Carta de un carabinero a su madre en la guerra de 1941

La ametralladora ZB es la que utilizaron los carabineros que participaron en la guerra del 41 contra Perú. Foto: Facebook de la Policía Nacional y guerrade1941.blogspot.com
Si bien la guerra de 1941 entre Ecuador y Perú ha sido estudiada desde el punto de vista político y diplomático, en donde los actores generalmente son militares, casi nada se dice de los carabineros.
Estos apenas habían recibido su profesionalización en 1938, en el gobierno de Alberto Enríquez Gallo. Desde la óptica castrense y de seguridad social, carecían de importancia, y se convirtieron simplemente en una fuerza de apoyo cuando las circunstancias políticas así lo requerían.
En julio de 1941, las fuerzas peruanas invadieron territorio ecuatoriano. Gobernaba Carlos Arroyo del Río. El país del sur atacó con 18 000 soldados, incluidas dotaciones de aire, mar y tierra, provistas de modernos equipos técnicos.
El Ecuador se defendió con 1 100 combatientes mal equipados, dos unidades navales menores y ningún avión. El Ejército ecuatoriano estaba compuesto por “minúsculas unidades de tropas, sin efectivos suficientes, sin ganado ni medios de transporte, con poco armamento y vestuario, estaba condenado a la inercia y a la ineficacia”, afirmó Julio Tobar Donoso, en ‘La invasión peruana y el Protocolo de Río de Janeiro’, de 1982.
“Los peruanos estaban bien armados, eran disciplinados, por lo que su actividad era efectiva. Los soldados ecuatorianos desmoralizados, si así se los puede llamar, ya que no eran tales, sino gente que había sido reclutada al apuro, por lo que la mayoría eran jóvenes reclutas y conscriptos que casi nada sabían de armas, peor de tácticas de guerra. Sin embargo, en el momento del fragor, se mantuvieron firmes en sus puestos defendiendo con valor lo indefendible”, escribió Juan Zambrano, en una carta al Gobernador de El Oro, el 26 de julio de 1941.
Sin entrar en detalles históricos, se puede colegir que las causas para este desastre nacional tuvieron su origen en la desorganización del país desde 1925. La debacle política, producto del enfrentamiento entre liberales y conservadores, la pobreza fiscal, la falta de presupuestos para la adquisición de armamentos y modernización del Ejército (empleaban armas que habían sido donadas luego de la Primera Guerra Mundial), la inestabilidad del gobierno de Carlos Arroyo del Río, entre otras razones, fueron los detonantes de esta crisis.
El coronel Carlos Guerrero, en su informe a la Asamblea Constituyente en 1942, anticipaba que los soldados y menos los conscriptos (antes de la guerra del 41) no sabían ni siquiera disparar: “Había orden de no gastar munición de artillería o infantería. (…) El cuadro de oficiales ignoraba su papel en el combate. Solo así se explica que los oficiales tomaran fusil y reemplazaran a los soldados, como aconteció en El Oro. Los jefes en Ecuador no han tenido práctica de mando de campaña. Nuestras revoluciones fueron su única escuela de guerra práctica…”.
Manuel Orosco, cura de Macará, se quejaba de que “oficiales ecuatorianos en su desesperación por afrontar la guerra con los peruanos, entraban a las casas de manera violenta para llevarse a los jóvenes reclutándolos a la fuerza para llevarlos a los cuarteles. Si no encontraban muchachos averiguaban dónde estaban y se dirigían al campo para obligarles a que se recluten. No les importaba el dolor de los padres ni el reclamo de las familias”, cuenta Santiago Chamba, en el libro ‘Cuentos de mi pueblo’.
Si en 1941 el Ejército tenía problemas, los llamados carabineros padecían severos inconvenientes internos.
En ese año, el Cuerpo de Carabineros del Ecuador se hallaba conformado por cerca de 2 000 hombres, según Mario Villalobos en ‘Cronología histórica de la Policía ecuatoriana’, un libro de 1985.
Los carabineros recibían sus “sueldos cada tres o cuatro meses, si es que les pagaban. No tenían cuarteles, presupuesto, armamento, vestuario y lo más indispensable para que puedan ejercer la llamada milicia pública. Ser carabinero era sinónimo de pobreza y burla social, a pesar del gran esfuerzo de sus jefes por cambiar tan absurdo criterio”, afirma Santiago Valles, en ‘La vida social de Quito, 1930-1950’.
En estas circunstancias, en 1941, en plena confrontación con el Perú, el Ejército pidió al Ministerio de Defensa, del cual dependían los carabineros, disponga “se envíe a la frontera a mil carabineros trayéndolos de todo el país, para que refuercen las tropas de militares y participen en la defensa territorial”.
En esta circunstancia, Miguel Toasa, natural del pueblo de Machachi, que había sido dado de alta en el cuartel de carabineros de Quito el 14 de mayo de 1938, fue trasladado a Macará junto con 20 de sus compañeros. En ese lugar escribe una carta a su madre, fechada el 25 de julio de 1941.
“Mamita, (…) llegamos a Macará después de 20 días de haber salido de Quito. Nos juntaron con unos pocos soldados que estaban en fila defendiendo esta plaza (…).
“La guerra es una cosa feísima. Todos los días retumban los aviones peruanos y nos echan bombas que es un contento. No se puede enfrentarlos porque no tenemos armas, apenas unos fusiles viejos que no sabemos cómo manejar. Yo mismo ayer disparé una escopeta y me tumbó al suelo, ya que nunca nos enseñaron a usar esas cosas. (…) No tenemos comida ni agua. No hay comida y peor ropa para cambiarnos. Lo que comemos es carne salada pero malísima.
“Los soldados nos tratan de mala forma y nos dicen que debemos pelear contra los peruanos, porque se quieren robar la imagen de la Santísima Virgen de El Quinche y quemar sobre todo a Quito. Eso me ha dado muchas iras, porque si debo morir para defender a la Virgencita, lo haré con gusto.
“Nos dicen que los carabineros somos incapaces siquiera de pensar y que por eso nos repiten dos y tres veces lo mismo. Mamita, no somos tontos. No tenemos la culpa de que no nos preparen para nada, ya que a los jefes que son militares no les interesamos en lo absoluto.
“Mamita, darame preguntando si ya pagaron, nos deben desde enero y ya no hay cómo vivir. A la Juana le dejé veinte sucres que me fió el zapatero del cuartel. Yo mismo casi no tengo ni botas, las que nos dieron estaban pequeñas y tuve que cambiar por unas viejas que me facilitó un compañero y con eso me vine.
“Me da muchas iras de que esto pase en el Ecuador. Todo es producto de los malos gobiernos y el que sufre es el pueblo, sobre todo nosotros, que somos pobres. En todo hay desigualdad. Aquí mismo, los oficiales del Ejército son los de baja graduación, porque los principales no saben ni mandar y peor hacer las cosas por ellos mismos. También ellos pagan las consecuencias de dolor y tristeza.
“Mamita, si no regreso a la casa, darame viendo mis guaguas, sobre todo al ultimito que ni lo conozco (…) Ruego a Dios que jamás hayan guerras, porque todo es miseria, dolor y tristeza. (…) Salude a mi papacito, a mis hermanos y a todos en la casa. Su bendición. Miguel”.
Esta carta, a la que hubo que corregir su gramática y ortografía, se puede encontrar en la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit, en Quito, en ‘Cartas y varios’, 1941, del Ministerio de Defensa Nacional.
*Doctor en Historia