La palabra como una herramienta para que el ser humano exprese su visión del mundo y, de este modo, engrandezca su espíritu. Esta es una de las ideas que se cuelan en una entrevista con Fabián Corral –escritor, columnista de opinión y experto en leyes–, quien recientemente ha sido designado como Miembro Correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; título que lo toma por sorpresa y del que siente “orgullo de ostentarlo, al provenir de una prestigiosa institución del país, y una de las más antiguas”.
Este reciente nombramiento es oportuno para hablar con él sobre los retos que van de la mano en el oficio de la escritura; uno de ellos: los lectores. Para él, la dicha “crisis en la lectoría ecuatoriana” no está sustentada en la falta de buenos escritores, sino en un desinterés de ciertos medios de comunicación por “ofrecer diferentes lecturas para nuevos públicos y alejarse del quehacer político”.
Así, él apunta que es necesario volver la mirada al campo, a la cultura rural, “donde existe una riqueza infinita de historias por contar y sobre las cuales se pueden crear fabulosas narraciones”.
Tal afirmación no es azarosa ni es formulada como producto de su designación como parte de la Academia. Tan solo basta revisar su bibliografía, enriquecida por títulos como ‘El Chagra – Semblanza de un mestizo ecuatoriano’ (1993), ‘La Hacienda’ (1996), ‘Viaje a un país olvidado, Los Andes del Ecuador vistos desde el caballo’ (2001).
Al preguntarle sobre cuál es la fórmula para llegar a un puesto como éste, Corral menciona que existen, por lo menos, dos puntos destacados: una pasión por describir al mundo y su dinámica social, y, por otro lado, ser disciplinado.
Sobre el primer punto, testimonios de esa pasión son dos obras en las que trabaja actualmente y que están próximas a ser publicadas. Se trata del ‘Vocabulario criollo’, texto con, aproximadamente, 1 000 expresiones idiomáticas del mundo rural, y ‘La historia dicha desde las anécdotas’, una visión histórica de la vida en el campo.
Acerca de la disciplina, Corral comenta que el oficio de la escritura requiere cierto grado de rigurosidad que, en su caso particular, pudo alcanzar gracias a la lógica jurídica. “Escribir no sólo es poner palabras sobre el papel. Es un proceso cuya finalidad es emitir ideas que sean coherentes”, apunta.
Aún con propuestas que intentan acercase a un público diverso, él mira que la única forma de entrar en comunión con éste es ofreciéndole textos ricos en contenidos y “embellecidos por la sencillez de la palabra”; sencillez que, como diría Ludwig Wittgenstein, es “no decir nada más que lo que se puede decir”.
HOJA DE VIDA Doctor en Jurisprudencia, Decano fundador del Colegio de Jurisprudencia de la Universidad San Francisco de Quito, consultor en el Banco Mundial, BID, CONAM-BIRF y articulista de EL COMERCIO. Su bibliografía cuenta con más de una docena de publicaciones, varias sobre temas rurales.