Gabriel García Márquez dijo de él que ningún escritor extranjero, mucho menos un estadounidense, había dejado tantas huellas “a su paso por los sitios menos pensados” de Cuba.
Y él mismo dejó constancia de su amor por la isla: “Amo este país y me siento como en casa”. Ernest Hemingway, el autor de “El viejo y el mar” que se suicidó un 2 de julio de hace 50 años disparándose en la boca con una escopeta de dos caños, pasó la tercera parte de su vida en Cuba, donde escribió una parte significativa de su obra.
“Yo siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba”, afirmó en una carta a un amigo. “Donde un hombre se siente como en su casa, aparte del lugar donde nació, ése es el sitio al que estaba destinado”, escribió en otra ocasión.
Medio siglo después de la muerte del autor de “Por quién doblan las campanas”, Ada Rosa Alfonso Rosales, directora y “guardiana” de la casa donde vivió el escritor, la Finca Vijía, defiende la “cubanía” del Premio Nobel: “Hemingway vivió, amo y escribió en Cuba”.
“Amó a Cuba y era un norteamericano cabal, un hombre universal, un escritor para la presente y futuras generaciones, un mito, una leyenda”, declaró a AFP la directora del museo, Ada Rosa Alfonso.
“Los estadounidenses lo conocemos en los libros, bibliotecas o museos, pero en Cuba hay una tradición oral sobre su vida. Está vivo en el paisaje cubano. Para comprenderlo hay que venir aquí”, afirmó la nieta del editor de Hemingway, Jenny Phillips, quien asistió a un coloquio en el hotel por el 50 aniversario de la muerte del escritor.
Hemingway llegó a Cuba por primera vez en 1928, acompañado de su primera mujer, Paulina Feiffer, pero fue su tercera esposa, Martha Gelhorn, quien buscó y encontró la Finca Vigía, que Hemingway compró en 18.500 dólares, con dinero proveniente de los derechos de autor de “Por quién doblan las campanas”.
En la Finca Vigía, situada en una pequeña colina de San Francisco de Paula, en las afueras de La Habana, terminó “Por quién doblan las campanas” y escribió “A través del río y entre los árboles”, “París era una fiesta”, “Islas del Golfo” y, por supuesto, “El viejo y el mar”, la “novela cubana” por excelencia. La Finca Vigía “es un buen lugar para trabajar, porque está fuera de la ciudad y enclavada en una colina”, declaró Hemingway en una entrevista de la época.
Un periodista que estuvo “tras los pasos de Hemingway en La Habana”, Ciro Bianchi Ross, resume su vida en Cuba con muy pocas palabras: Amó, hizo amigos perdurables, bebió y compartió su trago con los pescadores de Cojímar e, incluso, inventó un daiquirí especial que lleva su nombre.
Pero, además, en Cuba escribió “El viejo y el mar”, la novela en la que, según él mismo dijo, encontró el tono literario que había buscado toda su vida y que le valió el Pulitzer y le dio la fama que lo impulsó al Nobel. Hemingway, como dijo García Márquez, dejó sus “huellas digitales” en los lugares “menos pensados” de La Habana. No sólo la Finca Vigía.
Detenida en 1939, su habitación de hotel exhibe a los visitantes su máquina de escribir con una hoja de papel, sus anteojos y un lápiz en una urna; del armario cuelgan un chaleco de safari y otro de torero, en su cama unos libros y revistas.
La habitación 511 del hotel Ambos Mundos, donde se recluía para trabajar, su butaca favorita en el legendario bar Floridita y su silla con vista al mar en La Terraza de la playa de Cojímar, recuerdan su vida en Cuba, esa “isla larga, hermosa y desdichada”, como la describió en “Las verdes colinas de África”. García Márquez pudo constatar que Hemingway se metió “dentro del alma de Cuba mucho más de lo que suponían los cubanos de su tiempo”.
Ada Rosa Alfonso Rosales cuida con amor y primor la Finca Vigía desde 2004, protesta contra quienes “ignoran, minimizan o tergiversan la importancia de Cuba en la vida y obra de Hemingway”.
Hemingway “amó a Cuba antes y después de la Revolución”, dice al salir al paso de una vieja polémica y en un alegato contra quienes sostienen que el escritor “huyó” de La Habana para no volver nunca más por miedo al “fantasma comunista”.
En un extenso trabajo de investigación, basado en documentos desclasificados del FBI y cartas del novelista, Alfonso Rosales afirma que Hemingway se pronunció “claramente” por la “necesidad histórica” de la revolución y que no se fue por voluntad propia, sino que “fue conminado a abandonar Cuba” por Washington e incluso “llamado a cambiar” sus declaraciones públicas a favor de Castro.
“Hemingway fue un norteamericano con apego a su tierra natal, pero se sintió definitivamente cubano”, dijo la directora de la Finca Vigía. Con sus 43.000 metros cuadros de extensión, rodeada de casi medio millar de árboles de mango y palmas reales, la Finca Vigía está tal como la dejó el escritor cuando abandonó Cuba, con sus 9.000 libros y la vieja máquina “Royal” en la que escribió parte de su obra.
Su yate “Pilar”, en el que salía a pescar aguja y, según la leyenda, a ubicar y perseguir submarinos nazis por encargo de la embajada americana, está expuesto en la parte baja del jardín.
Para nada recuerda más la presencia del escritor en Cuba que el célebre daiquirí que inventó en La Habana: ron “helado sin azúcar, pesado y con la copa bordeada de escarcha”, como lo describe el protagonista de “Islas del Golfo”.
Cincuenta años después, el daiquirí de “Papa Hemingway” es la especialidad del Floridita: Dos líneas de ron, un golpe de limón y dos raciones de hielo frappé.
Se fue el 25 de julio de 1960 y falleció un año después, precisa Alfonso. Pero aclara: “no murió, vive en Cuba. Hemingway es inmortal”.
La mayoría de estudiosos dicen que Hemingway dejó Cuba porque estaba enfermo, algunos que por presión de la embajada estadounidense y otros que por desencanto con la revolución que triunfó en enero de 1959.