Hacía tiempo ya que el público quiteño reclamaba al otro componente de esa triada de artistas que apareció a finales de los ochenta con fuerza reveladora en Cuenca. Pablo Cardoso estuvo hace poco con ‘Lago Agrio -Sour Lake’, Tomás Ochoa aún exhibe su antológica ‘Relatos transversales’; y faltaba aquel que ahora nos convoca: Patricio Palomeque.
‘La otra parte de la diversión’, su obra escogida entre 1989 y 2012, se exhibe en la sala Joaquín Pinto de la Casa de la Cultura. Es una invitación vehemente -como solamente el arte contemporáneo puede extender- hacia la fiesta, el juego y la reflexión.
Con Palomeque se puede trazar las líneas de ese triángulo de artistas. En 1989, una de sus primeras muestras se dio junto a Cardoso y al cumplirse la primera década de los 2000, las estéticas de sus más recientes trabajos (Multitudes u Horizontalmente, entre otros) empatan con algunas propuestas de Ochoa, pues también entran en un juego de apropiaciones sobre la imaginería político-social y la representación paisajística (o territorial).
Sin embargo, también hay distancias entre los caminos que cada uno ha tomado. Para el crítico Rodolfo Kronfle, Ochoa se volcó hacia lo decolonial con un imaginario simbólico de la conquista; y Cardoso, a un diálogo con la imagen fotográfica sobre el paisaje como un contenedor de significados culturales. Mientras que de Palomeque señala sus inicios con la neofiguración, las posturas críticas que expresa en sus instalaciones y los registros que pertenecen a temas identitarios, pero siempre con un goce estético y formal; además, considera que es el más diverso y experimental.
Ahora, siguiendo esa individuación que propone Palomeque, nos hallamos ante su obra, en una exhibición que bien muestra sus procesos y sus propuestas: la peculiaridad de sus visiones, el gesto único de sus expresiones, la otra parte de la diversión, (de la cual no nos privamos, a pesar de la precaria disposición de la sala, para una obra de estas características; problema sorteado apenas por el esfuerzo museográfico).
En las pinturas de los años 90, el arte de Palomeque se hace de un neoexpresionismo violento, con un trazo rabioso y apasionado, como si en cada línea se escapasen sombras y demonios, para asaltar el lienzo. La tosquedad y lo accidentado de las figuras se funde hasta velarse en los chorreados y las explosiones del acrílico. En esas veladuras y fragmentaciones, lo sexual se despoja del cuerpo, para existir en atmósferas matéricas, que amenazan con evaporarse o diluirse. Con ello, si el cuerpo femenino es la chispa del deseo, este muta en fantasma ante la imposibilidad de asirlo. Los personajes en las pinturas de Palomeque se construyen de fracturas, no hay orden sino asimetría; y en el espacio de lo incompleto, en la ausencia de la imagen, aparece la ilusión, lo que se busca ver.
Además, otra tensión se suma a la descomposición de elementos sobre las telas: la presencia del lenguaje escrito. Cristóbal Zapata, curador de ‘La otra parte de la diversión’, en los textos del catálogo, se refiere a la dislexia y disgrafia de Palomeque, resultado de la obligada ‘corrección’ a la que fue sujeto en su educación temprana por ser zurdo. Pero antes que con lamentos, el artista responde con incorrección, con la rebeldía y marginalidad de sus cuadros, donde el yerro o el gazapo son asumidos y significados: la disgrafia se erige como otra forma de asir malamente el deseo.
Hay en el arte de Palomeque una resignificación de la historia, del arte, la política, la religión… una resignificación con relectura, crítica e ironía sobre las instituciones, las formas de representación, las imposiciones y las dinámicas de la sociedad. Eso se da sobre la libertad de un lienzo sin marco o con el brillo del pan de oro. Este último material esta presente en Centro, donde los entornos urbanos, núcleos de memoria o focos de infección, son fotografiados (en un caos de reflejos y dobleces) y expuestos con ese material decorativo tan barroco y divino, por su parentesco con lo colonial.
En las instalaciones, Palomeque taladra billetes, pega billetes, adormece billetes, repiensa al dinero -ese artilugio cotidiano-, cuando pierde su valor funcional y no queda sino como sombra de una identidad, como la huella estática de quien siguió caminando. La moneda inexistente se va sumando en distintas piezas como pagando un crimen ante la memoria, como reincidiendo en el peso de la economía sobre la sociedad. Y ese peso imponente es también cualidad del amor o del poder, domeña al individuo bajo sus caprichos, tal cual aquel perrito que no deja de mover la cabeza ante la ventisca, en la instalación ‘Siempre te diré que sí’, un juego humorístico que toma elementos ‘kitsch’.
La apropiación de imágenes se da también en sus Multitudes, donde fotografías de protestas callejeras son intervenidas y retocadas para beatificar a sus protagonistas. Y un Palomeque más calmo acaso se da a contemplar el paisaje y a hallar en los secretos y las esencias del viaje, de la vida, del trayecto sin destino fijo.
Hacía tiempo ya que el público quiteño reclamaba a Patricio Palomeque… aquí esta para con su gesto darnos una vuelta por ‘La otra parte de la diversión’.