Cuando Felipe Terán hace un repaso de su carrera, hay que estar preparado para una larga historia. No omite detalle alguno de la fundación de Contravía, de su estudio de grabación Coda, que cumple 30 años y, al menos en esta charla, de cómo comenzó todo con el grupo Los Hermanos Diablo, que en principio fue un cuarteto, luego un quinteto, un sexteto, otra vez cuarteto y por el que pasaron casi la totalidad de sus 12 hermanos, aunque solo hubo una mujer, Ana Julia, en la banda.
¿Se ha puesto a pensar que son algo así como la familia Jackson de Ecuador? Brotan los músicos…
A veces he conversado con músicos y decían que es tenaz este gen musical que está ahí. Porque no solo fuimos los hermanos, sino que ahora son nuestros hijos. Aparecen tremendos talentos, de los chicos y las chicas. Uno dice: algo pasa aquí, por qué sigue eso. En mi caso, mis tres hijos estudiaron música. Mateo y Camila son compositores y Joaquín acaba de graduarse de músico y es baterista. Canta, pero no le gusta mucho esa parte del escenario porque prefiere más la producción.
¿Cómo ve que ahora hay títulos universitarios en música?
Hubo gente que se lanzó a apostar a esto. Los chicos están cansados de estudiar lo que los papás le dicen que estudien. Y hay muchos profesionales frustrados que no pudieron estudiar algo que les gustaba sobre todo por dos razones: una, no les iban a apoyar, y otra, no había dónde. Yo nunca tuve dónde estudiar. Jay Byron con Esteban Molina se lanzaron, con el apoyo de la USFQ, a armar una escuela de música y ahí se abrió un espacio que tanto chico soñaba. Ahora hay una explosión de músicos impresionantes, con unos talentos tremendos. Y ya manejan técnica, lectura de música, conocen todo.
Antes había que lanzarse desde lo intuitivo, no desde la formación académica…
En ese tiempo olvídate de maestros de música, salvo que fueras al Conservatorio. Era muy difícil encontrar un maestro. Se aprendía a la brava. Mi hermano Ricardo fue el primero que aprendió la guitarra y lo hizo solo. Yo aprendí mirándolo a él. Aunque luego sí hice estudios de bajo, de canto con Blanca Hauser…
Ya grababa discos con Los Hermanos Diablo, parece que nunca tuvo el drama de todo adolescente de ir de kermés en kermés cargando el amplificador…
No tuvimos que hacer eso de tocar en donde sea para ganarse la papa. Ahora que me haces acuerdo, el sexteto fue muy exitoso. Conocí todo el país y hasta ganamos un disco de oro. Imagínate ganarlo en 1977 por haber vendido 10 000 copias. Cantamos en todo sitio. Grabamos ‘Un beso nada más’, que es con el que ganamos el de oro, para la disquera RCA Víctor. Se lanzó en Los Ángeles para el mercado latino, en México, en El Salvador, en Colombia y Ecuador. Hicimos una gira de promoción. El problema es que no se daba seguimiento. No teníamos un manager que monitoreara qué pasó con el disco. Nunca tuvimos un reporte ni sabemos si funcionó. Sabrá Dios si tenemos regalías guardadas en Estados Unidos o en México.
Y ahí está el tema de los sellos discográficos, que ya casi han perdido sentido de existir…
Si tenías la suerte de entrar y de que te paren balón, invertían; pero ellos un poco manipulaban el trabajo del artista. Decían hay que hacer esto porque si no, no van a meter plata. Todavía hay sellos, y manejan ciertos medios que, de hecho, están desapareciendo. Por ejemplo, invierten en las radios, pautan, como si fuera un comercial, una canción para que suenen cuatro veces diarias por tres meses hasta que la canción se posicione. Hubo una inversión en el artista; buscan organizar shows, y que al menos un par de canciones tenga éxito y que genere otras cosas.
¿Y eso pasa acá?
Con los chicos, en países como los nuestros, no. Además, no les interesa. De hecho, los jóvenes ya casi no escuchan radio. Los vejetes, los cincuentones, todavía acudimos a la radio, pero solamente para ciertas cosas puntuales, pero cada vez menos.
Los jóvenes de hoy…
Son totalmente informados. Yo les oigo hablar de tantos artistas nuevos y uno dice de qué carajo están hablando. Mis hijos me hacen escuchar y son abiertos. Saben quiénes son y les siguen. Y en Coda aportan con su lenguaje, su poder comunicarse con los nuevos músicos, con los nuevos publicistas, que ahora usan una terminología diferente y una mayor referencia de músicos. Uno a veces se tiene que quedar callado cuando ellos dicen “lo tengo claro”. Yo estoy ahí como la experiencia, decirles que estamos haciendo publicidad. Cuando hagan música es otra cosa, pero cuando es publicidad hay gente que te va a decir que gusta, no gusta. Tengo que decir que están yendo muy lejos y en publicidad eso no va a funcionar.
¿Cómo se trata eso con los jóvenes y sus preferencias? ¿Quizá hay algo de arrogancia?
No llega a haber una arrogancia. Más bien es chévere. Son los nuevos términos que se usan, un nuevo lenguaje musical. Es una nueva sonoridad y me dicen nomás que algo no debe sonar así. El trabajo es mediar con las nuevas generaciones porque tampoco es posible decirles que no pongan algo porque el creativo que está del otro lado y los va a escuchar también es de la edad de ellos.
Me habla de esto y siento que la jubilación forzosa se nos acerca
No creo que tenemos que retirarnos. Tenemos que aprender a escuchar cosas nuevas, a tratar de entender nuevos lenguajes y a aportar con la experiencia de uno. Justamente esta combinación puede dar buenos resultados. Los lenguajes van cambiando; es cuestión de ir mezclando, de ir poniendo un poco de lo que ellos hacen pero también un poco de tu esencia. O mejor, hay que cocinar la esencia con nuevas formas, no usar los mismos condimentos que se usaban hace tiempo, sino poner nuevas cosas, pero que la esencia siempre quede ahí.
Trayectoria
Fue parte de Los Hermanos Diablo y del grupo Contravía. Está celebrando los 30 años de su estudio Coda Producciones, donde ha realizado ‘jingles’ publicitarios y han grabado discos varios músicos ecuatorianos. Sus hijos están tomando la posta.