Con 57 piezas, entre bocetos, pintura, grabado y escultura, se abrió la muestra del pintor mexicano José Chávez Morado (1909- 2002). Los cuadros cuelgan de las paredes de las salas III y IV del Centro Cultural Metropolitano de Quito, hasta el 31 de julio.
Calaveras y hombres robustos, banderas y herramientas, la serpiente, el jaguar, el águila… las industrias, los campos… conquistadores, independentistas, el mestizaje… Las pinturas se hacen de formas y colores y si hay denuncia, dolor o injusticia, hay también esperanza, trabajo, libertad… Al ver las obras, el mensaje y las sensaciones entran en un solo puyazo.
En otro sector de la ciudad, el embajador mexicano Ernesto Campos nos recibe en su despacho. La charla se mueve entre el muralismo, la figura de Chávez Morado, la historia mexicana, las relaciones entre los pueblos de Latinoamérica…
El muralismo juega un papel fundamental en la plástica mexicana del siglo XX, tanto que puede considerarse su mayor expresión. En él se reúnen Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o José Orozco, y una extensa genealogía, que en su tercera generación ubica a José Chávez Morado.
No es algo surgido en el siglo XX sino que existe desde tiempos precolombinos. Prueba de ello -dice Campos- el mural maya de más de 2 000 años que se descubrió recientemente en Chiapas. Pero en el siglo pasado, en el país centroamericano confluyó un movimiento artístico, que buscaba expresar las esperanzas, la concepción y el devenir de la Revolución Mexicana.
El proceso, largo y doloroso, dejó repercusiones. “Todos tenemos un antepasado que murió en la Revolución”, dice el embajador. Junto a los brochazos de los muralistas estaban los escritos de Martín Luis Guzmán, de Mariano Azuela, de José Vasconcelos; este último, promotor del muralismo.
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Sin duda es un arte con función social, busca comunicar a quien lo mira y llevar una idea; en este caso esa función no menoscaba la estética. Perteneciente, como muchos de sus colegas, al Partido Comunista, Chávez Morado es un hombre que dialogó con su época. Mientras sus murales y telas han trascendido en el tiempo.
Las propuestas del muralismo, de artistas como Chávez Morado, tuvieron eco en toda América Latina. En Ecuador su presencia se lee desde los trabajos de Camilo Egas, Oswaldo Guayasamín, Eduardo Kingman, Jorge Swett… Es que los dos países son del ‘mismo barrio’, comparten similitudes en su devenir histórico y en el desarrollo de sus ideas sociopolíticas, aspectos que se reflejan en las propuestas artísticas. Acá también el trabajo de los indigenistas se acompañó de literatura, el más claro ejemplo es Jorge Icaza.
Si bien la muestra antológica, en el Centro Cultural Metropolitano, exhibe bocetos de murales, la mayor parte de piezas son óleos o grabados. En los cuadros están los campesinos y los danzantes, cristos y soldados, la lucha social y la imaginería autóctona, el desarrollo de las ciencias lo mismo que la mitología. Hay la impronta del indigenismo, pero también del surrealismo y del futurismo.
Nacido en 1909, un año antes de la explosión de la Revolución, Chávez Morado pinta desde la experiencia vital y la formación académica. Migrante a los 16 años trabajó en plantaciones de California y empacando pescado en Alaska. Tras estudiar su arte, es profesor; y ese dominio de la composición, de la imagen lo llevan a crear coreografías para escena. Viendo la muestra, el visitante atento reparará en una dedicatoria: “De Olga Costa, mi amor…”. Ahora el nombre de ambos es también el nombre del museo que cuida el legado del artista.
Obras que a pesar de los años y los gobiernos han sido conservadas. Para evitar que obras mexicanas tengan la misma suerte que el mural de Camilo Egas, destruido tras la Feria Internacional de Nueva York, de 1939; el embajador explica que la preservación de las obras corre por cuenta del Instituto de Bellas Artes, un órgano desconcentrado del gobierno. Este ha llegado a acuerdos con los edificios públicos o privados, mexicanos e internacionales donde hay obras de sus artistas. Pero “más que una estrategia , hay una cultura de protección”.