Materiales que podrían estar en los botaderos de basura de repente se visten de colores, se reforman, adquieren significado. Ese significado pudo ser explorado por quienes, el sábado por la tarde, se acercaron a la plazoleta del Ministerio de Agricultura, para ser cómplices del undécimo Festival de Arte en la Calle.
A los pies de la inmensidad institucional y burocrática que significa ese edificio en pleno sector de movimiento comercial, se hallaba un escenario modesto, algunas carpas y la gente en vaivén, un publico itinerante: difícilmente alguien se queda para presenciar todas las actividades programadas por Dínamo.
El espacio estaba intervenido por las instalaciones que resultaron del taller con Shrine, artista estadounidense que pasó por Quito, dialogó con sus lugares y dejó una marca en su gente. A base de madera y latas, él erigió un altar. Los talleristas, en cambio, crearon figuras antropomorfas, colorearon pirámides, pintaron múltiples ojos, abrieron una ventana para la vegetación en medio de tanto concreto, fundieron bichos de metal…
Los colores de los objetos creados en el taller eran solo comparables con los de las prendas de vestir de esa especie de subcultura que suele asistir a estos eventos. Ellos y ellas tienen su aire, entre lo autóctono y lo cosmopolita, jóvenes alternativos y urbanos, consumidores del espacio público, apostándole a la novedad.
El festival, en esta edición, se dejó llevar por un mensaje medioambiental; todo giró en torno a ello, desde las ya mentadas instalaciones hasta los productos que se ofrecían en las carpas de la feria artesanal. El ingenio de los artesanos al servicio de la naturaleza -y de algún dinerito que compense su labor- se mostraba en retazos de pantalones de jean reutilizados en manillas o en un corsé, en botellas plásticas destruidas y convertidas en accesorios y en cuadernos de papel reciclado.
De pronto una niña salta por allá en medio de sonrisas, en la esquina el apuradito empieza a pitar aunque en el semáforo aún titila la luz roja, el heladero toca la campana y otro le clava los dientes a su sánduche: tantas imágenes para alimentar la bitácora del día. Y sobre ese compendio visual, una música que varía del ska al reggae, con los grupos que alternan sobre la tarima, cada uno con su onda, pero todos frescos.
El festival estaba ahí para quebrarle la monotonía al sábado, bajo el sol o por la noche, en medio de calles transitadas, el público pudo mezclarse con algo de arte.