Escritora sobreviviente de Auschwitz compara al holocausto con Estado Islámico

"Sigo con un campo de concentración en mi cabeza", dice 70 años después de su liberación de Auschwitz la escritora y cineasta francesa Marceline Loridan-Ivens, quien relata en el libro "Y tú no regresaste" aquella "inhumanidad" que la hirió para siempre y que ahora ve revivir en el Estado Islámico (EI).

"Hay un paralelismo increíble... Se negocia para ver quien va a destruir esa organización Daesh (acrónimo árabe de EI) que decapita a la gente, que corta cabezas como en la Edad Media más retrógrada. Es lamentable", deplora en una entrevista Loridan-Ivens, que ve extenderse sobre el mundo y sobre Europa nubarrones de peligro.

Su libro salió a la venta en enero en Francia, cuando se cumplían siete décadas de su liberación de
Auschwitz-Birkenau, y ya ha sido traducido y editado en dieciocho idiomas, incluidos inglés, chino, alemán y ahora español por la editorial Salamandra.

El mundo se le antoja a Loridan-Ivens "muy, muy inquietante", pues a las atrocidades del Estado Islámico hay que sumar las masacre en enero del semanario Charlie Hebdo y del supermercado judío de París, y el drama de los refugiados sirios.

La travesía de esos refugiados por Europa y su instalación en campos hace revivir en Loridan-Ivens amargos recuerdos de su pasado, cuando fue deportada junto a su padre por su doble condición de judíos y resistentes en la Francia de Vichy.
Salomón tenía poco más de 40 años y Marceline, apenas 15.

Antes de ser separados su padre le dijo: "Tú sí volverás porque eres joven, pero yo no regresaré". Una profecía grabada en su mente, al igual que el número 78 750 que lleva tatuado en su brazo izquierdo.

Él fue internado en Auschwitz, ella en Birkenau. "Los historiadores -escribe en su libro- los unen con un simple guión, el mayor campo de exterminio del Tercer Reich. Separados por terrenos, barracones, torretas de vigilancia, alambradas, crematorios y, por encima de todo, la insoportable incertidumbre sobre lo que le ocurría al otro. Parecían miles de kilómetros, solo eran tres".

Solo tuvieron dos contactos: en una ocasión se cruzaron en un camino, ella se abalanzó a sus brazos y los guardias los separaron a golpes. Perdió el conocimiento y al despertar tenía un tomate y una cebolla que le había dejado su padre "protector".
Y en otra ocasión le hizo llegar un trozo de papel con un mensaje, supone que era de ánimo, solo recuerda el principio ("Mi querida niña") y el final (su firma: Shlome", en hebreo).

Ahora, a sus 86 años, escribe "Y tú no regresaste" como una carta a corazón abierto, por momentos desgarradora.
Desgarradora es, por ejemplo, la imagen que nunca olvidará de una niña pequeña a la que acababan de separar de sus padres, caminando con la mirada perdida, y aferrada a su muñeca, hacia la cámara de gas.

La primera vez que se desnudó ante un hombre fue frente al sádico doctor nazi Josef Mengele, conocido como "El ángel de la muerte". Él era el que seleccionaba a los que iban a morir.
Cuando fue deportada medía 1,46 metros y calzaba un 33. Poco creció desde entonces y su figura menuda, y derecha como una vela, está coronada por una cabellera pelirroja como el azafrán.
De la cámara de gas le salvó su determinación de estar delgada, de "aguantar un poco más" y que mintió sobre su edad cuando llegó al campo, donde los menores eran sistemáticamente asesinados.

Por eso nunca quiso tener hijos, "para que no sufrieran las consecuencias de todo aquello".
"Intentaba -rememora- resistir por todos los medios para no ir a la cámara de gas. Muy rápido me di cuenta de lo que pasaba allí: lo sabíamos, lo veíamos, lo olíamos, se olía a kilómetros a la redonda" el olor de los cadáveres quemados.

"Vi llegar a 480 000 judíos húngaros en varias semanas, de los que quedaron apenas 20 000 para trabajar. Los otros fueron enviados al gas. Yo misma cabe zanjas para quemarlos", continúa.

Y es que "en el infierno uno se ensucia las manos", reflexiona Loridan-Ivens, pero matiza que incluso allí, aunque pocos, había también destellos de "humanidad", de "solidaridad".
Su libro "no cura las horrorosas heridas" es, además de una carta de amor a su padre, una llamada de atención de una de las últimas supervivientes del holocausto.

La escritora está preocupada por el "antisemitismo presente aún en Europa" y por el auge del islamismo, del que piensa, en línea con las novelas de Michel Houellebecq ("Sumisión) y Boualem Sansal (2084), que es "muy inquietante" y podría incluso llegar al poder.

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