Una noche de invierno de 1976, en plena dictadura militar argentina, un grupo de sicarios irrumpió en la casa de Leopoldo Brizuela armado con metralletas para secuestrar a su vecina. El escritor, que tenía 12 años y vivía con sus padres, siguió tocando el piano como si nada ocurriera Una reacción para él inexplicable.
Más de 30 años después, esa misma casa fue de nuevo asaltada por una banda organizada. Durante mucho tiempo Brizuela vivió sin atreverse a contar a nadie aquel episodio. Hasta que hace dos años escribió una novela para entender lo ocurrido, para analizar su actuación y la de sus padres, y la responsabilidad que tuvieron. Para tratar de comprender cómo es posible que ante el mismo hecho la gente siga actuando con el mismo miedo que décadas atrás, en un país que ya no vive bajo una dictadura militar.
“Me siento aliviado después de escribir esta novela”, asegura sobre ‘Una misma noche’, un texto que resultó ganador del Premio Alfaguara de Novela. “Fue una experiencia liberadora porque me permitió trabajar en algo secreto que había en mí”, añade.
Recuerda una frase de Roberto Bolaño: “La verdadera literatura sale de lo que no le contarías ni al psicoanalista”. “Y es verdad, porque yo solo he podido relatarlo a través de la escritura, que como ya le he dicho a mi psicoanalista, tiene un poder mucho más fuerte que la palabra hablada”, dice.
“Adquirir habilidad para escribir una novela no es difícil si hay talento”, asegura. “Lo complicado es escribir algo que permita asomarse a la zona oscura y eso implica la posibilidad de no gustar y de resignarse a no gustar, lo que me parece muy importante”, añade.
Durante muchos años, Brizuela no se había atrevido a contar nada sobre esa noche. Hasta que vivió la misma situación en el 2010. Entonces decidió escribir. “Cuando contaba a mis amigos el recuerdo, cada uno de ellos me daba una interpretación. Unos decían que actué así por miedo, otros que porque quería quedar bien con mi padre, para otros era un acto de valentía, para otros de cobardía y para otros colaboracionismo. Yo tenía otra versión que fue la que escribí”.
El autor reconoce que en aquel momento supo lo que era el miedo y la indefensión. “Aunque a ese chico no le pasó nada”, recuerda, “aprendió lo que era el miedo y se dio cuenta de que no había reglas y de que a cualquiera le podía pasar cualquier cosa”, añade. “Aún hoy me da escalofríos pensar qué podría haber pasado si hubiera variado una sola cosa. Si la vecina hubiera estado en mi casa, algo habitual ya que era amiga de mi madre. Toda mi vida habría cambiado, y yo lo percibí. Nos salvamos por un pelo”.
Sobre el miedo dice que en la sociedad argentina hoy en día sigue habiendo miedo, aunque ya no es el miedo que había en la dictadura del que “éramos menos conscientes”. Y recuerda una noche en que se encontraba en su casa una tía suya que había llegado del campo. “Cuando empezó a escucharse el sonido de las balas en la calle, nosotros seguimos viendo la televisión y mi madre lo único que dijo fue que moviésemos la tele un poco. Mi tía estaba espantada y nos pidió que nos tiráramos al suelo. Nos habíamos acostumbrado al ruido de las balas y habíamos optado por esa forma de defendernos ante la realidad”, recuerda. “Ahora me pregunto cómo un sentimiento tan común y tan comprensible da tanta vergüenza”, concluye.