A la mirada de los rostros pintados por Miguel de Santiago, en grandes lienzos, algunos ya borrados por obra del tiempo, se abre el patio del convento de San Agustín. De la pila central, el agua sale a borbotones. Este es el espacio más grande de los seleccionados para el proyecto Arte Contemporáneo y Patios de Quito (ACPQ).
Allí, en la crujía ubicada junto a la puerta de acceso de calle se ha colocado la obra de la artista libanesa, exiliada en Reino Unido, Mona Hatoum. La instalación prácticamente priva al visitante de mirar el patio, pues se trata de una barricada militar.
Este elemento, asociado en su generalidad con guerras, revueltas y enfrentamientos violentos, se halla en esta ocasión resignificado. De entre los sacos de yute, que arrimados unos sobre otros levantan el muro, va creciendo yerba verde. Sí, en medio de esa masa bélica hecha de fuerza y dolor, de tierra y desesperanza, la vida encuentra su camino para ser y para crecer.
Una lección que la artista aprendió al verse obligada a dejar su país y a los suyos, por la intolerancia y la violencia del hombre contra el hombre. La obra de la libanesa expresa los conflictos que dibujan al ser humano del siglo XX, demacrado por la guerra, acribillado por los totalitarismos, silenciado por la mano armada del otro’ Así, la intervención es también una postura que cuestiona las estructuras de poder.
Es decir que esta barricada que impide el paso al visitante, que no le permite ver la grandeza de ese patio, es también, gracias a los replanteamientos del arte, un símbolo de esperanza, de libertad. Este último aspecto entra en diálogo con el conjunto total del edificio, en cuya sala capitular los patriotas firmaron el acta que dejó constancia del Primer Grito de Independencia. Un hecho histórico que también es la suma de muertes, revueltas y ansias de días mejores.
Con ello, Hatoum prueba que el arte puede hallar nuevas lecturas, según su contexto de exposición. Esta misma instalación formó parte de ‘El patio de mi casa’, la muestra referencial de ACPQ, que se realizó en Córdoba, España, el año pasado. Pero las percepciones y sensaciones que despierta en el quiteño son otras y he allí el valor de su arte’.