En medio de la abundante nieve que ha caído en estos días en el Chimborazo, la imponente montaña de 6 310 metros de altura, aparece un conjunto de piedras que conforman ocho estancias que convergen a un patio central.Son ruinas de lo que puede ser un sitio ceremonial de sacrificios de la época prehispánica.
Fueron halladas hace 20 años por Marco Cruz Arellano, uno de los más experimentados andinistas del Ecuador. Y Cruz, quien ha escalado más de 600 veces el Chimborazo, desde los sesenta, no ha dejado de estudiarlas y cuidarlas. Están situadas al pie occidental del Chimborazo, a 4 860 metros de altura, en el área peri glaciar y que probablemente se encontraba cerca de una lengua glaciar, de la pequeña edad del hielo del siglo XVI, sobre una laguna ya desaparecida.
Ahora, tras minuciosos estudios históricos y constantes visitas al sitio, Cruz ha decidido desvelar los misteriosos muros como un aporte para enriquecer el rico mosaico de nuestra identidad.En los recientes años comprobó algo esencial: las ruinas no fueron construidas por ninguna de las expediciones de viajeros y alpinistas del siglo XIX y de la época moderna que han pasado por allí, en especial una japonesa.
Esto ocurrió en julio de 1961, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad de Waseda, Tokio, vino al Ecuador para escalar el Chimborazo. La llegada de los japoneses fue un suceso en Riobamba. Alquilaron una casa en el barrio ferroviario de la familia Nevárez, que se convirtió en el cuartel general para sus ascensiones al Chimborazo y al Altar.
“Los miembros del club ‘Los Águilas’, del Colegio Maldonado, los visitamos con la novelería de conocerles y ver los equipos que traían”, recuerda Cruz.
Iniciaron su expedición el 2 de julio de 1961 por el Arenal hacia la ruta del oeste. El 20 de julio llegaron a 6 050 m de altura y se retiran debido a las grietas que impidieron su ascensión tras realizar dos campamentos, uno base y un segundo de altura a 5150 metros sobre la arista occidental.
La segunda vez lo intentaron por la ruta de Pogyos – Murallas Rojas, el 18 de septiembre del mismo año. En este intento estuvieron solo cuatro japoneses y dos estudiantes ecuatorianos, Marcelo Cazar y Enrique García Benalcázar, quien falleció después de que se extraviaron y pasaron una noche en la cumbre Veintimilla.
Cruz era adolescente, pero se integró a la expedición para recuperar el cuerpo de García.
La visita a las ruinas
Jueves 13 de abril del 2011. 09:30. Tras una ardua caminata de una hora por el empinado glaciar Thielman, al noreste del volcán, Cruz descansa sobre una gran piedra de las ruinas, cubierta de líquenes.
Cruz, de pelo largo y barba entrecana, muestra lo que sería el último eslabón que consiguió para sustentar su teoría: un libro japonés, de pasta roja, editado en 1963 por la Universidad de Waseda, en el que consta la travesía de los andinistas nipones. En las fotos del libro comprobó que no acamparon en el lugar de las ruinas y por ello no las levantaron para proteger el campamento.
A las 10:00, el Chimborazo brilla como una perla. El sol se refleja en la nieve y centellea.
Marco Cruz, orgulloso y feliz por su descubrimiento, prosigue su relato sobre las ruinas circulares, evocando una ficción de Borges, que simbolizan a la eternidad como un sueño de piedra.
“En 1996 junto con uno de los mejores alpinistas de todos los tiempos -Reinold Messner- del Tirol del Sur (Italia) hicimos la Ruta de Humboldt por la que este sabio alemán intentó escalar al Chimborazo en 1802”.
En 1979, la Dirección Nacional de Turismo, cuyo director era el doctor Juan Sevilla S., planificó la construcción del refugio Whymper a 5 030 m de altura en el lado occidental, para conmemorar el centenario de la ascensión de Whymper (el 3 de enero de 1880, el inglés fue el primero que coronó la cumbre).
El propósito: desarrollar el turismo receptivo en la provincia del Chimborazo. El Consejo Provincial construyó una carretera que parte de la Cruz del Arenal hasta el pie del glaciar Thielman.
Desde 1980 esta vía es la más frecuentada por los alpinistas y por los visitantes que llegan hasta la nieve para disfrutar del paisaje.
El cielo luce despejado. Y al fondo, hacia el occidente, se vislumbra una sombra verde, los entornos de la Costa, y una línea azul, que acaso es el lejano mar.
Aquí el clima cambia en un santiamén y no sería raro que en pocos minutos cayera una granizada o agua nieve – tenues copos similares a diminutas estrellas. Por ello, hay que captar las fotos a contrarreloj. “Solamente –continúa Cruz- me faltaba comprobar la ubicación del campamento base y el campo de altura de la Expedición de Waseda para descartar que ellos hubiesen levantado los muros”.
En noviembre del 2010, gracias a un libro que llegó a sus manos, ‘El Informe de la Expedición a los Andes Ecuatorianos’ de la Universidad de Waseda, publicado en Tokio en septiembre de 1963, al fin comprobó -a través de las fotos- los sitios de los dos campamentos de los japoneses.
“Luego de todas estas investigaciones he llegado a la conclusión definitiva que las ruinas y muros de piedra no corresponden a ninguna de las expediciones de alpinistas o viajeros del siglo XIX ni a escaladores o visitantes de la época contemporánea”.
¿Entonces a qué época corresponden?, preguntamos al montañista riobambeño, quien a los 10 años se quedó deslumbrado con el Chimborazo, el cual se convertiría en su pasión y motivo de vida.
Estudiaba en el Oratorio Salesiano y los profesores italianos, amantes del alpinismo, le llevaron. Desde entonces nunca se separó de la montaña.
“Las ruinas deben pertenecer a períodos arqueológicos preincásico o incásico, no he encontrado restos de cerámica en la superficie que pueda identificar con certeza la cultura que las edificó”.
En las investigaciones Etnohistóricas de crónicas e informaciones de San Andrés de Xunxi (parroquia de San Andrés, cantón Guano) se mencionan los aposentos al pie del nevado donde se hacían ofrendas y sacrificios.
“El doctor Segundo Moreno Yánez, un prestigioso antropólogo e historiador, en un ensayo del libro que se editó en Lima (ver recuadro), hace referencia a la ‘sacralidad’ del Chimborazo”.
En el estudio de Moreno, el Chimborazo era una Huaca (sitio sagrado) principal del mundo andino y los pueblos que habitaban en su faldas ofrecían ovejas de la tierra (camélidos) y doncellas vírgenes, hijas de señores, para ser sacrificadas en las “Capac Cucha” (sacrificio de niños en sitios sagrados). Así aseguraban la provisión del agua que baja de la montaña, el control de su furia manifestada en tormentas, granizadas, heladas y sequías.
En una información de 1582, el cura de San Andrés de Xunxi dice: “El dicho volcán del Chimborazo está de este pueblo una legua y media; salen del 3 ó 4 arroyos de agua (…). Y alrededor de él, al pie de la nieve, hay algunos edificios caídos, donde acudía toda la tierra alrededor a ofrecer cada vez que se les antojaba; y allí en aquellas casas que tenían hechas se alojaban; y hoy en día hay algunas (¿) que dejó el Inca allí ofrecidas”.
Son las 10:25 y el sol se ha ido. El agua nieve cae con fuerza y la niebla envuelve a las ruinas.
La lluvia ha cesado. Al palpar las ruinas es imposible no imaginar a los yachagcuna (chamanes) que acaso hacían sacrificios.
Muy cerca del patio central se aprecia un montículo de piedra.
Cruz explica que tal vez son las tumbas de los sacrificados. Una chuquirahua de flor tomate ha crecido allí, como un tributo a los cuerpos de ceniza y olvido.
Hacia el occidente de las ruinas hay un gran espacio aplanado, en forma de plaza rectangular, de más de 100 m de largo. Desde allí hay una vista maravillosa de la puesta del sol, por lo que Cruz se atreve a pensar que no se trata de una coincidencia sino de un lugar cuidadosamente diseñado.
Es mediodía, hora de volver. Cruz sentencia: “Las ruinas están dentro del área protegida de la Reserva Faunística del Chimborazo a cargo del Ministerio del Ambiente”. “Sus guardaparques deberán cuidar este bien patrimonial que he tenido el privilegio de descubrir y que doy a conocer después de muchos años de exploración e investigaciones y que espero sirva para afianzar nuestra identidad cultural como pueblo indígena y mestizo, orgulloso de nuestros ancestros”.
Este lugar debe ser estudiado -concluye Cruz- por arqueólogos profesionales para que a través de excavaciones e investigación científica determinen su origen, filiación, cronología y uso, así como las demás influencias arqueológicas y relaciones etnológicas.
El INPC quiere hacer un estudio
Segundo Moreno Yánez, doctor en Antropología por la Universidad de Bonn, Alemania, explicaque sí tenía conocimiento de las ruinas. “Hace dos años -dice- conversé conMarco Cruz, a quien doy el crédito por haberlas encontrado”.
Moreno, quien ha sido profesor por más de 30 años en la Universidad Católica de Quito, explica que intercambió conceptos de mucha utilidad para preservar las ruinas y entregó a Cruz un ensayo, ‘El Chimborazo, Ecuador: un ancestro sagrado andino’, publicado en 2009, en Perú, en el libro ‘La arqueología y la etnohistoria, un encuentro andino’.
“No solo hay que proteger estas ruinas; hace algunos años, monseñor Haro estudió, a nivel de prospección, los llamados
Cuarteles del Inca, que también es una zona, más abajo del nevado, enormemente interesante. Debe ser un sitio arqueológico muy parecido al encontrado por Cruz”.
Moreno reconoce la perseverancia de Cruz para estudiar y cuidar lo que halló. Y, además, piensa que las ruinas acaso
fueron un santuario. A su vez, la arquitecta Ximena Ron, directora técnica de Planificación del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural -INPC-, pide que Cruz se acerque para elaborar un proyecto.
“Lo puede hacer un arqueólogo de prestigio y los recursos podemos conseguir si nos unimos varios entes, comoelConsejo
Provincial de Chimborazo y el Municipio de Riobamba”.
Moreno Yánez dice que en el Chimborazo la gente no encontrará oro ni tesoros, quizás cerámica y restos de huesos.
Otros datos
En el 2005, Cruz encontró los 3 campamentos de Whymper después de 125 años de su ascensión. Halló botellas y otras cosas.
Existen unas ruinas que se llaman el Cuartel del Inca, valle de Cachiyacu, al sur este del Chimborazo, a 3 800 m de altura.
Pueden ser una evidencia de los “edificios caídos” del volcán.
En el Valle de Totorillas preservan los páramos (40 ha) y mantienen más de 30 alpacas y llamas, ideales para el lugar.