Abobakr es un joven médico nacido en el sur de Yemen. Se presentó como voluntario para ayudar a pacientes afectados por covid-19 en su país, sumido desde hace seis años en una guerra civil que lo divide actualmente en tres partes: una en el norte controlada por el movimiento islamista Houthi y dos en el sur, bajo el dominio de los separatistas y de los partidarios del presidente Al–Hadi.
Su testimonio forma parte del recientemente publicado reporte ‘Como si la guerra no fuera suficiente’, del Comité Internacional de la Cruz Roja. Dificultades como la falta de recursos e insumos para luchar contra la infección por coronavirus en uno de los países más pobres del planeta son solo parte de los obstáculos, en un entorno en el que en cualquier momento surgen rumores como el de que los galenos inoculan inyecciones letales a los pacientes. Esto empuja al personal sanitario a preocuparse por su propia seguridad, en lugares donde todos se ven como enemigos.
Los recientes intercambios de hostilidades entre Israel y las milicias palestinas de Gaza dejan lejano el pedido de un alto al fuego realizado el 23 de marzo del 2020 por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, al que se unió el Consejo de Seguridad de la ONU casi cuatro meses después, con la finalidad de pelear contra el “único enemigo en común” de la humanidad: el SARS-Cov-2. En septiembre, en vísperas de la Asamblea General del organismo, el funcionario advirtió que la falta de contacto personal puede incidir de forma negativa en las iniciativas pacifistas realizadas desde la diplomacia.
El razonamiento es obvio: los territorios con sistemas de salud destruidos y millones de personas desplazadas y refugiadas son mucho más susceptibles al virus.
Sin embargo, una comparación realizada por el investigador Tobías Ide, de la Universidad de Melbourne (Australia), muestra que la posibilidad de una desescalada en las zonas conflictivas no es proporcional al riesgo de que sus crisis humanitarias se ahonden aún más a causa de la pandemia, e incluso puede ocurrir lo contrario. Solo para poner un ejemplo, en Iraq la emergencia sanitaria provocó que la coalición internacional que apoyaba al Gobierno haya detenido entrenamientos militares y misiones conjuntas, así como retirado tropas. Como resultado, el grupo terrorista Estado Islámico (EI), aunque afectado en sus finanzas por la caída mundial del precio del petróleo, se aprovechó de esta debilidad del régimen para expandir su control territorial y lanzar algunos ataques.
Marius Mehrl (Universidad de Essex – Reino Unido) y Paul W, Thurner (Universidad de Munich – Alemania), analizando datos en tiempo real sobre enfrentamientos en zonas en conflicto y el aumento de casos de covid–19, califican a la enfermedad como una especie de gasolina que puede encender aún más episodios de violencia y beligerancia. Apuntan que la crisis económica global lleva al surgimiento de más grupos que desafían las decisiones gubernamentales de confinamiento y generan caos, buscando adeptos en las zonas más deprimidas y golpeadas por el desempleo y la escasez de dinero.
Además, en un entorno en el que las grandes agencias de noticias y cadenas de medios han reducido su capacidad de acción para salvaguardar la seguridad de sus periodistas, ha incrementado la posibilidad de censura por parte de las autoridades respecto a posibles actos de represión. Es decir, no es seguro que haya menos enfrentamientos con muertos y heridos sino menos reporteros narrando desde el lugar de los hechos, apuntan ambos académicos europeos.
Mientras tanto, el estudio Panorama Global Humanitario 2021 apunta que para este año serían 235 millones de personas las que estarían en necesidad de algún tipo de ayuda para atender sus necesidades más básicas, un 40% más de lo estimado a inicios del 2020. Y la pregunta obvia es que si cuando en el 2018, sin pandemia a la vista, la ONU alertaba de que sus miembros solo habían entregado USD 9 000 millones de los 25 000 necesarios para distribuir estos alivios, ¿de dónde saldrán ahora, con gobiernos en números rojos y superendeudados, los USD 35 000 millones que se necesitan actualmente?
La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y organizaciones como Ayuda en Acción continúan alertando. Los maestros en Camerún, en guerra desde el 2017 entre los separatistas y el Gobierno, están en el punto de mira de los grupos armados. La violencia en la región africana de Sahel, unida a los efectos del cambio climático, han multiplicado por 20 en menos de dos años el desplazamiento interno y disparado la inseguridad alimentaria a niveles inimaginables. Tras una década de guerra, ocho de cada diez sirios vive en situación de pobreza, y todo indica que la situación va a empeorar.
En estos días los intentos por contener una escalada bélica en Oriente Medio comparten titulares con las novedades respecto a la lucha contra el ser microscópico que puso al mundo de cabeza. Hay señales de que de a poco se irá controlando a este último, pero la realidad muestra que, si hay algo a lo que ni siquiera una pandemia es capaz de ponerle un alto palpable y medianamente duradero, es la guerra.