A él le emociona y a nosotros más. Él escribe en su cuenta de Twitter, con el verso que acostumbra: “Tecleando por la pantalla / con el pulgar bordonero / quiero poner por escrito /algo que hace mucho espero: /25 de febrero / vamos a tocar a Quito!”. Nosotros nos dejamos llevar por sus canciones hasta la boletería del Teatro Sucre, mientras esperamos el día para que se suba a ese escenario. Por ahora, le echamos una llamadita. Quito – Madrid y retorno, las voces viajan, se encuentran, se caen, se abrazan… y nos sentimos cómplices de Jorge Drexler.
Hablamos con él. Sus letras vagan por la cabeza, al punto de convertirse en un tarareo hacia los adentros. Como si el teléfono no existiese nos reunimos con él, con su frescura y humor, con su palabra clara y con la música sencilla. Poco importa el ruido exterior… sinceridad y sensibilidad se entregan y traen calma y poesía. Parece que el universo se encierra en la bocina y el auricular. Dirán que hacer una entrevista por teléfono limita las posibilidades, es cierto, pero no más que pintar un retrato en base a una fotografía.
Sobre todo están las emociones. Es tal como él dice: “Mi fruto más preciado es la emoción, hay otros placeres subalternos como generar asombro, pero lo más lindo es emocionar, es el premio máximo de la escritura”. Pero, ¿cómo es la siembra de ese fruto?, ¿cómo asume Drexler la composición?
Así como el silencio es la materia prima de su música, la hoja en blanco lo es de su escritura. Le da vértigo y le fascina, va hacia la hoja sin idea previa, sin formato, ni tema vago, ni opción métrica o melódica: es simplemente “ver y asociar”. No es sistemático, no es ortodoxo, le da igual escribir en computador, en cuadernos, en hojas sueltas, en el BlackBerry.
Si en 1989 el uruguayo, residente en España, empezó a escribir canciones abrazado a las cuerdas de su guitarra, hace unos años se entregó a la creación de textos solos. “Al principio me consideraba más guitarrista que cantante, y más cantante que letrista”, dice y recuerda cómo la letra le llegaba al final, evocada por las cosas que aparecían en la música. Ya trabajando su disco ‘Eco’ (2004), empezó sus composiciones desde el texto, de ahí‘ Guitarra y vos’ o ‘Milonga del moro judío’.
Claro que con Drexler el principio debe entenderse desde su alejamiento de la Medicina, profesión de la que se tituló y que, para nuestro bien, cedió ante la música. Los 10 años en la Facultad, le formaron de maravilla para ser médico, pero le han dejado -confiesa- lagunas literarias. Sin embargo es un lector “ávido y disparejo”; cuando agarra algo que le gusta se mete muy adentro: Borges sobre todos los demás, y Onetti (“tan brillante que uno se traga su amargura”), y Vargas Llosa.
Jorge pregunta por la altitud de Quito. “2 850 metros”, respondemos. “¡Uy… nos va coger!”, exclama. Lo imaginamos en Madrid, viendo por la ventana esa “ciudad solar, ruidosa, irresponsable, alegre”, de la que nos habla. La misma ciudad que le recibió, tras dejar Uruguay, para que desarrollara su música y siguiera su sueño.
“Madrid es una ciudad que me contrapesa; yo traigo la melancolía húmeda de Montevideo, del Río de La Plata, y Madrid me alumbra, me da mucha alegría”.
Alguien sopla que fue Joaquín Sabina quien lo llevó allende el mar. “Es cierto”, confirma. El del bombín le presentó gente, le llevó de conciertos, “fue muy generoso”. Es su amigo como también lo es Javier Ruibal y Kiko Veneno, como lo son también algunos músicos de electrónica, de rap, de folclor, de jazz. Drexler, alma libre, se abre a todos los géneros.
Asimismo se abrió al verso, se entregó al verso, se obsesionó por el verso. A tal punto lo estudió, que no solo lo usa en sus canciones, sino que -como lo vimos al inicio de la nota- lo practica en Twitter. “En 140 caracteres entra una sextina con terminaciones agudas; las quintillas entran en octosílabos; las cuartetas entran de sobra; algún endecasílabo y otro de arte mayor entran también”. (Nos quedamos con la boca abierta). Drexler, ahora, se ha dado al estudio de las décimas de improvisación y menciona las del Ecuador, la copla y el amorfino.
A Drexler le va el desafío de la métrica, sigue lo dicho por Stravinsky: “Cuanto más me limito, más me libero”; así halla posibilidades o ritmos inverosímiles que no hubiera considerado en total libertad. En el trabajo con el verso, también revisa el lenguaje. Es un lenguaje relativamente simple: “Creo en la complejidad a través de los componentes sencillos y no en la simpleza a través de la combinación de componentes complejos”. Habla y es como si otra canción suya nos sorprendiese.
No hay diferencia si lo que compone lo interpreta él, o lo cantan otros, o se va para el cine. Toda su escritura sale desde el hilo tenso entre la emoción y el papel. Y ya que mentamos el cine, hablamos de su actuación en la última pe-lícula de Daniel Burman y dice que todo es nuevo para él y que está contento. De una extraña manera no tiene la sensación de hacer algo diferente, lía el rodaje de una escena con cantar en vivo. Lo que le gusta de ambos es la escucha, el estar alerta, la acción-reacción: “el peor enemigo de la música, del cine, de la interpretación es el piloto automático. El miedo a abrirse al presente anquilosa”.
Y él, que vive andando, no puede inmovilizarse ante la realidad. En su andadura vendrá a Quito, a su gastronomía y a su arquitectura; llegará al Ecuador para comprobar lo lindo que es el país, según su esposa, la actriz Leonor Watling, quien vino acá para actuar en ‘Crónicas’. Estará en Quito para entregarnos sus canciones, en dos noches (el Teatro Sucre abrió una nueva función, el domingo 26), dos noches para rendirnos ante él. “Un abrazo, Jorge”.
HOJA DE VIDA
Jorge Drexler
Nació en Montevideo en 1964. Es médico de profesión, músico, escritor y actor. 11 álbumes componen su discografía. En 2005 ganó un Oscar.
‘Mundo abisal’ se llama la gira que lo trae al TeatroSucre, el 25 y el 26 de febrero; entradas disponibles únicamente para el domingo 26.