Como un piano que cae del cielo, así de fuerte impactó la noticia de la muerte, la mañana del lunes, del pianista guayaquileño Reinaldo Cañizares (49) en el ambiente cultural. Muchos lo recuerdan como dueño de un oído musical privilegiado. Lo desarrolló en la antigua Unión Soviética. Hasta esas tierras viajó en 1983, con apenas 20 años, para estudiar en tres prestigiosas escuelas musicales: el Conservatorio Nacional Rimsky-Korsakov de San Petersburgo, el Instituto Superior Pedagógico-Musical Gnesenix de Moscú y el Conservatorio P. I. Tchaikovsky.
La pianista ecuatoriana Noreia Mueckay, quien estudió con él en Europa, recuerda que una vez hicieron un viaje juntos por decenas de monasterios europeos con un solo fin: escuchar los diferentes sonidos de sus campanas.
“Es que en la música clásica rusa se utiliza mucho las diferentes entonaciones de las campanas de las iglesias. Eso se nota mucho en las composiciones del ruso (Serguéi) Rajmáninov. Reinaldo se deleitaba con cada sonido”, recuerda su amiga Noreia.
Dice, además, que era un músico de “una disciplina admirable”. Se encerraba largas horas en su departamento europeo, repleto de antigüedades, discos y libros y ensayaba una y otra vez.
También coleccionaba pájaros. Gustaba de escuchar los diferentes sonidos que hacían uno y otro. En su departamento habitaban casi tantas aves como partituras de autores que él admiraba, como las del francés Olivier Messiaen, el austriaco Wolfgang A. Mozart o las del alemán Franz Liszt.
“Él nació y vivió para el piano”, dice nostálgico Jorge Layana, oboísta ecuatoriano que también estudió con él en la Unión Soviética. Layana recuerda que fue él quien lo recibió en el aeropuerto cuando Cañizares llegó con los ojos cargados de sueños.
En los nueve años que estuvo en Europa brindó conciertos en Estonia, Letonia, EE.UU., Italia, Alemania, Rusia, Francia, Inglaterra y Finlandia. Tomó clases magistrales con varios profesores, entre esos con el pianista ruso Rudolf Kerer, uno de los más importantes del mundo en su campo.
En 1992 regresó a su natal Guayaquil. Tenía 29 años y la firme convicción de entregarle a Ecuador lo que había aprendido en Europa. Por dos años dio clases en el conservatorio Antonio Neumane. En 1994, finalmente concretó un sueño que venía tejiendo desde que vivía en Europa: abrir su propio conservatorio en Ecuador. Lo llamó Rimsky-Korsakov, en honor al insigne maestro ruso de ese nombre.
“Era un hombre comprometido. Se ponía una meta y la cumplía”, dice Gorky Elizalde, director ejecutivo de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, de la que Cañizares fue parte del Directorio.
El conservatorio Rimsky-Korsakov es uno de los centros musicales más importantes del Ecuador. Alberga a cerca de 200 alumnos e incluye diferentes escuelas, entre esas la de ballet y la de canto lírico.
Bajo la tutela de Cañizares fueron encaminados pianistas como Samir Elghoul, Alejandro Ormaza, Andrés Añazco y Juan Carlos Escudero. Ellos han participado en certámenes de Europa y América. En el 2009 Escudero, uno de sus alumnos, obtuvo el Premio ACE, otorgado por la Asociación de Críticos de Espectáculos de Nueva York, por el concierto que dio en el Kaufman Theater, del Lincoln Center de Nueva York.