La edición conmemorativa del cincuentenario de esta novela, trae entre sus páginas valiosos estudios. Se presenta el 4 de octubre, en la Flacso.
Las marcas de otros en la novela
“…haber leído muchos libros de aventuras, creído en la tesis de Sartre sobre la literatura comprometida, devorado novelas de Malraux y admirado sin límites a los novelistas norteamericanos de la generación perdida, pero, más que a todos, a Faulkner. Con esas cosas está amasado el barro de mi primera novela, más algo de fantasía, ilusiones juveniles y disciplina flaubertiana”, dice Vargas Llosa y así resume el panorama de sus influencias.
Pero entre las líneas que llegan hasta ‘La ciudad y los perros’ se cuentan también ‘El retrato del artista adolescente’, de James Joyce; ‘El retrato del artista cachorro’, de Dylan Thomas; ‘Las tribulaciones del estudiante Törless’, de Robert Musil y ‘Los ríos profundos’, de Arguedas. Y en el joven Vargas Llosa ya reposaban la prosa existencialista de Camus, así como la poesía de Rimbaud, Mallarmé y Baudelaire. Este último se muestra en el peruano a través de sus apetencias por la binariedad: el contraste entre lo permitido y no permitido, la transgresión y la atracción por el ideal.
Flaubert, además de la disciplina, sentó en el escritor arequipeño un valioso consejo: “el narrador, debe, como Dios, estar presente en todas las partes de la historia y no ser visible en ninguna de ellas’.
Marco Martos, quien abre los estudios de la edición conmemorativa, extiende las lecturas del autor y las resonancias en su novela, hasta Homero y Dante, para luego saltar a Balzac, Tolstoi o Dostoievsky.
Pero fue Faulkner -dice Víctor García de la Concha- quien le enseñó el uso del pluriperspectismo, los saltos en el tiempo, la incorporación simultánea de varios narradores, la amalgama y confusión de voces y la multiplicación de historias paralelas.
Del ‘boom’ para el mundo
Tras jugar con los posibles títulos (‘La morada del héroe’, ‘Los impostores’, ‘La ciudad y la niebla’), finalmente llegó ‘La ciudad y los perros’; que editada por Carlos Barral, sorteando la censura franquista y premiada con el Biblioteca Breve de 1962 empezó a andar por el mundo.
Ya por esos años una horda de narrativas latinoamericanas empezaba a andar por sobre el mundo y la novela de Vargas Llosa se sumó en esa andadura a ‘El siglo de las luces’, de Alejo Carpentier; ‘La muerte de Artemio Cruz’, de Carlos Fuentes, y ‘Rayuela’, de Julio Cortázar.
La edición conmemorativa por el cincuentenario de ‘La ciudad y los perros’ recoge, además, los artículos de Javier Cercas, Carlos Garayar, John King y Efraín Kristal, quienes dan sus lecturas sobre esta novela hispanoamericana que saltó hacia el mundo y ha incidido en él, por 50 años.
Personajes que ceden ante la animalidad
El Jaguar, el Boa, Alberto, el Esclavo, Higueras, Gamboa, Teresa, La Malpapeada son nombres que difícilmente pueden perderse de la cabeza una vez terminada la lectura de ‘La ciudad y los perros’.
La cantidad de personajes y de entes que caminan entre los espacios y las páginas de la novela han hecho que Marco Martos tense una línea entre la novela del peruano y la ‘Divina Comedia’. Pero también que los otros estudiosos incluidos en la edición conmemorativa busquen y atraviesen las sicologías y los motivos de los ya nombrados. Se narra cómo llegan al Leoncio, tras las vicisitudes y decepciones previas, más que nada para “hacer hombres”.
El trazo de los personajes se abre a la animalización, el Leoncio Prado es un zoológico donde un oficial tiene pasos de gaviota, otro dientes de piraña y los estudiantes aúllan. Allí habitan los ‘perros’, los alumnos menores, quienes para desfogar el despertar sexual además de los prostíbulos, se dan a la posibilidad del bestialismo. Todo para hablar de la ambigüedad moral de los actos humanos.
Además, los personajes representan cada uno una perspectiva distinta del narrador.
Ciudad, colegio, los espacios concretos
“Para Vargas Llosa no hay acción verosímil sin el establecimiento de espacios físicos concretos”, dice José Miguel Oviedo en el estudio La primera novela de Vargas Llosa. La historia debe ocurrir en lugares determinados -usando nombre de calles y barrios ciertos-, que precedan al acto de imaginarla, es decir que transpone artísticamente los espacios.
El aspecto espacial en ‘La ciudad y los perros’ se trata como un juego binario, de oposiciones y complementaciones. Los dos centros de la novela son el Colegio (Leoncio Prado) y la Ciudad: un micro y un macrocosmos. Bajo el sistema educativo, las individualidades de los personajes se esfuman y la disciplina es un fin, que se erige contra sí mismo, pues un mundo de prohibiciones oficiales, produce otro, de violaciones; entonces el Colegio, si bien también es caricatura del hogar, es universo de clasismo, machismo, actos de bestialismo…
Pero la novela también mira afuera sea en los otros tiempos de los personajes o a través de Teresa. El espacio extramuros incide en la vida encerrada del colegio, pero a la vez se manifiesta como una ampliación de los conflictos colegiales.
El autor
Del cadete al Premio Nobel
La experiencia de dos años en el Leoncio Prado de un adolescente Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) fue definitiva para la creación de ‘La ciudad y lo perros’. Allí, en el colegio, el escritor accedió -apunta José Miguel Oviedo- “a una de las realidades que serían decisivas para la formación de su mundo ficticio: el de las jerarquías militares”.
Desde ‘Los jefes’, hasta ‘El sueño del celta’ la novelística de Vargas Llosa cosecho títulos de hondura formal y temática, ejemplos son: ‘Conversación en la Catedral’, ‘La tía Julia y el escribidor’, ‘Pantaleón y las visitadoras. Darío Villanueva también señala en la producción de Vargas Llosa su línea ensayística. En la que se hallan ‘La orgía perpetua’ o ‘Cartas a un joven novelista’. En el 2010 obtuvo el Premio Nobel, sumándose a una lista de autores de habla hispana y a otra de latinoamericanos (la primera Gabriela Mistral y el último Octavio Paz).