En la antigua Grecia, las musas eran las supuestas inspiradoras de los escritores. Hoy, en pleno siglo XXI, surge una pregunta inmediata, urgente. ¿Creen los escritores en divinidades que vienen del más allá y las inspiran?
Que no cree, responde tajante la poeta guayaquileña Sonia Manzano (1947). “En eso creían los griegos. Estamos muy creciditos para seguir creyendo que una diosa nos sopla en la nuca lo que tenemos que escribir. Yo soy mi propia musa”, sentencia la , autora de 10 poemarios, 1 libro de cuentos y 3 novelas.
Que tampoco él, dice el escritor milagreño Luis Alberto Bravo. “Creo en el hábito. El oficio literario se motiva y se fortalece gracias a la costumbre de sentarse a escribir, de tomar notas en cualquier momento del día. El escritor nunca deja de trabajar su texto”, opina. Bravo (1979) fue seleccionado como uno de los “25 secretos mejores guardados de América” y, así, viajó a la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara el año pasado.
Que no confía en las musas, cuenta la guayaquileña Carolina Andrade (1962). “Hay momentos que uno se cree brillante. Pero no creo que sean las musas. Son varios factores que de repente se juntan para que a uno se le ocurra una idea”, señala Andrade, quien ha aparecido en antologías de Estados Unidos, México y ha sido traducida al alemán, inglés e italiano.
Existen suertes de cábalas, mañas a la hora de escribir. Según Manzano, desde una excéntrica, la del periodista y escritor guayaquileño José Guerra Castillo, quien prefiere hacerlo desnudo; hasta otras más recurrentes como las de despacharse con varios cafés y cigarrillos.
“Consumo grandes cantidades de café, es una bebida que siempre me acompaña”, dice el poeta Luis Carlos Mussó (Guayaquil, 1970). El autor de ‘Geometría Moral’ añade que coloca varios libros en el escritorio donde trabaja, diccionarios de sinónimos y antónimos entre esos, para consultarlos cuando los requiera.
“En un buen día tengo a la mano café, cigarrillos y comida para no levantarme. Cuando me canso de escribir, va a sonar raro, me pongo a bailar, a cantar”, confiesa la crítica literaria y narradora guayaquileña Solange Rodríguez (1976), autora del libro de cuentos ‘Balas perdidas’ y ‘El lugar de las apariciones’.
¿Existe algún lugar preferido para escribir? “El lugar no hace al escritor”, responde Marcelo Báez, quien tiene 12 libros publicados y es propietario de la editorial B@ez Editores.
“La escritura es la atopía, el no-lugar. La (computadora) portátil va en las piernas. Se puede escribir en un aeropuerto, en un bar, en un mall, en la sala de espera de un doctor”, añade el guayaquileño Báez (1969).
Uno de los escritores ecuatorianos más aclamados, Miguel Donoso (1931), dice que escribe en su estudio y que, también, prefiere hacerlo en computadora. “Se me hace más fácil hacerlo con el teclado por el mal de Parkinson que tengo”, revela y su barba blanca se esponja, mientras su pierna izquierda tiembla cuando lo dice.
Andrade, Mussó y Bravo prefieren escribir en la noche o en la madrugada, sobre todo, por el silencio. Donoso y Manzano suelen levantarse a las 06:00, es cuando las ideas fluyen y escriben. Rodríguez, quien también es catedrática universitaria, asegura, que no tiene una hora fija.
“El tiempo libre para mí es un privilegio. Y no puedo ponerme quisquillosa: que necesito la pluma verde o no puedo escribir. Más bien, me muestro agradecida cada que tengo una media hora libre para escribir”, considera.
Otra de las tareas que suelen incluir los procesos creativos de los escritores es la de corrección.
“Corrijo. Y generalmente, con la tecla ‘Delete’ (borrar). Para mí, corregir es borrar”, dice Andrade, autora de la novela ‘Frágiles’.
Mussó va por el mismo camino. Él se demoró 5 años en escribir su poemario ‘Cuadernos de Indiana’. “Fue un largo proceso. Corregí y disminuí. No hay que hacerle perder tiempo al lector”.
Y los bloqueos mentales o, también conocidas “lagunas de escritor”, esos momentos en que la inspiración no llega, ¿existen?
“Para un escritor de 12 libros publicados, como yo, no hay vergüenza al afirmar que puedo pasar meses sin garabatear una libreta o acariciar las teclas del computador”, confiesa Báez.
“Sí, existen los bloqueos de escritor, pero también los ‘chiripazos’: cuando me vienen ideas. Yo las anoto ”, cuenta Manzano.
De los ocho autores consultados, siete tienen el mismo método: apuntan en una libreta, en un celular, en una hoja o hasta en una servilleta, las ideas que les llegan.
Donoso no espera que la inspiración toque sus puertas. La busca. Todas las mañanas escribe con la disciplina de un militar. De todo ese universo creativo, asegura, suele salir algo digno de publicar.
“No creo en la inspiración. La escritura es una actitud. Suelo escribir en mi estudio y prefiero hacerlo en computadora ”
Miguel donoso/ Escritor ecuatoriano. Ha dado talleres en México.
“El tiempo libre para escribir es un privilegio. En un buen día tengo a la mano café, cigarrillos y comida”.
Solange Rodríguez / Autora del libro ‘El lugar de las apariciones’.
“Consumo grandes cantidades de café, es una bebida que siempre me acompaña, junto con varios libros”.
Luis Carlos Mussó / Poeta guayaquileño
“En las musas creían los griegos. Estamos creciditos para seguir creyendo en eso. Yo soy mi propia musa”.
Sonia Manzano/ Narradora y poeta . Ha publicado 14 libros.
“Hay momentos que uno se cree brillante, pero no creo que sean las musas. Son varios factores que se juntan”.
Carolina Andrade/ Autora de los cuentos ‘Detrás de sí’ y ‘De luto’