. Pero, sobrepasado por la poesía y las letras, Hernández marchó a Madrid con las hojas de su autosacramental ‘Quien te ha visto, quien te ve’’ y unos pocos pesos. Indiferente fue la actitud de la generación del 27 y de García Lorca. Pero en Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, el poeta con “el rostro de patata” halló a la mano amiga y al maestro.
En la capital, Hernández “umbrío por la pena, casi bruno”, sorteaba los días y las necesidades redactando notas para la enciclopedia ‘Los Toros’, de José María de Cossío. Entonces, otra vez, la figura expresiva de la res se cruzó en su destino.
Allí, Hernández empezó a añorar a Josefina. La distancia aumentaba su deseo y también su angustia. Buscando contener el recuerdo de su amada, esbozó los versos de ‘Imagen de tu huella’ y ‘El silbo vulnerado’, borradores de la que sería su primera gran publicación, los sonetos de ‘El rayo que no cesa’.
Con el estallido de la guerra civil, Hernández se vinculó al bando republicano. En un alto al fuego se casó con Josefina, pero duró nada su alegría, porque el quinto regimiento lo esperaba en el frente. Entonces, la voz de Hernández convocó la poesía de ‘Viento del pueblo’ y ‘El hombre acecha’. En tono trágico y en tono combativo le cantó a España.
El poeta pastor y el poeta soldado, como diría en uno de sus textos, sangraba por tres heridas: “la de la vida, la de la muerte, la del amor”. Y dentro de esas tres temáticas se inscribe su obra.
La guerra no solo lo separó de su Josefina, sino de la libertad, pues cayó cautivo de las fuerzas franquistas y, trasladado de cárcel en cárcel, se consumieron sus postreros años; todo ello al lúgubre sonido de su ‘Cancionero y romancero de ausencias’.
Tras las rejas, en la soledad, no pudo ver nacer a su primer hijo, tampoco verlo morir a los 10 meses, su ‘Hijo de la luz y de la sombra’. Al segundo, a Miguel Manuel, tampoco lo vio, pero desde lejos le cantó para dormirlo con las ‘Nanas de la cebolla’. Sus últimos escritos se registraron en papel higiénico.
Desear solamente para angustiarse y amar para ser infeliz en la distancia es la tragedia de Hernández. Amó su causa social, pero nunca vio a la España que quería; amó a Josefina, mas nunca la sintió esposa; amó a sus hijos y no los pudo conocer.
Embestir hacia el único destino cierto, la muerte, es la metáfora que acerca al toro y a Miguel Hernández. Ambos compartieron campo para criarse y mugieron para expresarse. “Como el toro te sigo y te persigo, / y dejas mi deseo en una espada, / como el toro burlado, como el toro”.
La cárcel le llevó a una tuberculosis fulminante y en la prisión de Alicante se dio su muerte física (28 de marzo de 1942). Desde entonces su palabra ha sido rescatada en varias dimensiones, una de ellas la voz de Joan Manuel Serrat, quien ha publicado dos discos con sus textos.
Canciones y lecturas que alargan la vida de esta poesía, que hacen que la palabra hernandiana muja, que el rayo no cese, que, a pesar de la tragedia, la esperanza alumbre: “Porque soy como el árbol talado que retoño: / porque aún tengo la vida”.