El enredo de América Latina se escribe con personajes y acciones comunes a las diferentes tramas de los países que la conforman. El tono de cada historia, sin embargo, guarda un sabor local. Mientras sea contada en español, poco o nada de la híbrida aventura latinoamericana se cuestiona. Al final del día, el idioma nos une. Pero si la saga está en portugués, hay que pisar el freno y hacerse rápidamente la pregunta: ¿Cuál es la ‘otra’ cara de América Latina? ¿Qué pasa en Brasil?
La Feria del Libro de Bogotá, que comenzará mañana y durará hasta el 1 de mayo, trata de aclarar esas y otras dudas, al escoger a Brasil como país homenajeado de su edición número 25. Y la ocasión abre un sinfín de oportunidades para brasileños y demás latinoamericanos, como la de romper una barrera que posiblemente no es la del idioma, sino la de la pereza (de doble vía).
Un país vasto no podría abstenerse de tener una vasta literatura. De las marcas que la distinguen, sin embargo, la primera es la regionalización. La geografía responde en gran parte por la variedad de voces del Brasil, sin que haya todavía un Nobel capaz de ofrecer al mundo una obra brasileña emblemática y unificadora. La única etiqueta que parece existir -y que calma sobre todo a los extranjeros- es una imagen exótica, tropical y carnavalesca, que en realidad se aleja de una producción literaria mucho más cercana a los centros urbanos y a sus personajes, almas frecuentemente perdidas, que flotan entre la realidad caótica y el afán de progreso. Esta fuerte característica urbana tal vez sea la segunda marca de una literatura tan difícil de clasificar.
Para el escritor Marcelino Freire, de 45 años, nacido en Pernambuco y que actualmente vive en Sao Paulo, “la literatura brasileña tiene muchos intereses, como una mujer independiente y activa”. Lucía Riff, responsable de la Agencia Riff, que representa a autores brasileños en Brasil y en el exterior, cuenta que es común que un título o un autor nacional deje de ser publicado en otro país por no ser “lo suficientemente brasileño”. “Me pregunto qué será eso, pero es algo que se escucha a menudo. Una editorial europea, por ejemplo, acepta cualquier cosa de EE.UU., pero de Brasil espera algo específico”, cuestiona.
Jóvenes autores -como Daniel Galera, de 33 años- creen que las fronteras que dividen el país y el mundo en bloques culturales ya no tienen sentido para ninguna literatura. Para él, “ la producción literaria brasileña y la de muchas partes, es muy heterogénea. Esa multiplicidad es algo positivo”.
Si para unos los galardones internacionales no representan más que entidades o personas con intereses específicos, frecuentemente alejados del real valor de las obras que premian, para otros esta es una manera efectiva y un primer paso para generar interés en la literatura brasileña en general. Riff está entre los que hacen fuerza por la entrega de un Nobel a un brasileño: “Necesitamos un gran éxito para atraer las miradas. En este sentido, Paulo Coelho, no nos ha ayudado mucho, porque la gente comúnmente no sabe que él es brasileño”. La popularidad de la obra de Coelho tiene que ver con factores extraliterarios y puede ser visto más bien como un fenómeno de sociología de la lectura, conectado a parábolas espirituales y mensajes reconfortantes y no a una tradición literaria.
El hecho es que “mientras más la literatura de un país esté en discusión, mejor”, dice Freire. En este sentido, Brasil puede sentirse orgulloso por la serie de homenajes que empieza este año con la Feria del Libro de Bogotá y sigue con: la Feria del Libro de Fráncfort (Alemania), en 2013, y la de Bolonia (Italia), en 2014. No tienen un Nobel, pero, al parecer, están en el tope de la lista. Que sea por el bien de una mayor integración latinoamericana.