Los profesores somos una extraña especie dentro del género humano. Casi todos nos consideramos, en un sentido amplio, educadores; es decir, formadores de personas en el ámbito familiar y en el espacio escolar, desde ciclo inicial hasta la universidad.
Esta condición natural se explicita cuando algunos se atreven a seguir la carrera docente en un normal o en una universidad, y después de años de estudios y prácticas se convierten en profesores.
¿Qué es un profesor?
Existe una equivalencia entre profesor, docente y enseñante, aunque en algunas sociedades prefieren el vocablo maestro, para referirse a aquel ciudadano o ciudadana que se dedica a enseñar, con especialización o sin ella, una asignatura, disciplina académica, ciencia o arte. La misión pedagógica del profesor es promover aprendizajes en alumnos, estudiantes o discentes.
Desde el punto de vista etimológico, “profesor” procede del latín professor (el que “profesa” como experto en algún arte o ciencia, el maestro de mayor rango), que a su vez procede del verbo latino profiteri (“declarar pública y voluntariamente”), el que profesa una profesión u oficio.
“Docente”, en cambio, proviene del latín docentem, participio presente de docere (“enseñar”), y se refiere a un profesional que acumula dos saberes o conocimientos: el específico de una ciencia y el conocimiento pedagógico. “Enseñante” proviene del latín insignare (“enseñar”). Según el DRAE, el enseñante instruye, adoctrina, amaestra con reglas o preceptos.
Profesores referentes
Todos los seres humanos hemos sido alumnos -de alumnus=sin luz-. Con el tiempo la versión del alumno ha migrado hacia estudiante, discípulo o aprendiz. Esta condición convierte a los profesores en formadores de personas, que dejamos marcas positivas e indelebles en los estudiantes, y a veces lo contrario, cuando nos convertimos en estigmas.
Los profesores no somos más ni menos que otros profesionales, pero sí agentes privilegiados que, desde las aulas y fuera de ellas, aportamos para que nuestros estudiantes sean felices. Y si eso no sucede, al menos nos queda la sensación de haber intentado cumplir con un trabajo austero, compensado y grato.
En tiempos pasados, el perfil del profesor se acercaba más al de un maestro, cuando se consideraba un referente, no solo en la escuela sino un líder en la sociedad, y en no pocas ocasiones un ideal a seguir, por sus motivaciones y querencias: los libros, la oratoria, el liderazgo, la honestidad, y general sus talentos.
Alfombra roja para los docentes
El Diario El Comercio, en la década de los noventa, organizó el I Concurso de Excelencia Educativa, gracias a la iniciativa de doña Guadalupe Mantilla de Acquaviva y Laura Jarrín, como parte de un proyecto nacional que tuvo como objetivo “reconocer el ejercicio profesional de los docentes mediante la visibilización de sus prácticas pedagógicas”.
Los profesores galardonados desfilaron por una alfombra roja, con computadoras en mano donadas por IBM, y el aplauso de sus compatriotas. Esta iniciativa fue recogida y amplificada por la fundación FIDAL, que premia todos los años a profesores innovadores.
¿Qué hacen los mejores profesores?
La pregunta es pertinente. Los profesores no trabajan para recibir premios o galardones, sino para servir a la comunidad educativa, en ocasiones en ambientes desfavorables, sobre todo en los sectores urbano-marginales y rurales.
En ese sentido, todos los profesores -hombres y mujeres- merecen respeto y consideración por parte de la sociedad organizada que es el Estado. En el caso del Ecuador, son doscientos mil profesores, aproximadamente, que laboran en el sistema educativo, en los ámbitos público (fiscal y municipal), privado y fisco misional.
Los mejores profesores son los que laboran con vocación y mística, los que aman a los alumnos como sus hijos, y son perseverantes, creativos y apuestan por la innovación. En los actuales escenarios sociales, económicos y políticos no hay espacios para la mediocridad, porque los desafíos son grandes.
En esa perspectiva, los docentes deben estar abiertos a la evaluación periódica. La hetero evaluación, la autoevaluación y la coevaluación son necesarias, porque ”la educación que no se evalúa se devalúa”.
Ciencia, ética y estética
El profesor -de hoy y del futuro- debe ser un investigador. Su misión es centrar su atención en las necesidades de aprendizaje de sus estudiantes, y diseñar nuevas estrategias metodológicas que desarrollen el pensamiento crítico en un mundo cambiante.
Ejemplos de estas estrategias son los proyectos -que combinan las ciencias con la vida-; los talleres, que integran los saberes con las prácticas; las visitas de campo para descubrir las maravillas de la naturaleza; el currículo abierto y flexible; la incorporación de las redes sociales en los procesos de aprendizaje colaborativo; la articulación de la escuela con la familia, la salud y la seguridad; y, la promoción de la cultura, a través de la lectura, el juego y las acciones de solidaridad humana. ¡La ética debe estar unida inseparablemente con la estética (la cultura)!
El aprendizaje es una gran aventura lúdica y académica. Para ello, los profesores necesitan sabiduría e ingenio, recuperar los valores de la historia y buscar evidencias para que ayuden a los alumnos a aprender por sí mismos. Porque la riqueza de los aprendizajes no está en los contenidos -en la memorización sin entender-, sino en los procesos; es decir, en los cambios internos valorados a través de una bitácora (portafolio).
En ese sentido, “dictar” clase es cosa del pasado. Lo que importa ahora es la metacognición: 1) aprender a conocer, 2) ser conscientes del conocimiento aprendido -pensamiento crítico-, y 3) aplicar los conocimientos en la vida -competencias-. Y seguir aprendiendo.
El método socrático
Saber una materia no hace un buen profesor. Si bien muchos profesores son expertos, eruditos y artistas, lo más importante es contar historias, comparar, preguntar y estimular la curiosidad para que los conocimientos no solo lleguen a los cerebros sino a los corazones. En otros términos, dominar el método científico.
Una alternativa es intentar construir ciencia en las aulas, mediante la contrastación de conocimientos antiguos y nuevos, y obtener con los alumnos otros efectos y nuevas preguntas de investigación. Las preguntas, que corresponden al método socrático, desempeñan un papel esencial en el proceso de aprendizaje.
Recordemos que los seres humanos somos animales curiosos: desde la curiosidad viene la observación, de la observación al conocimiento, y de la aplicación del conocimiento a las tecnologías. ¡El buen profesor jamás será reemplazado por la inteligencia artificial!
En suma, el mejor profesor es el que considera que no sabe nada, y pretende seguir aprendiendo cada día, con entusiasmo y pasión.