Con la inquietud propia del quinceañero, José Alvear buscaba un camino a seguir para su vida. Golpeando puertas y siguiendo tentaciones llegaba a las Fuerzas Armadas, a coros o a radios; pero sería el teatro, el espacio de sus pasiones. 40 años después, él sabe que no se equivocó.
En la pequeña sala de La Espada de Madera (grupo que cofundó hace 21 años, junto a Patricio Estrella, su “hermano de vida y creación”) repasa las emociones de sus años. Pepe -como se conoce en el mundo artístico- cuenta que no fue buen estudiante, pero que le encantaba la lectura de los clásicos; además, el Colegio Amazonas y su grupo de teatro, le abrieron las puertas a las tablas.
Hasta ahora son cerca de 200 obras en las que Alvear ha puesto cuerpo, voz y gesto. Entre ellas, la primera en una sala importante, ‘El chulla Romero y Flores’, en el Teatro Sucre. Cero academicismo, 100% práctica y nunca bajarse del escenario; así cuajó su decisión por la actuación. En sus inicios integró el grupo Jegal. “En la Cervecería La Victoria, de la 24 de Mayo, nació el proyecto”, recuerda entre risas y un aire de ingenuidad que se desprende de su rostro y su cuerpo redondos.
Entonces, no había ninguna posibilidad para el arte, no había condiciones -cuenta-.
Los actores eran como gitanos buscando espacios donde ensayar, sitios para soltarse a la investigación teatral y pesaba sobre ellos el prejuicio de que “el teatrero era borrachín, marihuanero, vago…”. Si bien se vivía en la bohemia, su trabajo iba en serio.
El Teatro Experimental, bajo la dirección de Eduardo Almeida, le dio más oportunidades y los primeros viajes a festivales en el exterior. La línea del grupo iba por lo dramático, por el teatro de conflicto, fuerte. El giro se dio con la Espada de Madera: una creación más colectiva, que jugaba con títeres, música, objetos y sombras; una dinámica más libre y feliz, hecha de sueños.
fakeFCKRemoveLos anhelos personales le llevaron a tocar cualquier instrumento que se le ponga al frente, a componer música infantil y andina, para escena. Ese ímpetu por los sueños lo impulsan, ahora, a dirigir una ópera rock, a formar una banda popular de niños y a otros proyectos que en su imaginación ya son realidad.
Fiel creyente de que la gente necesita reír, Pepe es bromista, molestoso, jodón… Y al momento de representar imprime pequeñas dosis de esas cualidades. “Primero peleas con el personaje, pero, luego, con el tiempo, le pones tus propias vivencias y el personaje se vuelve más liviano, más humano… ahí esta tu alma”.
Y rastros del alma de Pepe se quedan en las marionetas que talla con sus manos. En el taller contiguo a la sala de la Espada de Madera, Alvear está en su hogar. Allí, con la técnica que le dan únicamente sus ganas de crear, da vida a muñecones y a una fauna fantástica. Su sencillez, así como su capacidad de asombro, es enorme. “El actor no está en un pedestal. El éxito y la fama no son nada, lo importante es lo que hacemos para empujar la carreta del mundo, para hacerlo mejor”.
Si a Pepe se le diera el chance de concretar una empresa, sería El Acolite S.A.: acolitar a todos los que tengan necesidad, darles un momento de felicidad.
fakeFCKRemovePero estos años dedicados a las artes escénicas también conllevaron sacrificios. “Uuyyy… la que chupa es la familia”, suelta. Considera que el artista no puede darle todo a su familia, porque está embebido en sus sueños, le da amor y cariño, pero lo duro son las cosas concretas de la vida, por las escaseces del oficio. Sin embargo, crió a dos hijos, Rubén y María Belén, él, músico; ella, bailarina; “metidos en el arte”. Su hija acaba de hacerle abuelo.
“Si me preguntas qué es lo que estos 40 años en el teatro me han dejado… te digo: los mejores amigos”, cuenta satisfecho y se queda en ese taller rodeado de máscaras, colores, telas, pequeños seres de madera, en el cual él, inquieto como quinceañero, busca…