En diversos foros, cursos y talleres se escuchan discursos y experiencias sobre la educación, en diferentes niveles y ciclos. Si bien reconocemos que, en ciertos casos, hay avances, en buena medida prevalecen las quejas matizadas por las incertidumbres sobre viejos problemas.
La idea en este ensayo es revisar los problemas y convertirlos en oportunidades, para mejorar la educación desde lo micro, es decir, desde las aulas, antes que desde el aparato oficial que se muestra distante del quehacer diario de profesores, padres de familia y estudiantes.
Escenarios
Al sistema educativo se lo puede mirar desde tres ámbitos: micro (las aulas); meso (los planteles); y, macro (el ministerio de Educación). En el modelo tradicional, la estructura (establecida en las leyes, reglamentos, instructivos y organigramas) marca el paso de una agenda que se repite todos los años, al ritmo del calendario escolar que registra los días de clase, los horarios y las asignaturas fijadas por el currículo oficial. Y, por supuesto, la gestión de autoridades, maestros y estudiantes.
Esta estructura es rígida y obligatoria, y solo se detiene durante el período de vacaciones y cuando hay una emergencia local o nacional (apagones, temblores y elecciones), o cuando se producen huelgas y paros de ingrata recordación. La estructura se diferencia de la infraestructura, que incluye edificios y equipamiento, y de la superestructura que tiene varios significados: el contenido de un texto, los documentos de trabajo y la filosofía que fundamenta las prácticas pedagógicas.
Tipos de educación
Existen numerosos estudios sobre los tipos de educación que imparten los profesores. En realidad, no puede concebirse una educación aséptica o neutra; siempre hay una intencionalidad, que se inspira en teorías pedagógicas que dan sustento al currículo, a los métodos y a los sistemas de evaluación. Las principales teorías pedagógicas son el conductismo (estímulo-respuesta-refuerzo); el constructivismo (el alumno es protagonista del aprendizaje); y, el eclecticismo (combina elementos conductistas y constructivistas).
Las tendencias mencionadas han sido enriquecidas con la irrupción de las tecnologías de información y comunicación, que han convertido a los centros educativos en modelos híbridos, que combinan lo tradicional con lo digital.
La educación convencional
La mayoría de docentes opta por la educación convencional; es decir, por el sistema que siempre ha funcionado. Y no hay otra alternativa que repetir…hasta la jubilación. Este modelo “reproduccionista” rige y se ampara en la costumbre, en lo formal, usual, normal y habitual. Y en ocasiones, el cambio, las alternativas de cambio o transformación asustan e incomodan porque implican más trabajo y sacrificio.
Krishnamurti y la rebeldía reflexiva
Jiddu Krishnamurti, uno de los filósofos más carismáticos del siglo XX, nacido en el sur de la India y educado en Inglaterra, reconoce que la educación convencional mata la verdadera educación. Expresa “que nuestra educación nos inculca el miedo a ser diferentes de los demás, a pensar de manera distinta a los patrones establecidos por la sociedad”. ¡La estandarización de los saberes aniquila la creatividad!
Y añade: “La gran mayoría de personas (profesores) no tiene un verdadero espíritu rebelde e inconformista, y se rinde a las presiones del entorno… Nuestra civilización actual que divide la vida en compartimentos, ha privado a la educación de sentido, la ha dejada relegada a aprender una profesión o una técnica determinada, en vez de despertar la inteligencia integral del individuo”.
“La educación debería ayudarnos a descubrir valores permanentes, para que no nos conformemos con meras fórmulas y eslóganes. Debería ayudarnos a derribar las barreras sociales y nacionales en vez de reforzarlas. Desgraciadamente, el sistema actual de educación nos vuelve serviles, mecánicos y extremadamente irreflexivos. Aunque nos hace intelectualmente más despiertos, internamente nos vuelve incompletos y anquilosados, sin creatividad”, reafirma Krishnamurti.
Su propuesta es elocuente: “Los sistemas educativos no cambian misteriosamente: se transforman cuando se produce un cambio fundamental en nosotros. La persona es lo que importa, no el sistema, y mientras la persona no comprenda el proceso total de su propia existencia, no habrá sistema, ni de derechas ni de izquierdas, que pueda traer orden y paz al mundo”.
Ken Robinson y el ecosistema
¿Saben cuánto tiempo pasan los chicos y chicas frente al televisor, las computadoras y celulares? ¿Qué escuela está preparando para futuro?, pregunta Ken Robinson, catalogado como el mejor profesor del mundo.
“La idea de organizar un sistema educativo probablemente es una mala apuesta”, dice el científico. Y añade: “Tenemos que ser más creativos, más innovadores. Pensar en el ecosistema. Es duro decir, pero hemos creado escuelas antagonistas al aprendizaje. La estructura ha matado a la misión de educar”.
Ken Robinson afirma que la escuela actual se parece a una fábrica del XX. Este tipo de educación cumple ciclos, prioriza los resultados y prepara “productos” donde el estudiante es receptor pasivo de información, y en consecuencia el control ha matado al aprendizaje. Estudios recientes confirman la reflexión de Robinson. La información –que no es sinónimo de conocimiento-, y la actividad cerebral en este caso es comparable a “ver” la televisión.
La escuela del futuro tiene que reinventarse. Esta reformulación debe articularse con la economía (la producción de conocimientos); con la cultura (el respeto a la diversidad); con la sociedad (la ciudadanía y el ambiente); y con cada persona en particular (su proyecto de vida).
La nueva escuela debe partir de otros parámetros porque la inteligencia artificial está aquí, la robótica, la Internet de las cosas, y las nuevas profesiones en ciernes: los vigilantes on line, los conductores de drones, los brokers personales y otras.
Según Robinson el “elemento” de inflexión –aplicación de estas ideas- es responder con creatividad e innovación a lo que queremos hacer. La educación –la verdadera educación- nace de cada ser y sus talentos pueden y deben convertirse en habilidades. Por eso es urgente recuperar el “elemento” más sensible de la educación: el arte, la música, la filosofía, la danza, el teatro, el dibujo, la oratoria y el juego.
El nuevo “elemento” consiste en abrir espacios para la innovación. Y que los niños recobren la pasión por aprender, porque “si normatizamos la educación matamos el cambio”. Para ello, Robinson plantea el perfeccionamiento continuo de los profesores y la autoevaluación permanente. “La nueva estrategia de todos los sistemas educativos es reformular una alfabetización universal, mediante la creatividad y la innovación”.
Las micro revoluciones
Mientras todo cambia, la creación del conocimiento corresponde a los científicos, y la gestión del conocimiento a los docentes. A los docentes nos corresponde formar personas, en aquello que podemos -más que contenidos que están en la Internet y los textos escolares-: combinar los saberes con la vida.
¿Cómo? Tenemos tres ámbitos evidentes: el currículo (abierto y flexible); el método científico (problemas, causas y efectos); y, evaluación (hétero-co-autoevaluación). Y una estrategia clave: las micro revoluciones o innovaciones (en las aulas).
En el ámbito universal, los cambios en la educación han sido fruto de “batallas culturales”. En ámbito micro, la innovación está en las aulas, antes que en los despachos de los ministros. Y estas micro revoluciones dependen de los docentes.
Algunas pistas
La meta es desplazar el (des)aprendizaje hasta el (a)prendizaje, sostiene María Acaso, mediante la creación de alternativas que reemplacen los modelos hegemónicos. ¡Hay que recuperar la pasión por el conocimiento, la efervescencia por lo intelectual y el compromiso con la verdad, desde los jardines de la infancia hasta la universidad!
Para lograr lo anterior,según la profesoraMaría Acaso, el profesor Ken Robinson y otros,es necesario: pasar del simulacro a la experiencia; trabajar por proyectos -comenzar por el proyecto de vida, luego, y paralelamente por los proyectos científicos, éticos y sociales-; aprender haciendo -aprendizaje por competencias-; emigrar de una educación pasiva a una activa y participativa; asumir los problemas como puntos de partida para los aprendizajes colaborativos; considerar los contenidos -no para transmitir, sino para construir autocontenidos con los propios estudiantes-; integrar los conocimientos con la vida (transdisciplinariedad) mediante debates y talleres -la fragmentación es mala consejera-.
Tender puentes entre los estudiantes, las aulas y el mundo exterior; pasar de lo abstracto a lo tangible; incorporar el arte mediante el juego (las manualidades no son ejes de la educación artística); recuperar el cuerpo y el movimiento como catalizador de acciones, en vez de ser el cuerpo una piedra pesada e inmóvil; fomentar el aprecio por la música, la lectura (un libro por mes) y el amor a la historia; postular ideas performativas (verbos para actuar, sentir y mejorar); enseñar la cultura visual; fomentar la solidaridad y los valores humanos (en tiempos de crisis); pasar de una educación basada en la evaluación a una evaluación basada en el aprendizaje (pensar en metodologías disruptivas); integrar a las familias al proyecto educativo de centro (escuelas para padres).
Convertir a cada estudiante en un investigador (la curiosidad es clave); enseñar programación (informática aplicada desde la educación básica); organizar ejercicios de evacuación ordenada en caso de eventos catastróficos (temblores, incendios, inundaciones); elaborar un portafolio (cada estudiante elabora una bitácora de su aprendizaje); crear ambientes saludables (no violencia activa, vacunas, peso, visión, audición, nutrición, desparasitación); respetar la equidad de género (no discriminación); descubrir la maravilla de la naturaleza, recorriéndola, respetándola, amándola; organizar un banco de nuevos conocimientos; crear detonantes (buenas noticias de impacto, de sorpresa, sugeridos por los alumnos); enseñar con lo inesperado-; preparar ciudadanos sensibles y críticos (no quejosos ni culpabilizadores).
En resumen, los maestros y no maestros tenemos que optar: seguir haciendo más de lo mismo, fortaleciendo la mediocridad o innovar la educación desde las aulas, en la dirección de los seres humanos y la defensa de la naturaleza, en ciudades cuidadoras, antes que seamos programados por las estructuras ministeriales y las máquinas.