El fallecimiento del escritor Héctor Tizón es un nuevo golpe a la cultura argentina. Murió a los 82 años y deja el mundo como el gran narrador de una de las tantas Argentinas que conviven. Su lugar del mundo era el noroeste argentino, su pueblo de Yala, en la provincia de Jujuy, otrora llamado el Alto Perú.
“Nacido en una remota provincia, en las fronteras del virreinato, donde casi todo parece una exageración –la pobreza así como el desierto y las montañas- en esos días en que nací a la vida del conocimiento, la única literatura argentina era la rioplatense”, dijo Tizón en la sesión de apertura del III Congreso de la Lengua, que se realizó en Rosario, en el 2004.
Él quiso convertirse en el narrador de ese desierto puneño, el lugar en donde no se sabe si se es argentino o boliviano, una división administrativa, no cultural. (Cuando se les) “declaró argentinos a los que estábamos al sur de esa línea abstracta, y bolivianos a los que estaban al norte, nunca, nunca, nunca, ni antes ni ahora la admitimos como límite. Nosotros pertenecemos del todo a la cultura altoperuana. De ahí la marca latinoamericana, la presencia del habla en la zona, prostituyendo y enriqueciendo el castellano, e incluso las actitudes, las omisiones, los silencios”, decía Tizón.
Periodista, diplomático, abogado, juez de la Suprema Corte Provincial, conoció los rigores del exilio durante la dictadura de 1976 hasta su regreso en 1982, cuando la democracia estuvo por restaurarse. Escribió obras como ‘Fuego en Casabindo’, ‘La casa y el viento’, ‘Extraño y pálido’, ‘El hombre que llegó a un pueblo’, ‘La mujer de Strasser’, ‘La belleza del mundo’ (2004), el libro de memorias ‘El resplandor de la hoguera’.
Su iniciación editorial comenzó en 1960, cuando era diplomático y publicó ‘A un costado de los rieles’, su primer libro (1960), una serie de relatos publicada en México en donde vivió como diplomático.
“Contra la intelectualización literaria, contra el palabrerío inútil, se volvió un buscador incansable de atmósferas sencillas. Pero épicas. Misión que comparte con escritores como John Berger, buceando en su memoria pequeños actos, enmarcados por un mundo insondable. La tía Gertrudes, Doroteo, Venancio, Jacinta… Seres taciturnos, limitados, solos, son construcciones contra el ruido citadino. Pura apología del silencio. Hombres y mujeres que no usan la lengua para decir tonterías. Silencio y también soledad. Fue Tizón un enemigo del despilfarro y el exceso. Y es una característica de sus paisajes, de sus sentimentales historias puneñas”, escribió Horacio Bilbao, de la revista cultural Ñ.
“La Puna no es solo un desierto lunar cálido y frío, es una experiencia”, escribió Tizón en su ‘Memorial de la Puna, seis historias de esas tierras que aún deben ser descubiertas.
Héctor Tizón, el escritor de la Argentina andina, murióa los 82 años.
Santiago Estrella Garcés. Corresponsal en Buenos Aires
El fallecimiento del escritor Héctor Tizón es un nuevo golpea la cultura argentina. Murió a los 82 años y deja el mundo como el grannarrador de una de las tantas Argentinas que conviven. Su lugar del mundo erael noroeste argentino, su pueblo de Yala, en la provincia de Jujuy, otrorallamado el Alto Perú.
“Nacido en una remota provincia, en las fronteras delvirreinato, donde casi todo parece una exageración –la pobreza así como eldesierto y las montañas- en esos días en que nací a la vida del conocimiento,la única literatura argentina era la rioplatense”, dijo Tizón en la sesión deapertura del III Congreso de la Lengua, que se realizó en Rosario, en el 2004.
Él quiso convertirse en el narrador de ese desierto puneño,el lugar en donde no se sabe si se es argentino o boliviano, una divisiónadministrativa, no cultural. (Cuando se les) “declaró argentinos a los queestábamos al sur de esa línea abstracta, y bolivianos a los que estaban alnorte, nunca, nunca, nunca, ni antes ni ahora la admitimos como límite.Nosotros pertenecemos del todo a la cultura altoperuana. De ahí la marcalatinoamericana, la presencia del habla en la zona, prostituyendo yenriqueciendo el castellano, e incluso las actitudes, las omisiones, lossilencios”, decía Tizón.
Periodista, diplomático, abogado, juez de la Suprema CorteProvincial, conoció los rigores del exilio durante la dictadura de 1976 hastasu regreso en 1982, cuando la democracia estuvo por restaurarse. Escribió obrascomo ‘Fuego en Casabindo’, ‘La casa y el viento’, ‘Extraño y pálido’, ‘Elhombre que llegó a un pueblo’, ‘La mujer de Strasser’, ‘La belleza del mundo’(2004), el libro de memorias ‘El resplandor de la hoguera’.
Su iniciación editorial comenzó en 1960, cuando eradiplomático y publicó ‘A un costado de los rieles’, su primer libro (1960), unaserie de relatos publicada en México en donde vivió como diplomático.
“Contra la intelectualización literaria, contra elpalabrerío inútil, se volvió un buscador incansable de atmósferas sencillas.Pero épicas. Misión que comparte con escritores como John Berger, buceando ensu memoria pequeños actos, enmarcados por un mundo insondable. La tíaGertrudes, Doroteo, Venancio, Jacinta… Seres taciturnos, limitados, solos, sonconstrucciones contra el ruido citadino. Pura apología del silencio. Hombres ymujeres que no usan la lengua para decir tonterías. Silencio y también soledad.Fue Tizón un enemigo del despilfarro y el exceso. Y es una característica desus paisajes, de sus sentimentales historias puneñas”, escribió Horacio Bilbao,de la revista cultural Ñ.
“La Punano es solo un desierto lunar cálido y frío, es una experiencia”, escribió Tizónen su ‘Memorial de la Puna,seis historias de esas tierras que aún deben ser descubiertas.