La noche del sábado, el Teatro Sucre se iluminó con la interpretación musical de la violinista estadounidense Hilary Hahn.
Desde el momento en el que Hahn pisó el escenario, el silencio llenó la sala del teatro para dejar que las notas que salían de su violín inundaran el aire. Por miedo a que el más mínimo ruido pudiera acabar con la magia que salía de aquel instrumento, el público se mantenía quieto y callado.
Su forma de manejar el violín, con tanta seguridad, fue uno de los principales factores para que el público se dejara llevar por ese viaje musical. Sin embargo, su fortaleza no ocultaba la dulzura que Hahn emanaba.
La visión mágica que creaba, tanto la música como el carisma de la artista, se complementó con su elegante vestido negro con dorado, y largo hasta los pies: parecía flotar en el aire junto a las notas musicales.
Hahn y su violín se convirtieron en uno solo. A veces cuando buscaba alcanzar la perfección musical, su cuerpo se balanceaba de un lado al otro para buscar alcanzar la nota.
Hahn estuvo acompañada por la pianista china Natalie Zhu, artista que inició sus estudios musicales a los seis años, y que hizo su primer concierto a los nueve. Genialidad era la única palabra que podía describir la noche.
Aquella relación que crearon estos dos instrumentos llegó más allá de las partituras. El piano y el violín se convirtieron en cómplices que se unían para crear melodías que quitaban el aliento a los asistentes; a veces eran rivales que disputaban las notas más altas o las más graves.
El repertorio de la noche incluyó piezas barrocas, contemporáneas y clásicas. Compositores como Jeff Myers, Michiru Oshima, Mendelssohn, Schumann, García Abril, Ali-Zadeh, Dvorak y Bach. Con la música de este último, en un solo para violín, Hahn llegó a la cumbre de su interpretación.
La presentación de Hahn arrebató tres ovaciones de pie. El público pedía entre gritos y aplausos que la magia no terminara.