Evitar la tentación de percibir las artes solamente por la vista, compartir las sensaciones de los no videntes y darles a ellos también una experiencia estética. Al dejar ‘los ojos fuera’ no se puede ver las paredes negras de la sala A del primer piso del Centro Cultural de la PUCE, menos aún observar cómo la iluminación pinta de sombras y reflejos todo lo expuesto allí.
Eso sí, al silencio del salón se imponen los pasos de los visitantes y alguna risilla que se escapa de la experiencia de acariciar los moldeados y las cerámicas que componen la muestra ‘Tocar, mirar, sentir’, que desde el 28 de octubre se exhibe en aquel lugar, con la colaboración excepcional de la Galería Táctil del Museo de Louvre.
Estas piezas corresponden a réplicas de 16 esculturas clásicas grecorromanas y de 16 figurillas de culturas precolombinas que habitaron el territorio del actual Ecuador (de estas también se exponen en vitrinas los originales pertenecientes al Museo Weilbauer. Estas sí se deben ver).
Las manos de los visitantes se posan en los rizos de yeso de algún poeta griego, en la ocarina Guangala de arcilla, en la escritura braille que identifica a las piezas; así el tacto se despierta y los ojos descansan tras un antifaz’
Acercándose al moldeado de la Venus de Milo, Roberto Urrutia se deja llevar por el guía. Sus manos sienten el movimiento serpenteado que se percibe en ese cuerpo sin brazos y de busto redondeado; la caricia sube hasta el rostro de expresión clásica y él se detiene, se acerca y sus labios casi rozan los de la efigie, fríos e inmóviles. El hecho trae a la memoria el relato mitológico de Pigmalión y Galatea, de aquel escultor chipriota que se enamoró de su creación y a quien los dioses bendijeron convirtiendo a la doncella de mármol en mujer real.
Dos réplicas de menor tamaño también representan a esta escultura y muestran cómo se da la reproducción mediante el pantógrafo, instrumento que permite ampliar o disminuir diseños.
De la Venus de Milo y la textura de la resina que hace su moldeado, el visitante puede pasar a otra sensación, a otro material, a otra Venus, la de Valdivia. Esta representación femenina, símbolo de la fertilidad, se presta a la manipulación mediante su réplica en arcilla. Entonces se palpa su vientre abultado y se piensa en su carácter ritual. Junto a ella están vasos antropomorfos o vasijas globulares, de las que el tacto recrea una imagen en la mente, una imagen que no llega por los ojos.
A las manos de Urrutia se han sumado más manos. Entre todas se turnan para sentir el cuerpo del Gladiador Borghese, que en el siglo I a.C. esculpió el cincel de Agasio de Efeso. El soldado en posición de defensa, en medio del combate, se presenta de cuatro maneras: el moldeado en tamaño natural, el de su reducción que data de l siglo XVII , el interpretado en bronce y su representa-ción en dos dimensiones según cuatro ángulos de vista. El tacto descubre todas esas formas.
También el tacto se topa con un fragmento zooantropomorfo de La Tolita o con las garras de león que se aferran de la espalda de Milón de Crotona, en el moldeado que retrata al atleta. Por su parte, la caricia es lenta, cuando las manos tocan el rostro de Laocoonte, el sacerdote apolíneo que fue devorado por un monstruo marino junto a sus hijos y que desde su quietud transmite el dolor más atroz.
El tirador de la espina y el chuzalongo con su gran sexo, la ninfa de la concha y el danzante Jama Coaque, todos cobran vida, como en el mito clásico, cuando los ojos no ven, pero las manos sí…