Un costeño que tenía cierta aureola literaria y que llegó con la intención de meterle literatura al periodismo. Esa es la imagen que José Salgar guarda en su memoria de la bocanada de irreverencia y aire fresco que significó el arribo, en 1953, a El Espectador del joven reportero Gabriel García Márquez. El veterano periodista, ahora de 91 años, se desempeñaba entonces como Jefe de Redacción del matutino bogotano. Y bajo su implacable lápiz rojo pasaron los textos del hijo del telegrafista, que 29 años y meses después, en 1982, recibió el Premio Nobel de Literatura.
Salgar fue, a lo largo de 18 meses, el maestro de quien considera de lejos su mejor discípulo y que luego se volvió uno de sus amigos más entrañables. Esa cuasi hermandad se refleja en el libro ‘Vivir para Contarla’, en cuyas páginas Gabo menciona 21 veces a su ex jefe. “Vino decidido a ser periodista de profesión y dejar la literatura porque con ésta no había ganado un solo centavo. Por primera vez ganaba un sueldo fijo, de alrededor de 900 pesos al mes”.
El autor de la columna ‘El hombre de la calle’, que El Espectador publica los domingos, vuelve de nuevo a sus reminiscencias, para enfocarse en una de las páginas más enriquecedoras de su alumno en el oficio periodístico. Lo hace en un testimonio que da a este Diario en Bogotá y en el cual rinde también homenaje al escritor que ha regalado al mundo obras cimeras como ‘Cien años de soledad’, ‘Crónica de una muerte anunciada’, ‘El coronel no tiene quien le escriba’, ‘La increíble y historia de la cándida Eréndira y su desalmada abuela’, etc.
Como maestro del creador del ‘realismo mágico’ y del universo macondiano, Salgar no podía faltar en ‘Gabo, periodista’, un libro de 512 páginas que fue presentado el martes pasado en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, en México. Una ceremonia similar se realizará en Bogotá, el 10 de diciembre. La edición mexicana, con 10 000 ejemplares, se publica en coedición con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), el Fondo de Cultura Económica y la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). La colombiana, con 5 000 ejemplares, sale con el patrocinio de la organización Ardila Lülle.
Su artículo precisamente se enfoca en los detalles de ‘Relato de un náufrago’, una serie de reportajes que García Márquez escribió en 1955 para El Espectador, acerca de las peripecias que el marino Luis Alejandro Velasco debió afrontar a lo largo de 10 días en el mar Caribe, sin comida ni agua. Un episodio gris que el genio del oriundo del remoto pueblo de Aracataca, en el Caribe colombiano, transformó en una historia impactante.
‘Gabo, periodista’ es sobre todo una antología de las crónicas del reportero que ha vuelto borrosa la línea divisoria entre el periodismo y la literatura, según resumiera el escritor y ex vicepresidente nicaragüense Sergio Ramírez, durante la presentación del libro en la FIL, el pasado martes 27.
El volumen es también un homenaje al Nobel que, en 1976 en una entrevista con Radio Habana, dejó en claro cuál es su pasión. “Mi primera y única vocación es el periodismo. Nunca empecé siendo periodista por casualidad -como muchas gentes- o por necesidad, o por azar, empecé siendo periodista porque lo que quería ser es periodista”.
Una vocación y una pasión que, al igual que Salgar, Ramírez redescubre en un texto que se centra en un episodio de la turbulenta historia de Nicaragua. “Escogí una crónica de Gabo donde relata la toma del Palacio de Gobierno de Managua. Yo cuento cómo Gabo consiguió hacer este reportaje magistral, donde entra a la realidad a través de estas crónicas”.
Quizá los capítulos más destacados sean los del estadounidense Jon Lee Anderson y del argentino Martín Caparrós. En ‘Mamando gallo en Ginebra: Gabo y los Cuatro Grandes’, el primero desempolva las experiencias del futuro Nobel como corresponsal en Ginebra, en plena Guerra Fría (ver el recuadro con un fragmento que publicó el diario mexicano Milenio). El segundo opta por el sugestivo ‘Seamos machos: hablemos del miedo a volar’.
La periodista colombiana María Teresa Ronderos, en cambio, seleccionó para el libro los “textos costeños” del creador de Macondo. Son escritos que se refieren a la época en que García Márquez colaboró con los diarios El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla, antes de dar el salto a El Espectador. La docente de la FNPI, en particular, destaca de Gabo “la apreciación por los detalles, la observación del paisaje y del entorno. Y también la calidad narrativa, que ya se advertía desde muy joven, en sus inicios en el periodismo…”.
Con el volumen, la FNPI apunta a retratar valores fundamentales, conforme dijo Jaime Abello, el director general de la Fundación creada por el laureado literato. “Temas esenciales para el periodismo, como el contar historias, como los valores éticos, etc., y que creemos que Gabo todo el tiempo los ha encarnado muy bien”.
Justamente, en la dedicatoria aparece un mensaje que resume bien el talante y el homenaje al maestro y figura cimera del ‘boom’ latinoamericano: “Querido Gabo, todo ha sucedido por ti, por tu pasión e imaginación. Te dedicamos este libro y nuestro trabajo de los años venideros con un agradecimiento infinito”.
Y si no bastara con las lecciones de periodismo que en el libro da el escritor, la obra incluye un componente inesperado. Se trata de una de las escasas entrevistas que ha concedido su mujer y musa, Mercedes Barcha.
Fragmento de ‘Mamando gallo’
“En julio de 1955, a los veintiocho años de edad, Gabo viajó por primera vez en avión intercontinental. Un Super Constellation, diseñado por Howard Hughes, lo llevó de Colombia, cruzando el océano Atlántico, con escala en Bermudas y Lisboa, hasta Ginebra. Lo enviaban a Europa como corresponsal de El Espectador. Su primera tarea sería cubrir la reunión cumbre de jefes de Estado de los Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia, a quienes, en aquellos días previos a la crisis de Suez, se les conocía como los Cuatro Grandes.
“Los envíos trasmitidos por García Márquez desde Suiza —entonces, como hoy, un país neutral inquietantemente sereno— son un recuerdo agridulce de un momento casi olvidado de los tiempos modernos, en el que el destino del hombre yacía suspendido entre la esperanza de una paz mundial y la perspectiva de un apocalipsis nuclear, un tiempo, en nuestra memoria colectiva, que se recuerda extrañamente como uno de sencillez e inocencia infantiles…
“El talento de escritor de Gabo le permitió obtener lo más que pudo dentro del ámbito de una fastidiosa tarea en Ginebra, donde no era más que uno entre muchos cientos de reporteros de todo el mundo enviados a cubrir un acontecimiento que se les impedía observar. Sin embargo, sin dejarse inmutar por las circunstancias, y sabiendo que lo mejor que sabía era contar historias, se dedicó a buscar algún buen cuento que narrar, con el ferviente interés de un crítico de teatro que anda suelto merodeando tras bastidores durante los preparativos (…), y comenzó a relatar lo que observaba, en un tono menor de drama (…) y un sentido del absurdo altamente desarrollado…
“La primera primicia de Gabo en Ginebra trata sobre el divertidísimo recuento de una excursión del presidente Eisenhower a una juguetería, La Cochinelle, a comprar regalos para sus nietos. Obviamente, Gabo se divirtió escribiendo “Mi amable cliente Ike”, y compensó su falta de meticulosidad con los hechos involucrando a sus lectores en una presentación paso por paso del paseo del Presidente estadunidense”.