De trazo en trazo, una telaraña de tinta marca la ruta. Va tejiendo riachuelos, esteros, diminutas islas, hileras de montañas que limitan haciendas, pueblos, ciudades, provincias y regiones. En ese mundo de alegorías y barquillas con velas extendidas que reposan sobre el Pacífico o el Atlántico navegó Lidia Quiñónez de Galiano. Durante dos años y medio, esta investigadora hurgó en 132 mapas, que van desde el siglo XVI hasta la actualidad. Su trabajo se resumió en el primer catálogo de la Mapoteca del Archivo Histórico del Guayas. La labor inició con la selección entre más de 780 mapas, planos y dibujos que se conservan en el lugar. Quiñónez escogió aquellos de los que no había información. Algunos estaban enlodados. Otros rotos por la humedad y el tiempo. Luego de remiendos y suturas escribió 264 fichas nemotécnicas con datos precisos de escala, proyección, distancias en de longitud, latitud y descripciones.La ficha 001 corresponde a un mapa de Perú. Es del año 1900, mide 97 x 60 cm y está rodeado por imágenes de Colón, Atahualpa y Pizarro, según describe.El original descansa en el repositorio del Archivo Histórico del Guayas. Un esbozo de la ‘Amerique Meridionale’, de 1748, cuelga de una de las paredes de esta entidad, donde se conservan mapas del Banco Central y de la fundación Miguel Aspiazu Carbo. En una de sus salas, el paleógrafo Diego Balarezo desplegó un antiguo rollo amarillento. Con cada giro se escuchaba un crujido. Era un plano de 1959 de las haciendas Aguacatal de Abajo y Vuelta Larga, en el cantón Vinces, Los Ríos. A un costado está escrito con pluma fuente: ‘propiedad de Don Lautaro Aspiazu Wrigt’. Sobre el escritorio, Ángel Alvarado chequeaba un pequeño facsímil del Guayaquil de 1741, donde el cartógrafo Dionisio Alcedo plasmó la ciudad vieja y la nueva. Árboles, barcos sobre el río Guayas y casitas de madera habitan esa ciudad de tinta. “En la actual calle Loja, junto al Malecón, había un puente que unía la ciudad nueva con la vieja. Atravesaba esteros que ahora son calles. Era conocido como el puente más largo del mundo”, cuenta Alvarado. Otros resaltan por su colorido y peculiar visión del mundo en la época. Un ejemplo es el mapamundi de Joan Martines (1587) titulado en latín ‘Typus orbis terrarum’. En esta copia está plasmado el viejo y el nuevo mundo. También están los nombres de los vientos para la navegación. Pero su peculiaridad está en la deformidad del perfil que limita las costas del continente americano, específicamente la parte sur, denominada ‘Tierra Incógnita’. Estos mapas son parte del catálogo. En total son tres mapas del siglo XVI, tres del siglo XVII, nueve del XVIII, ocho del XIX, 237 del siglo XX y tres del siglo actual. La autora de las 229 páginas de este libro resalta la habilidad de los antiguos dibujantes, quienes esbozaban paisajes con solo dos herramientas: la observación y el relato de los narradores de la época, en los viajes marítimos. “Los tópicos son diferentes: costumbristas, momentos históricos, los personajes, las banderas, las guerras. Hay mapas ataviados con viñetas, figuras alegóricas, gravados ornamentales del estilo barroco y rococó, muy ricos por sus elementos”, comenta Quiñónez. Cada ficha fue elaborada según las Reglas de Catalogación Angloamericanas para bibliotecas, y en la parte informática, en el programa Winisis. Para su localización se incluyó el registro de la base de datos y el número de inventario, que constan en el Archivo. Para el historiador Ezio Garay, quien analizó el catálogo, la información es importante para investigadores, estudiantes y curiosos. Con las fichas, podrán encontrar con más facilidad todo el material que hay en el Archivo Histórico.