Revelar la criatura que habita piel adentro de cada uno, no supone necesariamente desollar al vecino; hay espacios y momentos más acordes para ello. Uno de los mejores está en el Centro de Arte Contemporáneo, bajo el nombre de ‘Laberinto en el espejo’: es la muestra de Lorena Cordero.
Esta exposición reúne tres series trabajadas por la artista desde el 2009, en orden cronológico son: ‘Egos’, ‘Érase una vez’ y ‘Ánima’. Los lienzos que soportan las imágenes de Cordero dan cuenta de la fotografía, de la pintura, del arte digital y demuestran que mientras más se desdibujan los límites entre las disciplinas, mayor es la amplitud de la exploración. Y tamaña empresa solo es consecuente con la guía de las emociones y un argumento filosófico.
Al momento que se recorren las salas, con la mirada degustando los cuadros, cabe la decrepitud y el abatimiento, la belleza que precede al espanto o el pavor que sucede a la pérdida de la inocencia. Ese paseo por la muestra significa la apertura de los ojos ante el reflejo, cierto y adimensional, que nos sorprende en el cristal.
“Las tres series son una excusa para escoger arquetipos, personajes o temas que puedan fotografiarse y nos ayuden a reflejarnos”, dice Lorena.
Así, en ‘Érase una vez’, están los cuentos infantiles, historias que nos acompañan desde la cuna hasta la tumba, pues desde la niñez nos conforman e identifican. Para ‘Egos’, ¿acaso existe algo más propio que el pecado? No, hasta para llegar a la virtud este se hace imprescindible. Y en ‘Ánima’ se usa la máscara del payaso para transgredirla y llegar no al personaje que entretiene desde cualquier escenario, sino a la persona tras esa risa pintada de rojo.
Hay una cuestión muy teatral que atraviesa la muestra, tanto desde la composición escénica de cada cuadro, como en el juego de representaciones que se permiten los sujetos retratados. Y si bien uno se siente tentado a reconocer a la persona que habita entre los vestidos y los oropeles (entre otros: Roberto Frisone, María Fernanda Restrepo, Octavio Do Barros o Manuel Calisto), lo que supera a la tentación es la complicidad con las emociones expresadas por Cordero.
En ‘Érase una vez’ hay una observación al interior de los cuentos de hadas. No como la versión Disney de ellos, sino desde una relectura de Lorena, acaso más cruda (entiéndase crudo por real). En su versión se muestra lo que pudo haberles pasado a los personajes: una Caperucita que carga la experiencia de haber sido atacada por el lobo; Pinocho encerrando a su conciencia; Hansel y Gretel invadidos por la culpa, el uno alcohólico y la otra obesa; un gato con botas bandolero tras las rejas… La reconstrucción va por lo ‘dark’, por lo tétrico y, a la vez, cercano. En ese espacio que se abre entre la ficción feérica y la ficción realizada por Cordero, se levanta un diálogo de psicologías, un espacio para que el trauma adquiera gesto, para que las sensaciones posean al cuadro.
[[OBJECT]]
Cada cuento se resume en una imagen, y a cada una corresponde un texto escrito por Lorena o por Simón Brauer, pareja de la artista. No es un texto explicativo, sino que funciona por sus alusiones, por su poética.
El proceso creativo de Lorena surge de sus emociones, pero el resultado puede ser diferente de lo que tenía en mente. Las ideas varían según el azar y el juego inherente al arte. En ese lapso la fotografía se abre a la fantasía y la máscara cede ante el sentimiento. Es así que, en ‘Ánima’, la agresión, la depresión, el desconsuelo, la asfixia, el dolor, o la pena anulan la presencia del maquillaje.
Con la manipulación digital, las fotografías acumulan volumen y textura. La saturación del color, la intervención en la luz, el endurecimiento de los contrastes, el ordenamiento de la composición, se corresponden a los extremos que habitan en la imagen. Cordero consigue estirar la tensión entre la aglomeración de elementos y la revelación del gesto, logra inquietar más allá de la puesta en escena. Tal es ‘Egos’, que grafica los pecados, a la vez que nos confirma humanos al identificarnos ante los cuerpos tristes, ante el engaño y el ridículo, ante las vanidades y las especulaciones de cómo queremos vernos… sin vernos.
La museografía se asume desde lo laberíntico y se relaciona con la estética de las imágenes, es una invitación para que el visitante se pierda en el laberinto y se halle en el reflejo, lo quiera o no.
Sobre la muestra , el libro y las series de Lorena Cordero
‘Laberinto en el espejo’ se encuentra abierto hasta el 25 de marzo, en el Centro de Arte Contemporáneo. Entrada libre.
Cordero también diseñó un libro-objeto de lujo, que recoge las series fotográficas y textos alusivos a ellas.
Las tres series se han planteado como una exploración en la dualidad del ser humano: ficción y realidad.