El nacimiento de Jesucristo, desde los relatos bíblicos, hasta las incontables narraciones que lo toman como referencia o hecho, se establece como un motivo para la escritura y la literatura.
Sea desde la contemplación que propone la poesía, la reflexión en el ensayo o los acontecimientos del relato, la Navidad se presta a la exploración de la pluma y a la visión de los autores.
Cuatro escritores ecuatorianos han prestado su tiempo y su palabra para que este Diario dedique un espacio a esta celebración. Ellos son el poeta cuencano Cristóbal Zapata, la narradora guayaquileña Solange Rodríguez, la escritora quiteña Lucrecia Maldonado y el esmeraldeño Édgar Allan García.
Algunos se han dado a la tarea de buscar en su obra un texto que gravite entorno a la Navidad, otros han aprovechado la fecha para soltar su creatividad.
El tema ha sido tomado desde la ternura del nacimiento, desde los símbolos que componen esta celebración o desde la forma en que se la vive en la sociedad actual y como implica o excluye a los individuos. La solidaridad y demás valores, que despiertan en diciembre de su letargo, entran en la literatura.
El ingles Charles Dickens, mediante los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras, inmortalizó esta fecha en, acaso el más reconocido relato sobre esta celebración, ‘Canción de Navidad’. Ahora, aquí se muestra una muy breve selección de textos literarios, que buscan el deleite estético y, ¿por qué no?, la reflexión…
Cristóbal Zapata
El poeta, crítico literario y de arte nació en Cuenca, en 1968. Es autor de los libros: ‘Corona de cuerpos’ y ‘Jardín de arena’, al que se pertenece este poema.
Poema de Adviento
En el vientre de la madre
el hijo crepita y tiembla
como un racimo de uvas
sacudido por el viento.
¿Cómo crecerá esta
inesperada creación
concebida en la vendimia
de los cuerpos?
Azorado y crédulo
el padre espera su descenso
del paraíso vegetal,
como las frutas maduras
se desprenden
para ser otro cuerpo
y otra sangre,
el vino ardiente de la vida.
Vehemente y curioso
arrima su oreja al tambor
materno, y escucha
tal si viniera de muy lejos
la melodiosa percusión de la luz.
Lucrecia Maldonado
La escritora quiteña (1962) ha publicado cinco libros de cuentos, novelas, literatura juvenil, poesía y ensayo. Además , es profesora de enseñanza media.
Inocencia
Niño Jesús que quisiste
ser pobre/
pobre y pequeño entre
pajas y heno/
Niño Jesús que quisiste
ser bueno/
desde la frágil visión de
ser hombre/
Niño Jesús que dejaste
el divino/
cielo de estrellas sin
pena ninguna/
para morir una noche de luna
y así probar el rigor del destino
en esta noche de bruma
y misterio/
en que la gente festeja y regala
y nadie siente tu angustia
escondida/
entre el aroma de incienso
y sahumerio/
cuando una lágrima
tibia resbala/
siento tu luz encenderse en mi vida.
Solange Rodríguez
La escritora, guionista y crítica literaria, nació en Guayaquil en 1976, estudió en la Universidad Católica. Ella mantiene el blog ‘El lugar de las apariciones’.
Navidad en el manicomio
El manicomio en vísperas de Navidad, enciende todas las luces. Esa noche no importa mucho que sea una casa de salud modesta pagada con auspicios de la beneficencia, los administradores no escatiman gastos. Se vuelve un faro capaz de apreciarse a kilómetros de distancia. C
uando los conductores que atraviesan la carretera se cruzan con la residencia enceguecen y los niños sonríen. La directora, mujer de intuición y ciencia, está convencida de que en la oscuridad es donde se gesta la locura, así que ha entregado a los médicos baterías y linternas, y a los jóvenes pasantes, una caja de fósforos, por si acaso hace falta iluminación. Así, esa noche en el centro del patio, locos y cuerdos (algunos doctores deciden no pasar las festividades en casa por voluntad propia) arman una hoguera que canta melodías improvisadas y terapéuticas que dejan brillando por varios minutos esa parte de la tierra.
Algunos, los más delirantes, permanecen en el patio esperando ver caer nieve, pero como el manicomio está en el trópico, por lo general llueve.
Después, sigue la celebración. Todos, muy juiciosos, hacen una hilera para recibir de manos de los enfermeros chocolate frío y pastel recién horneado, también obsequios que el comprador compulsivo ha realizado a última hora y que son arbitrarios pero se agradecen, aunque cada quien no recibe lo que espera. Ni el que enloqueció de amor recibe una carta ni el sádico obtiene la vara que necesita; pero sonríen, algunos con los labios pintados, otros sin dientes. Únicamente la mujer monstruosa, que ha permanecido oculta bajo la mesa de las frituras, aguarda con el corazón inquieto que ese enorme regalo que aún no entregan a nadie, sea lo que necesita: manos de cartón para terminar de construir al compañero que está armando en su cuarto y al que cruelmente la obligan a quemar en una fiesta similar a fin de año.
Édgar Allan García
Nació en Guayaquil pero se presenta al mundo como esmeraldeño. Es autor del libro ‘Cuentos de navidad para todo el año’ (Norma, 2009), además de novela y poesía.
El hombre de la esquina
Éramos tres, número mágico. El plan consistía en atrapar ladrones in fraganti en los días previos a la Navidad. Todos habíamos sido asaltados varias veces, así que decidimos hacer justicia por nuestra cuenta. La interpretación de Isabela era extraordinaria: disfrazada de viejecita, nadie diría que solo tenía 23 años.
La idea era que se mostrara como la típica víctima fácil que caminaba desprevenida por las calles atestadas, llevando bolsas enormes en las manos. Martín y yo la seguíamos a poca distancia, hasta que algún ladrón se abalanzaba sobre ella.
Entonces Martín entraba en acción con su experiencia en artes marciales, mientras yo sacaba el paralizador. Entre ambos, los reducíamos en cuestión de segundos y en seguida llamábamos a la Policía. Esa era, digamos, nuestra “diversión navideña” que duraba hasta comienzos de enero.
Nunca imaginamos lo que sucedería la Nochebuena del 2007. En una esquina se hallaba, lo reconocimos enseguida, el hombre que habíamos ayudado a arrestar el año anterior. Su rostro nos resultaba inolvidable porque, mientras hacíamos la denuncia, juró a gritos que se vengaría de nosotros. Sentí un correntazo helado subiéndome por la espalda cuando lo vi avanzar hacia Isabela con algo en la mano.
Martín, también sorprendido, tardó en reaccionar. Las piernas me pesaban como si estuviera dentro de una pesadilla. Todo sucedió demasiado rápido y, en un segundo, vi a Isabela darse vuelta con el rostro desencajado, al tiempo que el hombre se escabullía entre la multitud.
Nos acercamos angustiados para socorrerla. Para nuestro asombro, no tenía un solo rasguño. Nos abrazamos temblando, al borde del llanto. Isabela entonces levantó la mano, en ella tenía una carta arrugada. La leímos ahí mismo, en medio de la avalancha de gente. En ella, con letra menuda, el hombre nos agradecía por haberle cambiado la vida.