Cuando terminaron sus estudios universitarios no sabían cómo transmitir su pasión por el arte. Su propósito era compartir lo aprendido y hacer que los niños y los jóvenes se interesen por la pintura, la música, el teatro…
Los cuencanos Mayra Silva, Antonio Bermeo, Jonathan Ortega y Bolívar Ávila buscaron la forma para que su objetivo se materialice. Ellos tenían una limitante: la falta de recursos económicos.
Silva, por ejemplo, adecuó la primera planta de su vivienda y la convirtió en un espacio de arte. Esta ganadora del Salón de Julio en el 2010 decoró las paredes e instaló seis caballetes.
En mayo pasado abrió este espacio bajo el nombre de La Higuera, al sur de Cuenca. Allí, cumple su objetivo de que los niños y adolescentes se vinculen a la cultura. Silva está convencida de que a través del arte se logra que exploten su creatividad y su tiempo no esté absorbido por Internet.
Entre las disciplinas que comparte están el dibujo, la pintura en acrílico y la tempera, así como la elaboración de manualidades.
Silva viste un mandil blanco al igual con sus estudiantes, con quienes realiza flores de diferentes modelos y colores. Tras la actividad del taller todos terminan manchados de muchos colores.
Cristina Quezada, de 14 años, es una de sus alumnas. Ella pasaba suavemente su pincel sobre una cartulina en la que coloreaba una flor de tonalidad rosa. Para esta adolescente, pintar es tener un espacio para desahogarse y expresarse. Lo mismo piensa su compañero, Isaac Ávila, de 9 años, quien se emociona al pintar árboles. Así se siente útil.
Otro espacio similar funciona en el Centro Histórico de Cuenca. Allí, está el centro Changarro Fufurufu de Ortega y Bermeo. Changarro es una palabra utilizada en México y se relaciona con un espacio modesto como un tugurio, pero acogedor y Fufurufu está vinculado con las personas de clase alta.
Ortega y Bermeo, quienes actualmente restauran óleos en el Museo Remigio Crespo Toral, dicen que su galería funciona desde hace dos años . Este espacio se ha convertido en un lugar para que los artistas tomen un café y compartan sobre el arte.
A Ortega le gusta elaborar retratos al óleo, lápiz y acrílico y la gente le encomienda este tipo de obras. En cambio, Bermeo realiza obras novedosas en las que utiliza el café como pintura.
Otro trabajo que ofrecen en esta galería es la elaboración de vestuario, máscaras, disfraces y murales. La enseñanza también tiene su espacio y brindan talleres a niños y adolescentes.
Uno de ellos es Boris Yunga, quien en un cuaderno de dibujo aprende a pintar con la técnica de sombreado con lápiz. Ortega y Bermeo buscan transmitir a sus alumnos la pasión por el arte y lo logran a través de hacer diversos trabajos prácticos.
A tres cuadras de este centro funciona Sono, que abrió sus puertas hace tres años. El cuencano Bolívar Ávila llegó de España tras culminar sus estudios en música y vio la necesidad de contar con un lugar para enseñar arte.
Natasha Cabrera es la gestora cultural de Sono. Para ella, lo más difícil ha sido la parte económica, por ello, a través de concursos en entidades públicas, logran financiar sus actividades.
Al principio este centro solo ofrecía clases relacionadas con la música: cómo aprender a tocar violín, guitarra y piano. Luego la propuesta se consolidó, dice Cabrera, e incursionó en la pintura, teatro, títeres y cine.
Valeria Dután enseña violín en Sono. Su objetivo es que los niños aprendan este instrumento porque es una edad idónea pues son más receptivos.
En un aula pequeña se escucha la canción el Himno a la alegría, que es interpretado por Danna Reyes, de siete años. Ella desde hace cuatro meses asiste a estas clases y está contenta.
Los títeres también despiertan interés. Según Daniel Zalamea, actor del grupo de teatro cuencano Barojo, la elaboración de títeres ayuda a la motricidad fina de los niños y contribuye para que a través del arte conozcan qué pasa en su ciudad.
En el salón donde Zalamea enseña la elaboración de títeres hay algarabía y bullicio. Cortan papeles y decoran sus títeres.
Erick Ahmida Gianzmann, de 9 años, colocó una corana tomate a su títere. Él muestra su destreza en el manejo de los muñecos y sabe que la marioneta tiene que estar sobre su cabeza para manejarlo con facilidad. También está aprendiendo a tocar guitarra.
Los cursos
Los cursos. En La Higuera cuestan USD 30, en el Changarro Fufurufu USD 35 y en el centro Sono USD 40; todos mensualmente.
En la Higuera también se dan clases de Teatro a niños y adolescentes, cargo de Carlos Loja, quien es parte de la agrupación Hijos del Sur.
En el Sono existe un ciclo de teatro infantil que inicia en agosto próximo. Allí, las agrupaciones de teatro de Cuenca presentan obras para los niños, los miércoles en diferentes horarios.