El 13 de abril de 2025, el mundo perdió a uno de los grandes referentes de la literatura y el pensamiento latinoamericano: Mario Vargas Llosa. Como homenaje póstumo, rescatamos una entrevista que concedió al diario EL COMERCIO durante su visita a Ecuador en junio de 2007. En esa conversación íntima y reflexiva, el autor peruano habló sobre la literatura, la democracia, la política latinoamericana y el rol del escritor en tiempos de crisis.
El encuentro se realizó en el Centro Histórico de Quito, donde Vargas Llosa rememoró una caminata junto a Benjamín Carrión y compartió su visión crítica sobre las utopías políticas. Esta entrevista fue originalmente publicada en nuestra edición impresa del martes 19 de junio de 2007, y es acompañada por un registro fotográfico de Armando Prado.
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Recuerdo un paseo por el casco viejo de Quito con una persona a quien estimaba mucho, Benjamín Carrión
La entrevista fue realizada por Miguel Rivadeneira y Gonzalo Maldonado. El diálogo con el escritor peruano duró aproximadamente una hora.
No es la primera vez que usted viene a Quito. Vino hace años a escribir un capítulo de su novela, ¿es eso cierto?
Es verdad que estuve unos días aquí, pero no recuerdo si llegué a trabajar mucho. En todo caso fueron unos días muy gratos. Recuerdo, sobre todo, un paseo por el casco viejo de Quito con una persona a quien yo estimaba mucho, Don Benjamín Carrión. Hice con él un paseo memorable por iglesias, conventos y por las viejas calles de la ciudad. Mi estadía fue también interesante porque en aquel entonces había salido una colección de obras clásicas ecuatorianas que me llevé conmigo.
¿Qué autor ecuatoriano recuerda usted haber leído con provecho?
Mire, yo no había leído a Montalvo. Fue la primera vez que yo leía a Montalvo y que me pareció un espléndido prosista. Practicaba el arte de la diatriba también, pero tenía una prosa rica, bueno, una prosa castiza.
¿Por qué Ecuador no tiene una figura literaria como usted o como García Márquez?
No hay respuesta para eso. Puede haber estado ahí escribiendo sin poder llegar a las editoriales que promueven los libros internacionalmente… La creación literaria no es controlable ni planificable; tiene su propia dinámica y está íntimamente ligada a la libertad.
¿Cree que América Latina está en los prolegómenos de alguna crisis?
Yo creo que América Latina ha perdido la oportunidad una y otra vez a lo largo de su historia. Es absurdo que sea un continente pobre, atrasado por las monstruosas desigualdades que tiene hoy día.
¿De qué ha servido tener esas riquezas, cuando no la hemos sabido explotar?
No debemos echarle la culpa a nadie por haber fallado. Hemos fallado nosotros y hay que reconocerlo y, a partir de esa autocrítica, decidirnos a cambiar las cosas. Depende de nosotros.
En ‘El pez en el agua’ usted cuenta que unos militares leían pasajes de su novela ‘Elogio de la madrastra’ para censurarlo políticamente. ¿Se han vuelto las elecciones una actividad circense?
No solo en América Latina. En el mundo, por desgracia, las elecciones son un espectáculo audiovisual antes que un gran cotejo de ideas. Esa es una deficiencia de la democracia.
Uno de los gérmenes del populismo es, tal vez, el pensamiento utópico. ¿Cree que las utopías han hecho más mal que bien?
Las utopías políticas, sin ninguna duda, han sido fuente de las peores catástrofes. La utopía en la creación literaria ha sido enormemente beneficiosa. Pero en política, el progreso no viene de la idea de una sociedad perfecta, sino de una sociedad perfectible.
¿Cuál es el rol del escritor frente a ese intento de crear sociedades totalitarias?
Mostrar la futilidad de esa idea de perfección… Creo que la literatura es el instrumento más adecuado para educar a la humanidad sobre esa verdad. Otra función es despertar en nosotros un espíritu crítico.
Entre lo que anda mal en América Latina está la falta de confianza en las instituciones. ¿Cómo restablecerla?
No podemos tener una sociedad que sea indiferente a las actitudes delictivas. Debemos convencer a nuestra mejor gente que haga política, para que la renueve.
Siempre salimos de un buen libro con una sensibilidad muchísimo mayor de lo que anda mal en el mundo en que vivimos.
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