Sentados al filo de la silla y al tiempo de 1, 2, 3… un grupo de niños comienza a golpear, marcando y siguiendo el ritmo con las baquetas (palillos para tocar el tambor). Se trata de un grupo de 20 niños y adolescentes que aprende a interpretar la batería.
En la Fundación Huancavilca, ubicada en la vía a las Esclusas, Coop. El Pedregal, en el Guasmo Norte, difunden el interés por la música a los niños desde los seis años. Los profesores son también estudiantes, del Centro de Expresiones Musicales, y miembros de la Orquesta Sinfónica Infanto Juvenil del Guasmo.
En el sitio los estudiantes aprenden violín, batería, oboe, flauta y los demás instrumentos de una orquesta sinfónica.
En total son 60 estudiantes que se forman en esa institución. Xavier González, de cinco años, es el más pequeño en la clase de batería. Sus compañeros le apoyan y aplauden cada vez que se sienta a tocar el instrumento.Sin temor, en su clase del pasado miércoles, interpretó una canción de reggaetón, acompañado en los timbales por su profesor, Ángel Villafuerte, de 27 años. “No solo busco que el niño pueda tocar el instrumento, sino que aprenda coordinación y orquestación”.
Las habilidades musicales de los infantes se van formando desde la escuela, indicó Alexandra Molinero, directora del Centro Apoyo a la Juventud de la fundación. Eso sí, los alumnos deben tener ritmo u oído musical.
El entusiasmo de los niños de la fundación por aprender música se nota. Aunque la mayoría de los menores no posee un instrumento para ensayar en sus hogares, aprovechan las dos horas de clases para practicar y desarrollar su técnica.
Naomi Mera, de 7 años, es una violinista en formación. Ella escuchó el instrumento en una presentación y desde ahí se enamoró de su sonido. Quiere ser una profesional.
Ese mismo interés existe entre sus compañeros. Villafuerte dice que ellos, como maestros, no les inculcan el interés por la música a los pequeños; pues ellos ya llegan con esas ganas de ser profesionales, de hacer música. “Los músicos no nacen, se hacen”.
En el aula, los niños comienzan la clase recordando la dictada el día anterior. Hacen una lectura rítmica, leen las notas escritas en los pentagramas de la pizarra. Luego, dando palmadas, marcan el tiempo de cada una de las figuras musicales.
Pero cada instrumento tiene su secreto, su dificultad. Por ejemplo, para los niños que practican el violín lo más complicado de maniobrar es el arco. Para solucionarlo, Henry Merchán, el profesor de la clase, emplea una pluma y un libro para que simulen el movimiento que se hace al tocar ese instrumento.
Luis Silva, músico y subsecretario de Cultura del Litoral, destacó las ventajas de aprender a tocar un instrumento musical. “Los músicos son intelectuales, porque el desarrollo del arte es intelectual. Se trabaja partes del cerebro que no lo harían sin este tipo de práctica artística”.
Intelectual o no, hay quienes como Israel Parrales, de 10 años, simplemente están enamorados del sonido. En su caso, el violín es su forma de expresión.