Durante aproximadamente seis años, Quito había escuchado poco o nada de Carlos Viver (Quito, 1946), quien en los 70 y 80 irrumpió en la escena visual con su neofiguración y su feísmo. Pero desde el 22 de junio pasado decidió reaparecer y su obra está en dos sitios: la Galería Cienfuegos y el Centro Cultural Benjamín Carrión (CCBC), lista para que Quito vuelva a saber de él.
Esta especie de ubicuidad, según Viver, se debe a una casualidad: “Con Cienfuegos ya estaba comprometido hace tiempo y del Centro me pidieron que lo hiciéramos en esta fecha (30 de junio) para inaugurar su nueva administración. No me pude negar”, dice sonreído, sin sacarse las gafas ni el sombrero, con ese aire un poco ‘dandy’ al que parece no está dispuesto a renunciar.
Así como no renuncia a sus mujeres; las de sus cuadros. Ni tampoco a ese erotismo algo esperpéntico y perturbador que puebla su obra. Con ‘Las Ceibas’ (Cienfuegos) y ‘Los seres que me habitan’ (CCBC), Viver se ratifica en el gesto vital de su pincelada, la misma que dice que ha estado activa aunque aquí se haya sabido poco de él: “He estado exponiendo en dos galerías de Estados Unidos, en Detroit y en Miami”.
Como siempre, está buscando, reinventándose… Quizá por eso en ‘Los seres que me habitan’ propone algo más que la energía poderosa de su paleta plasmada sobre lienzos y ha entrado en la esfera de la imágenes digitales. Así, la imagen de una mujer desnuda, una suerte de “escultura bidimensional” -como él la llama- posa su ¿humanidad? en la enorme banca de piedra en la cual muchas tardes el ilustre Benjamín Carrión se habrá sentado.
El jueves pasado, en el mismo patio donde está esa banca, Kléver Viera hizo un performance con una idea nacida de Viver. Eso no fue todo: también hubo intervención con obra digital en la acera del CCBC y presentación de ‘Nudo de garabato’, un libro de poemas de su autoría que estaba impreso hace siete años, pero que su pudor le impedía presentar. Hasta que pudo hacerlo.
En sus cuadros, más que en sus dibujos, la intención sigue siendo la misma: “desacreditar a la realidad” y poner en evidencia sus monstruos, sus aberraciones, su relato abigarrado, asfixiante, que su pincela ha sabido interpretar.