cultura@elcomercio.comBrasil y Ecuador suscribieron un Protocolo de Intenciones para el desarrollo de acciones culturales. En representación de Ecuador firmó el entonces ministro de Cultura, Ramiro Noriega, y por Brasil lo hizo el ministro João Luiz Silva (conocido como Juca) Ferreira. Brasil es uno de los países latinoamericanos con mayor experiencia en el desarrollo de políticas públicas para la cultura. El ministro Ferreira da cuenta de algunos de esos avances.
¿Por qué se privilegia en el Protocolo el ámbito de la cultura afrodescendiente y el del Patrimonio?
Consideramos estos puntos fundamentales porque dan oportunidad de cooperación mutua y concreta. Por ejemplo, en mayo se realizará en Brasil un Encuentro Iberoamericano -Agenda Afrodescendiente de las Américas-, al cual asistirán gestores ecuatorianos como Papá Roncón.
¿Y en Patrimonio?
Estamos creando un Centro Regional de Formación para técnicos en Patrimonio, al que irán técnicos de Ecuador. Queremos enfocarnos en la formación también de gestores en África.
¿Qué podría compartir Brasil con Ecuador en la inclusión de la cultura afro?
Cada país tiene una realidad diferente. En Brasil siempre ha existido apertura a la cultura afro, pero existen diferencias sociales, de derechos y de oportunidades. Todavía hay racismo.
¿Cuánto ha avanzado la integración en materia cultural de la región?
Nunca hubo un clima tan poderoso para esa integración latinoamericana como ahora. Tenemos todos que aprovecharla.
¿Cuáles debieran ser los primeros pasos?
Creo -y no pienso que sea solo un sueño- en la posibilidad de constituir un mercado común latinoamericano y caribeño para los contenidos culturales que se producen en nuestros países. Un mercado que dé la posibilidad de crear políticas y sistemas comunes.
¿Cuál sería la salida?
A los ministros de cultura de la región nos corresponde crear un sistema de cooperación y circulación de bienes culturales. El cine, por ejemplo, precisa de grandes presupuestos y mercados para desarrollarse.
¿Cómo realizar esa idea?
Todos apoyamos esa idea pero es necesario hacer un esfuerzo. Los latinoamericanos tenemos un gusto particular por la retórica y, sin duda, esta tiene un papel importante para crear un paraguas que abarque todo. Pero es preciso pensar en puntos concretos y hacer esfuerzos sectoriales para materializar esa voluntad de cooperación y compañerismo.
Hace poco fue a Galápagos. En su calidad de miembro del Comité de Patrimonios Mundiales de la Unesco, ¿qué impresión tuvo?
He visto el esfuerzo importante que el Gobierno ecuatoriano está haciendo para resolver los problemas de Galápagos, muchos de los cuales son de largo plazo. Ciertamente yo apoyo la idea de que las islas salgan de la condición de Patrimonio Amenazado.
¿Así, sin más?
Pienso que hay que poner algunos condicionantes; por ejemplo, un cronograma de enfrentamiento concreto de los problemas. Pero el esfuerzo del país me parece meritorio.
En el XVII Foro de Ministros de Cultura de América Latina se mencionó la necesidad de la democratización de los medios de comunicación. ¿Cómo lee Ud. la propuesta?
Es delicado. Cierta prensa piensa que puede decir cómo debe ser un país, lo que debe y no debe ser realizado, por encima de la democracia. Muchas veces cuando no les gusta un presidente lo persiguen. Eso no es saludable, no es libertad de expresión. Eso es usar la libertad en provecho de pocos y de intereses menores.
¿Cómo debería ser?
Debe ser una posibilidad de crítica. El gobierno no funciona sin crítica. La prensa puede cumplir un papel trascendente. Nadie debe ser molestado o perseguido por una opinión. El delito de opinión no debe existir nunca en una democracia.
Pero existe en la práctica.
Debe haber controles sociales sobre el uso de esa libertad expresión, para que no se convierta en un cáncer que corroa la democracia y que impida que la voluntad popular se exprese en acciones políticas y en políticas públicas.
¿Cómo garantizar que se cumpla ese derecho?
La libertad de prensa es un patrimonio de la población, de la sociedad, de un país y no solo de dos o tres propietarios. La solución no es impedir el funcionamiento de la libertad de expresión, sino, al contrario, educar a toda la sociedad para que esa libertad de expresión sea un instrumento poderoso y revitalizador de refuerzo de la sociedad.