A los ojos de Carl Gustav Jung, Christiana Morgan era una ‘femme inspiratrice’, una mujer que ha nacido no para procrear hijos sino para fecundar a los hombres que sepan apreciarla. A más de cuatro décadas de su desaparición física, su influjo ha fertilizado la escritura de Jorge Volpi. El mexicano construye su novela ‘La tejedora de sombras’ siguiendo la particular personalidad de esta mujer.
La novela se basa en el romance extramarital que por más de 40 años mantuvieron Morgan y el psicólogo Henry Murray; es una inmersión en el mundo del psicoanálisis de línea jungiana; pero sobre todo es un retrato de una mujer que buscaba el autoconocimiento desde la brecha abierta entre libertad, amor y moral.
Si Jung es quien la encamina al trabajar sobre su inconsciente, será la misma Christiana Morgan quien hilvane esas cuestiones desconocidas o reprimidas que la habitan, será ella quien ‘teja sus sombras’, aquello que niega o que no muestra. En ese sentido, resulta valioso disponer -dentro de la novela- de los dibujos hechos por Morgan o de pasajes de su diario; así sus sueños, visiones y trances, permiten ir más allá de la biografía y develar a la mujer velada. La trama se dilata a través del despecho de su heroína.
Seguir lo pasos andados por Morgan y Murray, por la díada Wona y Mansol (como llegan a nombrarse ya una vez iniciados en los ritos de su amor) resulta en una experiencia sino perturbadora, al menos cuestionadora para el lector; pues la novela se alza contra la idea del amor absoluto y asume más bien un tono de fracaso, trágico y terrible. Entonces cobran mayor relevancia las referencias que el autor hace a Mellville y a ‘Moby Dick’, a ese monstruo blanco que se convierte en la obsesión del capitán Ahab, en una búsqueda autodestructiva (como el camino de autoconocimiento emprendido por Morgan).
Antes que el amor idealizado, las relaciones entre los personajes se construyen desde dinámicas de poder, egoísmos, codependencia y obsesiones. Pero a la vez, ‘La tejedora de sombras’ comprende una visión crítica sobre los modelos de maternidad, de familia y las ideas sobre la sexualidad.
Si el psicoanálisis ya estuvo presente en Volpi, mediante Lacan en ‘El fin de la locura’ (2003), en la prosa de ‘La tejedora de sombras’ se hallan términos y conceptos ligados a esta teoría y a las variantes propuestas por Jung, pero no por ello se trata de una narración hermética. La escritura de Volpi es ágil, con pasajes de erotismo y otros donde el ritmo se ralentiza por una carga de lirismo.
Los saltos temporales se comprenden en una novela que se hace de recuerdos, visiones y la vida interior de sus personajes. Pero Volpi señala una arquitectura correspondiente con los movimientos de una sonata: los hechos y el romance entre Morgan y Murray van decayendo desde la intensidad de un allegro con brío, hasta la lenta agonía de un adagio.