La obra de Pilar Bustos (Quito, 1945) está hecha de líneas que se convierten, casi siempre, en cuerpos. O como ella diría: “En belleza”. Belleza minimalista, sin decorados; belleza a secas.
Los 56 cuadros que componen ‘El abrazo entre líneas’, la exposición que está abierta en la Casa de la Cultura (CCE), siguen llevando a Bustos a ese tema que su mano y su imaginación no agotan: el cuerpo humano, en todas sus posibilidades de ser construido en relación al espacio en blanco. Un primer vistazo, en un paseo breve por las salas Miguel de Santiago, Eduardo Kingman y Oswaldo Guayasamín, puede generar una primera sensación confusa, parecida al vacío.De lejos, apenas se intuyen las delgadísimas líneas trazadas por la artista sobre la cartulina, que parece interpelar, con su blancura, al espectador. Pero al irse acercando, la precisión y la fuerza de esas piernas, brazos, cuellos, mandíbulas, caderas… borran toda confusión, creando la ilusión de que casi pueden ser asidos.
“Se insinúan muchas cosas con la introducción de la atmósfera que da el mismo blanco”, dice Bustos, de manera contundente.
Estas obras tan ligeras, y a la vez tan potentes, fueron trabajadas durante este año, en su taller de La Primavera (Cumbayá), durante las noches, que es el momento ideal para que Bustos dibuje. “Adquirí esta costumbre cuando mi hija era pequeña, porque en la noche volvía la calma; era el momento que tenía para mí. Además para dibujar no se necesita tanta luz como para pintar, con una lámpara ya estoy lista”.Así, cuando cae el día, luego del corre-corre, Bustos se instala, rapidógrafo en mano, en su taller para que los trazos fluyan. Siempre con la idea de que aquella imagen es la definitiva; no hay opción a borrar, a ensayar. “El arte va naciendo de la mano y todos los percances que pueden haber en el trayecto de una línea son muchas veces su riqueza; son encuentros. Y ese encuentro no debe ser trabajado de antemano”, dice con su voz calma de acento ligeramente chileno, pues vivió su infancia y su juventud en el país de su familia paterna.
En Chile, Bustos aprendió a amar a los caballos (a los cuales ha dibujado y pintado muchas veces), pues convivía con ellos en la hacienda de su abuela. Pero su amor por los animales no termina ahí; están los seis perros y los seis gatos que viven actualmente con ella. Estos últimos también saltaron a la cartulina, para eternizar quizá una de las imágenes más alegres de la exposición, que muestra a dos niñas ‘mirando plácidamente’ a un gato (este cuadro no tiene título), en una actitud esencialmente de juego.Es común que los dibujos de Bustos no lleven títulos y que los rostros de sus personajes estén vacíos; por eso la alusión de la ‘mirada plácida’ de las niñas obedece a la pura intuición, a la sensación que dejan las líneas que enmarcan esas caras (sin ojos, narices ni bocas) en el espectador. Sin saber ni cómo, la felicidad que irradian el gato y las niñas es innegable para quien los ve.
¿Por qué dibujar con tanta precisión antebrazos o pantorrillas, pero no ojos ni bocas? Para Bustos es tan claro como sencillo: “Yo creo que el cuerpo dice mucho, y talvez porque mi hermana que es coreógrafa (Isabel Bustos, radicada en Cuba) me he dedicado a ver mucho el cuerpo. La gesticulación puede ser interesante, pero he tomado el tema del movimiento: el cuerpo da más posibilidades que la cara como construcción en el espacio”.
Los cuerpos de ‘El abrazo entre líneas’, según su autora, hablan de la armonía, del dolor, de la existencia con el espacio. Y para quien posa por primera vez sus ojos en ellos, también hablan de una suerte de calma visual.