Junto a Pollock es el pintor estadounidense por excelencia. Edward Hopper (Nyack, 1882 – Nueva York, 1967) -cuya máxima retrospectiva europea se exhibe en el Museo Thyssen Bonermisza de Madrid- fue uno de los principales representantes del realismo americano del siglo pasado y emergió en un momento en que el expresionismo abstracto era la corriente a seguir. Fue un trasgresor, su obra no era ni remotamente similar a la de sus colegas de la época.
“Lo grandioso de Hopper es que es un pintor con un mundo propio y único. En el arte no importa solo lo hábil que es el artista con el color, la textura o el pincel. Sino que tenga un mundo. El de Hopper no se parece a ninguno de sus contemporáneos y en cuanto vemos un pintura suya o una película inspirada en su obra lo reconocemos”, dice Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen Bornemisza.
Es un pintor aparentemente sencillo y poco retórico: pinta hechos, escenas de la vida cotidiana de Estados Unidos. Sin embargo, sus cuadros están llenos de misterios con doble sentido. Es difícil saber hasta dónde describe algo y cuándo empieza a sugerir, sobre todo cuando hay personas implicadas. En realidad, su obra es -según los expertos- uno de los fenómenos más complejos del arte del siglo XX. Apasionado del cine e inspiración de directores, el mundo de Hopper es inconfundible en cintas de Antonioni, Hitchcock, Terrence Malick, David Lynch o Sam Mendes.
Es el pintor de la soledad, la incomunicación y el desarraigo. Un hombre poco sociable y reservado. Un solitario mal vendedor. “No era propenso a hacer propaganda de su obra, ni de participar en grupos de artistas. Eso pudo haber perjudicado su promoción”, explica Solana. Por ello tardó en ser reconocido por crítica y público y también el hecho de que trabajara muchos años como ilustrador antes de convertirse en pintor.
Sin embargo, “es un corredor de fondo”, señala el Director del Thyssen. Le costó llegar, pero fue el primer artista estadounidense en tener una retrospectiva en el MOMA de Nueva York (1933).
Con Guillermo Solana, EL COMERCIO recorrió la exposición de Hopper para descubrir las claves de su obra.
Tarde azul (1914)
“A pesar de que identificamos a Hopper como un pintor esencialmente ‘yankee’, era muy francófilo y aficionado de la poesía de Baudelaire, Verlaine y Rimbaud. En Tarde azul se ve la tristeza de esta poesía y la influencia de Toulouse-Lautrec o Degas. Es como una síntesis de su período juvenil, condicionado por su formación en París. Una antología de la bohemia parisina de fin de siglo; están el proxeneta, el artista, la prostituta, el payaso, una pareja de burgueses… Con esa maravillosa línea azul que evoca el humo de esos locales. La segunda figura de la izquierda del cuadro recuerda a Van Gogh, mientras que el Pierrot (payaso) es como Hopper se ve a sí mismo”.
Casa junto a la vía del tren (1925)
“Es uno de los cuadros más conocidos de Hopper y con el que inicia su período de madurez; hasta entonces había trabajado como ilustrador. Empieza tarde, con 42 años. Recuerda a las primeras vistas que hizo del Louvre y otros edificios parisinos, con ese aire monumental. El cuadro inspiró años después la casa del Norman Bates de Psicosis, (Hitchcock, 1960). Está cortada por el ferrocarril y se convierte en algo fantasmal porque no vemos de dónde emerge. No la vemos descansar en el suelo, sale de la nada. No es la vivienda que identificamos con el país del progreso que era Estados Unidos sino con una casa victoriana del siglo XIX; sin embargo, los rieles sí representan ese progreso. Hopper juega mucho con las antinomias entre lo viejo y lo nuevo; y dota de una personalidad única a los edificios, los pinta como retratos de personas”.
Habitación de hotel (1931)
“Este es un Hopper excepcional porque es mucho más grande de lo que suelen ser sus cuadros. Es una obra maestra. La mujer sentada sobre la cama se ha comparado con la figura de Betsabé, de Rembrandt. En aquel cuadro, la mujer -desnuda sobre la cama- sostiene un papel. Es una carta del Rey David con una proposición deshonesta. Betsabé la mira con melancolía. En la obra de Hopper, ella también mira el papel y medita. Se ha analizado mucho sobre si es una carta de amor, desamor… Sin embargo, Jo Nivison, la esposa del artista, explica que lo que tiene esta mujer es una ‘timetable’, un horario de trenes o autobuses.
La composición es casi abstracta, organizada en franjas, rectángulos y cuadrados. Se habla de ella como si fuese un Rothko (Mark Rothko) figurativo. El cuadro recuerda a la obra de John Dos Passos, amigo de Hopper, quien habla del desarraigo del que llega a Nueva York a buscar trabajo. Esa sensación de no pertenencia y vacío de las ciudades modernas. Esta mujer no pertenece allí, ese no es su hogar”.
Habitación en Nueva York (1932)
“Un rasgo muy característico de Hopper es asomarse a la intimidad de las personas desde el exterior de una ventana. Lo hace desde un ángulo cinematográfico; como si hubiera ubicado la cámara en la cornisa y miráramos desde la noche hacia el interior iluminado. En este matrimonio, él lee el periódico y ella -inmensamente aburrida- toca la tecla de un piano. No se hablan, ni se miran. Y sospechamos que esta pareja no tiene nada que decirse desde hace mucho tiempo.
Hopper siempre pinta situaciones de incomunicación de la vida moderna y a la vez de voyeurismo. Es muy propio de las grandes ciudades que la gente permanezca incomunicada pero que le encante echar una ojeada a las vidas ajenas. Es un poco como la ventana indiscreta de Hitchcock. Ç
Al no pintar los ojos, Hopper evita darles una expresión definida, lo que nos intriga más. En sus escenas siempre hay un drama latente, que no sabemos cómo se resolverá”.
Gasolina (1940)
“Este es uno de los cuadros más icónicos de Hopper y pertenece al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA). Parece decirnos que lo construido por el hombre, la ciudad, llega hasta un punto, más allá está el bosque oscuro y denso, desconocido.
Hay cierta sensación de escalofrío porque fuera de la carretera es tierra incógnita. Hopper monta una puesta en escena como para una película de cine negro. El cineasta alemán Wim Wenders dice que ante este cuadro uno espera que llegue un automóvil, con un fugitivo que lleve una bala en la barriga y que empiece una película.
Muchas veces con Edward Hopper sentimos que tenemos el escenario dispuesto para que pase algo, pero no sabemos bien qué”.
Gente al sol (1960)
“Es uno de sus cuadros tardíos. Entre 1950 y 1960 Hopper pintaba cada vez menos, a lo mejor dos cuadros al año. Algo que aparece recurrentemente en este período son las escenas de personas al borde de la nada.
Antes había bosques, ahora llanuras planas, extensiones vacías. Para mí es una representación inequívoca de la muerte. A medida que se hace más consciente de la proximidad de la muerte pinta personas en terrazas, entradas de casas, escaparates, más allá de los cuales no hay nada. Es una sensación de vacío. Estas personas están tumbadas al sol y parecen esperar algo, posiblemente la muerte.
El sol es el protagonista de la pintura tardía de
Hopper, antes lo era el paisaje crepuscular. Se ha hablado del heliotropismo de sus personajes. Se asoman a las ventanas o salen de sus casas para ver el sol, se sientan en la terraza para recibirlo. Hay un valor simbólico en esa luz del sol, una manera extraña de expresar la melancolía, algo como asumida, resignada”.
Edward Hopper en pocas palabras…
El pintor estadounidense conservaba su aire misterioso y sencillo cuando hablaba de él mismo o de su obra. Aquí algunas de sus frases: “Quizá yo no sea muy humano. Mi deseo solo era pintar la luz del sol sobre una pared”; “Si pudiera decirlo con palabras no habría necesidad de pintarlo”; “Sale más de mí mismo cuando improviso”.
El poeta Mark Strand (también de EE.UU.) dijo alguna vez que “si en los cuadros de Hopper hay figuras que sugieren soledad, ello ocurre porque representan nuestra situación como observadores; lo que vemos en ellos es nuestra propia inmovilidad”.