En el patio central del Museo de la Ciudad, ahí donde reposa una pileta, se presentó la obra ‘Kelbilim’, de la agrupación teatral brasileña Lume; en el marco del Festival Internacional de Teatro Experimental.
En un escenario ambientado con luces tenues, apareció el actor y director Carlos Simioni. Con un canto medieval el intérprete caminó hacia una sutil escena adornada por el encanto del mismo patio, una biblia, una vasija y una capa que usó más adelante en su performance.
‘Kelbilim’, probable sobrenombre de San Agustín en su juventud, es un homenaje, una celebración de su existencia.
En lengua púnica, ‘Kelbilim’ significa el perro de la divinidad. Y la obra es el encuentro con el espacio de un hombre, nacido en el África en el siglo IV, que libró una batalla en su alma entre la castidad y la lujuria, entre lo espiritual y el sexo. Una lucha constante en busca de una verdad, su verdad.
Es la muestra de la desesperación de una existencia vacía, atrapada en un cuerpo, y la búsqueda de sentido a la vida. Un combate entre los placeres de la carne y la dedicación religiosa.
Simioni prioriza su escenificación con los sonidos de su voz, los gestos, el movimiento de su cuerpo, el vestuario (masculino y femenino) y su capacidad de transformarse en diferentes personajes. Cada gesto y movimiento del actor llegaron al público cargados de significado.
La obra se complementó con voces corales que interpretaban música original inspirada en los cantos cristianos primitivos y en fragmentos de poemas de la brasileña Hilda Hilst. Esa musicalidad generó un ambiente que llevó al espectador a vivir y sentir la encarnación de la intensa existencia y lucha de San Agustín.