‘Está algo piruchito (loquito)”, dice María Laura de un amigo tanguero. Él, de nombre Osvaldo, es un argentino que vive en España y que recién está aprendiendo a bailar tango. “Pero él ya quería ir al cementerio de La Chacarita”, añade María Laura, que no baila tango pero que acompaña a su amigo.
Osvaldo busca una justificación del porqué quería ir al cementerio donde está enterrado Carlos Gardel. “Es que es el cumpleaños”, pretexta con una sonrisa.
Es una de las tantas historias de las cientos de personas que llegaron hasta la Avenida de Mayo, en Buenos Aires, desafiando la lluvia que inútilmente pretendía arruinar los 120 años del nacimiento de ‘El Zorzal Criollo’ o simplemente aquel que “cada día canta mejor”, según la reflexión popular.
Desde la Academia Nacional del Tango, fundada hace 20 años, se organiza cada 11 de diciembre la Gran Milonga Nacional, cuando esta avenida se convierte en una gran pista de baile de 8 000 m², con más de 100 artistas, entre músicos y bailarines.
Horacio Ferrer, quien junto con Ástor Piazzola creó la inmortal Balada para un loco, preside esta Academia. Él recuerda, ante EL COMERCIO, que Hugo del Carril, otra leyenda del tango, ya casi ciego, le había dicho: “El tango está en sus manos”. Ahora Ferrer se place en mirar cómo cientos de personas llegan hasta los tres escenarios montados para la celebración por el aniversario.
El tango es cada día más fuerte en las nuevas generaciones y también en el extranjero. Una japonesa de más de 1,73, delgada y esbelta, en sus zapatos de taco aguja “va pálida, va ligera, va fina, cual si una alada esencia poseyere”, diría Medardo Ángel Silva. Muchos hombres se esfuerzan para cabecearla (ese movimiento de la cabeza que hace el ‘guapo’ para que la ‘mina’ se levante a bailar con él). A todos dice que sí y a todos alucina por su porte. Alguien dijo: “Los japoneses son campeones mundiales de tango”.
Y es cierto, en el mundial que cada año se realiza en Buenos Aires, las parejas niponas son de las que más cuidado se debe tener.