De García Márquez (tema inevitable -y cliché- cuando uno habla con un escritor colombiano) se contagió de la voluntad de escribir y vivir de eso. Nada más; bueno, admite que también hubo un intento de novela hace 20 años, cuando tenía 18: realismo mágico chorreando por todos lados. “Creo que esto no se lo he contado a nadie… Por fortuna no la terminé, se debe haber perdido; hubiera sido vergonzoso que eso viera la luz”, cuenta sonreído, siempre hablando pausadamente, casi bajito, Juan Gabriel Vásquez, quien vino Quito a promocionar su obra ‘El ruido de las cosas al caer’, ganadora del Premio Alfaguara de novela 2011.
Convencido, con el tono de quien hace una promesa, dice que el Premio no le alterará sus ritmos literarios -una novela suya no sale en menos de tres años, asegura-. Pero la rutina ya se la cambió; lleva de gira promocional desde el 4 de mayo y todavía le queda para rato: el fin de año lo encontrará en la Feria de Guadalajara (México). Y él está fascinado. “Tengo una perversión: me gustan los aviones y los aeropuertos. Aprovecho para leer mientras vuelo y espero, porque ya no tengo espacio para tres o cuatro horas de lectura seguidas desde que nacieron mis hijas”. De eso, hace seis años; son gemelas: Carlota y Martina. Tienen los nombres que el protagonista de su novela, Antonio Yammara, desecha para bautizar a la suya, que es Leticia.
Con Antonio, sin que ‘El ruido de las cosas…’ sea autobiográfica, Juan Gabriel Vásquez comparte varias cosas; la abogacía como profesión -en el caso de Vásquez trunca-, pero sobre todo la costumbre del miedo. Y ahí empieza esta historia que, como dice su autor, es un intento de entender a Colombia desde la vida privada de la gente; especialmente desde el miedo, que se volvió normal para toda esa generación de colombianos que nació en los años 70.
Y con un café con leche, las maneras más cuidadas y el ruido ambiental de un ajetreado ‘lobby’ de hotel empieza esta conversación.
¿Qué es la violencia para Colombia?
Hay historiadores a los que no les gusta que se diga esto: Colombia es un país que desde su independencia tiene una historia ininterrumpida de violencia. Ha habido muy pocos años de paz y lo que choca es la idea de que sea algo inherente a la condición de país; yo no creo eso porque no soy un determinista, pero sí creo que es muy extraño el talento que ha tenido el país para reinventar la violencia, que además no surge de una sola causa.
En la novela, Antonio no puede volver a la calle donde fue atacado y trae a colación la historia de ‘Casa Tomada’ de Cortázar (esa que iba expulsando a sus habitantes poco a poco). ¿Es Colombia una especie de ‘ casa tomada’?
La metáfora con el cuento de Cortázar se da porque esa era la sensación que yo tenía cuando vivía en Bogotá. Durante mi vida adulta ahí, yo sentía que la violencia me iba robando barrios para siempre, o bien porque los asociaba a un hecho violento, me hubiera marcado directamente o no; o porque eran lugares que objetivamente habían sido tomados por una delincuencia y una violencia rampantes. Entonces la ciudad se me fue reduciendo mucho durante esos años. Y esa era mi sensación cuando me fui del país: Bogotá se había convertido en una especie de ‘casa tomada’.
En algún momento en la novela Elena Fritts dice en su mal español: “Todos somos escapados”. ¿Usted es un escapado?, como tanta gente de su generación…
Yo también me lo pregunto. Yo no me fui de Colombia expulsado por la violencia, o no por eso solamente. Me fui porque quería ser un tipo de escritor…
¿Y en Colombia no podía?
Pues probablemente sí podía, pero no el tipo de escritor que yo quería ser, que es una idea un poco abstracta y difícil de probar.
¿Qué tipo?
No lo puedo definir. Pero hay una larga tradición latinoamericana de salir de tu país para buscar medios que sean menos hostiles al trabajo literario, en términos económicos; donde uno pudiera ganarse la vida escribiendo si está dispuesto a trabajar y si se tiene un mínimo talento. Y me parecía que Colombia no era ese país; no me arrepiento de haber salido.
¿Cómo es esa generación colombiana de los años 70, a la que pertenece y de la que tanto habla Antonio?
Es una generación definida por el hecho de haber crecido junto con el negocio del narcotráfico. Las palabras de Nixon de “guerra contra las drogas” son de 1971; yo soy de 1973, que es el año en que se fundó la DEA. En fin, es el momento en que nace todo, por eso nosotros alcanzamos a conocer una Bogotá relativamente tranquila, una ciudad vivible… Y somos también la generación que fue creciendo a medida que la ciudad se convertía en ese lugar hostil donde estallaban bombas y mataban a políticos. Nosotros tuvimos una niñez tranquila, en la adolescencia vimos las transformación y llegamos a la vida adulta al mismo tiempo que el narcotráfico llegaba a su mayor peligrosidad, su vida adulta también.
¿Es una generación que tiene miedo?
Es una generación que se acostumbró a vivir con el miedo. Todos recordamos las estrategias para tratar de llevar una vida más o menos normal, que eran estrategias de tiempos de guerra; de saber que nos podía pasar algo, y por eso llevar siempre una moneda para tener cómo llamar en caso de que haya una bomba y comunicarte a decir que estás bien.
¿Qué simboliza para esa generación, y quizá para todo colombiano, la Hacienda Nápoles (territorio mítico de Pablo Escobar)?
Pues mira, yo fui con 12 años al zoológico de Pablo Escobar en la Hacienda Nápoles.
¿Igual que Antonio fue a escondidas de sus padres?
Sí, porque para mis padres hubiera sido absolutamente prohibido visitar la propiedad de un narcotraficante. Pero los padres de un amigo no tenían tantos escrúpulos, por eso pude visitar el zoológico que había ahí. Y recuerdo muy bien esa sensación de culpa, de decir estoy haciendo algo que no se puede, pero al mismo tiempo sentir que es fascinante… Y creo que eso es una metáfora de lo que le pasó a Colombia con el narcotráfico. Había una clara condena hacia esto, pero a la vez caíamos fascinados. Así empezó la admiración por la riqueza fácil, que cambió mucho los estándares morales del país. Esa contradicción nuestra se materializa de alguna manera en esa hacienda.
¿Se reconocería como un ‘huérfano ficticio’ de algo, como los muchos huérfanos ficticios que dejó el narcotráfico en su niñez y adolescencia (sus padres eran apresados y a ellos les decían que habían muerto)?
Soy una persona que ha dejado su país, su vida de familia, su religión (católica) y diría que soy casi un ateo militante… Entonces para mí ha habido una ruptura con todo lo que yo era; rompí con mi carrera (abogacía) y con todo lo que se supone que tenía que hacer, y eso durante mucho tiempo generó en mí una sensación de orfandad, de vivir a la intemperie, porque nada me estaba protegiendo.
¿Cuál es su relación con Colombia ahora,15 años después de haberla dejado?
Es una relación mucho más rica de lo que era antes de que yo publicara ‘Los informantes’, que es mi primer libro sobre Colombia. Tardé mucho en escribir sobre Colombia porque tenía una relación muy hostil con mi país y sentía que no lograba meterlo en mi literatura, que es una manera que tenemos algunos de entender algo y acercarnos. Cerca del 2002 empecé a entender que precisamente no entender a mi país era una razón para escribir sobre él. Después he escrito tres novelas obsesivamente colombianas y mi relación con el país es mejor. Porque he podido entenderlo y vivir en él aunque sea en la literatura.
En varios momentos de la novela hay ruidos, sonidos, y quisiera saber ¿cuáles son los ruidos que le gustan?
Es curioso para alguien que haya escrito esta novela con este título, pero yo soy un obsesionado del silencio. El silencio es algo muy importante para mí…
¿Solo cuando está creando o siempre?
Siempre. Me gusta mucho la música, pero no soy una de esas personas que necesita constantemente sonidos de fondo. Me gusta el silencio, me gusta ese ambiente que se crea en la cabeza cuando no estoy escribiendo, pero en el que puedo estar con mis pensamientos.
¿Y qué ruidos le molestan?
Me molesta mucho la gente que habla sin decir nada. Y los latinoamericanos somos expertos en eso; más los políticos. Hablar sin decir nada, para mí es un ruido y me molesta particularmente.
En el libro se saca a colación el concepto de “la línea de sombra de un hombre” (de Joseph Conrad), ese momento en que toma el control de su vida…¿Cuál es su línea de sombra como escritor?
Mi línea de sombra sería ‘Los informantes’, porque es mi primera novela de verdad. Yo publiqué dos novelas con 23 y 25 años, que luego he llegado a odiar.
¿Las tiene escondidas?
Claro, incluso ni se mencionan en las solapas de mis otros libros. Son muy malas y nunca entenderé que las hayan publicado (risas).
HOJA DE VIDA
Juan Gabriel Vásquez
Nació en Bogotá y vivió allí hasta los 23 años, cuando partió a Francia a hacer un doctorado en Literatura; se quedó en Europa para poder ser escritor. Desde 1999 vive en Barcelona.
‘El ruido de las cosas al caer’ le mereció el Premio Alfaguara este año. En ella transita por el miedo que nace de la violencia.