Dos ex amigos se disputan una Casa en ruinas

Marco Antonio Rodríguez y Raúl Pérez Torres.

Marco Antonio Rodríguez y Raúl Pérez Torres.

Hace 40 años eran amigos y hoy ni se cruzan un saludo. Marco Antonio Rodríguez, el presidente saliente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), y Raúl Pérez Torres, al cierre de esta edición su probable sucesor, pertenecen a la misma generación de cuentistas ecuatorianos, quizá la última que gozó de los generosos prólogos de Benjamín Carrión, el fundador de esa Casa que nunca fue la misma desde que él la dejó.

Ambos, desde jóvenes, en esos años 60 de revolución de cafetín, fueron militantes de la izquierda. Algunos de sus relatos testimonian ese tránsito. Ambos decían ser escritores comprometidos. A esos escritores que aún en los años 80, cuando apareció la primera generación de talleristas bajo la tutela de Miguel Donoso Pareja, gritaban “yo soy un escritor comprometido”, los de la revista literaria La Pequeña Lulupa les dedicaron un chiste en su contraportada: “¡qué vivan los novios!”, con la CCE de fondo.

Con las relaciones rotas y a la expectativa de que la justicia penal dirima sobre las elecciones del 1 de agosto pasado, Rodríguez simplemente apela a circunstancias de la vida como causantes de este distanciamiento: “A veces la vida, las circunstancias o cuestiones de orden ideológico-político, o simplemente el tiempo que es perverso, desgastan las relaciones. Pero yo no lo considero mi enemigo” o, como prefiere también decir “es parte del indescifrable corazón humano, por no decir el roñoso corazón humano”.

“Yo conozco su atormentado corazón; he sido su amigo en estas labores literarias”, dice por su parte Raúl Pérez Torres. Le dolió, según contó a este Diario, la carta que envió Rodríguez a Jaime Nebot invitándolo a su posesión y le decía que incluso Lucio Gutiérrez estaría presente.

“En la carta me insultaba a mí, a Iván Égüez, a Jaime Galarza y decía que ninguno de nosotros le llegaba a los talones, en palabras textuales. Fue algo que me dolió mucho. Luego de la pena del dolor de perder un amigo, ahí quedaron las cosas. Alguna vez nos encontramos y me dijo: ‘hermanito de mi vida, perdóname todo’”, recuerda Pérez Torres.

Las cosas, sin embargo, no quedaron iguales; Marco Antonio Rodríguez abandonó su despacho de la avenida 6 de Diciembre el miércoles pasado, y Raúl Pérez Torres volverá a donde estuvo entre el 2000 y el 2004, uno de los períodos en que tampoco la CCE llegó al lugar en que debiera estar, a pesar de que defiende su gestión: “la Casa desde hace ocho años no tiene convocatoria. Conmigo los intelectuales de todo tipo y de toda edad la llenaron. Era una casa viva en la que estuvo Fidel Castro, las Madres de Plaza de Mayo, Rigoberta Menchú, Evo Morales, Hugo Chávez, el poeta brasileño Thiago de Mello y grandes escritores de América y del mundo”.

Esos invitados y la concentración de militantes de Alianza País para posesionarlo simbólicamente es algo que para Rodríguez debe alertar a todos: “Él representa legítimamente un binomio identificado con el actual régimen y yo he sido y seguiré siendo crítico y no tengo miedo. Yo escucho con mucha pesadumbre que en el pueblo ecuatoriano se está inoculando el miedo, y yo me pregunto ¿miedo a quién, a qué?”.

“Yo creo que debe haber una autocrítica”–dice el pintor Pavel Égüez, aliado de Raúl Pérez Torres en esta cruzada por volver a la CCE–. Raúl está frente a una nueva oportunidad de convocar a múltiples sectores de la cultura”.

“Yo no conocí de su gestión porque viví fuera del país. Sé que no fue muy buena, pero Raúl es la mejor opción y se comprometió, firma mediante, con un grupo de trabajadores del arte para gestionar una verdadera transformación de la CCE”, afirma el dramaturgo y director teatral Iván Morales. Bajo estricta confidencialidad, un trabajador de la CCE apunta a dos errores de la gestión de Pérez Torres: “Incorporó a su familia y no queda claro qué pasó con los fondos de la Campaña Nacional del Libro y la Lectura”.

“Es verdad”, en cuanto a la familia, “pero no lo es en cuanto al dinero”, explica Pérez Torres. “Desde el primer día dije que mi esposa estaría allí como una militante de la vida. No cobró un centavo y me ayudó a desarrollar el Área de la Mujer Nela Martínez. Mi hija sí tuvo sueldo, pero ella es una profesional de la televisión, estudió aquí y en Europa y creó el espacio de la televisión. Ahora es preferible que mi familia me fortalezca desde la casa y no en mi trabajo”.

Lo de los fondos es algo que le enfada: “Iván Égüez tenía un convenio de lugar porque juntos fuimos los que pensamos en la Campaña. Empezaron a editarse libros de los mejores autores ecuatorianos a USD 1. Nadie lo ha hecho. Hasta Fidel Castro me preguntó cuál era la fórmula. Cuando terminé me gestión, retiró su proyecto de ahí. No puedo entender que ante proyectos reales haya ese tipo de mezquindades”.

El poeta Iván Carvajal mira con escepticismo este proceso y por todo lo vivido por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en una decadencia paulatina desde la década de los 60: “Es el reflejo de una institución que está muerta en un clima que se resume en esa actitud indigna de los intelectuales y de esa izquierda corrompida”.

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