Una mañana cualquiera, de un Quito cualquiera, un hombre cualquiera, se detiene frente a la vitrina de una librería cualquiera. Los cristales y las palabras ejercen su encanto y ya no hay elixir alguno que rompa el hechizo; entonces solo queda salir de las calles para entrar a otros mundos.
Afuera el asfalto y la bocina… adentro los libros. Como si las letras solo pudiesen habitar en un espacio calmo, no cabe el ruido. Tampoco es lo absoluto del silencio; ahí está, en volumen bajo y amable, la música, la orquestación de una composición clásica o la melodiosa voz femenina que desgarra desde un blues. Está también el saludo cortés, un saludo que invita a acariciar pastas y folios y que pronto, en un ejercicio de mística, en un acercamiento al lector, sugiere un título.
La interrupción del cliente sorprende al librero leyendo. En el instante, las atmósferas confluyen y tras una breve charla se extrae ya una conclusión: son espacios que tienen la personalidad de sus libreros, entonces hablar de estas librerías es hablar de las personas que están en ellas.
“El que llega al mundo de los libros, se queda loco”, le dijo Enrique Gross, fundador de Libri Mundi, a Mónica Varea cuando ella se acercó a trabajar allí. Ahora en su Librería Rayuela, recuerda, entre sonrisas cómplices, esas palabras proféticas. Su trato es afectuoso y a la luz que ingresa por los ventanales, su bibliofilia enciende el brillo en sus ojos, mientras les toma el pulso a sus libros
Abrir el libro es abrirse al conocimiento y el disfrute, pero es también abrirse a sus olores, así hasta la economía y la política tienen un aroma agradable… Y si de olores se trata hay que hablar del café, esa taza humeante que se ofrece al visitante para que se sienta bienvenido; esa bebida amarga y negra que tan bien acompaña la charla y la lectura.
Tras Rayuela, en un juego de saltos y turnos, otras librerías abren sus puertas. Calles de por medio es como si el olfato nos guiara a otro espacio, pues esos rincones de libros saben dejar su rastro.
En lo que alguna vez fue su apartamento, Karina Sánchez armó Tolstoi Librería Independiente. Pocos estantes se ubican en la sala, la selección de libros que ella ofrece se hace bajo pedido o siguiendo las recomendaciones de amigos lectores. No se reconoce como una vendedora de libros, dice que estos se venden solos y que ella es un puente. A ella, quien también pasó por Libri Mundi, el oficio le llegó -dice- porque “no sé hacer nada más que leer”.
En una primera visita, reservas y recelos hacen que el cliente no se suelte a la conversación. Pero poco a poco estos espacios se van ganando amigos, quienes vuelven ya no solo a comprar o a beber café, sino a compartir lecturas entre otras experiencias de vida.
Experiencias como las de Oswaldo Rodríguez que de adolescente se marchó de casa, y pasó del hogar a la aventura de los libros. Una aventura que hasta ahora lo ha conducido a un pequeño espacio cuyas paredes están cubiertas de publicaciones de segunda mano. “No hay novedades, sino libros”, dice. Del piso al techo están los libros; y donde no, cuelgan los retratos de algunos escritores, entre ellos Borges y tras atar coincidencias aparece el cuento del argentino cuyo título es el mismo nombre de la librería: Sur.
Los libreros son gente que gusta de los libros, hay quienes ven en ellos un recurso económico y hay quienes mantienen con ellos cariño e historia. Para Rodríguez no hay negocio.
Tampoco para Consuelo Mancheno, quien, cuando Juan Carlos Jurado se despidió de Paideia, ella se abrió de brazos al espacio. En ese íntimo rincón ella pudo volver a sentir lo que experimentaba cuando niña, frente a las historias y los libros. Tanto amor fue un motivo más para hacerse al oficio de librero. En Paideia, hay un aire de nostalgia, y sus sillas y sillones se prestan para que el lector fisgonee los libros.
Si en estos espacios se manifiesta la personalidad de sus libreros es por la posibilidad que estos brindan de conocerlos y saber más de su relación para con la palabra y el papel; de ese contacto único y entrañable.
He aquí algunos espacios. Seguramente y ¡qué bueno!, hay más calles por las que caminar, más librerías por descubrir, más libreros que conocer y más esencias por destapar… Se podría trazar un mapa, pero es mejor eso de dejarse guiar por el instinto y, claro, el amor por los libros.
Otros espacios
El Siglo de las luces es la librería que se ubica en la 18 de Septiembre y 9 de Octubre. Hay títulos difíciles de conseguir.
Librería Rocinante, además de textos nuevos, ofrece los títulos de la Campaña de lectura. En la Tamayo y Baquerizo Moreno.