Dos obras bajo su dirección se han presentado en ediciones pasadas del Festival Internacional de Teatro Experimental Mythos e Itsi Bitsi. Ahora, este mismo festival lo trajo para que dictase talleres sobre procesos creativos y lenguaje teatral. Bajo el cielo de Quito, constantemente atravesado por aviones, Eugenio Barba toma asiento. Su cabello cano y su tez bronceada anticipan una blanca sonrisa y un enérgico apretón de manos.
Antes de las preguntas bromea sobre los medios y el poder, sobre el presidente italiano Silvio Berlusconi. Luego se abstrae un segundo en el agua que cae dentro de una pileta, en el patio de la Alianza Francesa (Quito).Allí, su infancia fue impregnada por los valores de la religiosidad católica y de la familia burguesa de la cual proviene. Por ello, el choque cultural fue fuerte cuando, en 1954, la vida le llevó a Noruega. Por ejemplo, en Italia consideraban la colonización de Abisinia (África), por parte de los italianos, como un acto de civilización; mientras que para los noruegos era una guerra barbárica. Entonces, la experiencia y el pensamiento le demostraron cuán relativo es lo que se aprende de los padres.
Como emigrante descubrió nuevos horizontes culturales y forjó una ética personal que lo mantiene al frente del Odin Teatret (Dinamarca), desde 1963. Es decir, frente a 22 personas que aunque trabajan en colectivo subrayan las diversidades culturales que los componen.
En sus pies, que se muestran dentro de unas sandalias de cuero, guarda la reminiscencia de los pasos dados en sus viajes de juventud. Cuando, tras las lecciones del teatrista polaco Jerzy Grotowsky, se fue a conocer otras culturas. Tiene en su ser los saberes del teatro No, del Kabuki, de la danza Butoh, del Kathakali y de otras expresiones orientales, que supo empatar con el teatro europeo occidental.
Eso derivó en el conocimiento y la identificación de principios transculturales que utilizan todos los actores-bailarines y, por consiguiente, en la concepción de la Antropología teatral. En ella, la presencia física del actor es de suma importancia y postula la unicidad de precisión y energía en los movimientos. Además, estos deben partir del pensamiento y el actor debe existir antes de representar.
Piensa en el teatro como algo plural y rudimentario. Plural por las tantas escuelas y formas. Rudimentario porque en la sociedad actual el espectáculo más popular es la TV. Sin embargo, no le preocupa ver las salas de teatro casi vacías. “El marxismo es algo que no muchos leen, hasta que una minoría lo utiliza para que tenga consecuencias. La física cuántica no tiene un apoyo masivo, pero rige al mundo. Lo fundamental es dejar huellas”.
En Europa –señala– solo el 10% de la población va al teatro. Luego, pregunta si en el Ecuador es así, adivina el gesto y, entre risas, suelta: “¡¿hay más actores que público?!”. La ironía golpea. Pero Barba encuentra interesante que a pesar de la supremacía de las realidades virtuales y de que la tecnología tome más espacio, las nuevas generaciones se aproximen al teatro’ es como si este pudiera satisfacer urgencias, es como saciar un hambre.
A sus ojos el teatro es un pequeño virus, que persiste en vivir. En este mundo virtual, Barba ve en el teatro la última relación que supone una pareja (actor y espectador). “Ahora todo se puede hacer sin interlocutor, incluso, hijos”’ y sus dientes vuelven a aparecer en el rostro bronceado.Tres órganos forman su concepción del teatro: el ‘bios’, el ‘ethos’ y el misterio. Al primero y al segundo los define, pero al tercero aún no lo entiende: “es la situación que raramente vivimos, cuando un espectáculo nos sacude profundamente, un temblor que nos cambia la vida”.
Ese órgano, el misterio, es el que lo mantiene en conflicto, en tensión, o sea haciendo teatro. Barba no se ve retirado en un club campestre viviendo de su jubilación, no se hace a esa idea. A sus 74 años, y con la trascendencia que ha tenido la Antropología Teatral en las artes escénicas actuales, se lo tiene por maestro. Una posición que asume, pero que al mismo tiempo le hace reír. En el pequeño pueblo de Dinamarca donde vive, es casi anónimo su reconocimiento mundial, y ello le ha permi-tido encontrarse en su dimensión verdadera: acepta la res-ponsabilidad sobre sus pala-bras y sobre sus decisiones.
Solo en el teatro -dice- el actor puede encontrar el momento de la verdad: “Como cuando perfilas el estoque ante el toro (el espectador), pero esta vez no lo matas, sino le das una carga de vida, para compartir la bestialidad y descubrir espiritualidad, inocencia, optimismo’”.
Seis veces Barba se ha detenido mientras habla, pues el paso de los aviones le molesta. Es el ruido, el ruido contra el que se enfrenta para hallar la precisión del gesto, para controlar el fluir de sus energías, para evitar que la sociedad le coma…