Una Aduana enterrada frente al Río de la Plata transformada en espacio ultramoderno y lleno de luz, una casona que iba a ser un restaurante y termina mostrando la capital argentina a través de los siglos: Buenos Aires redescubre su pasado bajo tierra y multiplica los museos.
La más espectacular de las puestas en valor es la última: la Aduana Taylor acaba de ser rescatada luego de permanecer casi un siglo bajo tierra transformada en flamante Museo del Bicentenario, detrás de la Casa Rosada (gobierno) y a metros de la Plaza de Mayo.
La aduana ocupó un edificio semicircular construido en 1855 y funcionó allí 40 años, hasta quedar sepultada cuando estas tierras fueron ganadas al Río de la Plata al inaugurarse el nuevo puerto, Puerto Madero.
Ahora, gracias a una inversión del Estado de más de 100 millones de pesos (24,5 millones de dólares), se ha vuelto un museo lleno de luz natural.
“Encontramos y dejamos expuestos antiguos mecanismos de rotación, de madera y hierro, usado para la descarga de los carros que traían la mercancía desde los barcos”, explica a la AFP Juan José Ganduglia, director del Museo.
La propuesta aquí es poner en valor el edificio original, que se había construido sobre uno de los muros del primer fuerte de Buenos Aires del siglo XVII, también recuperado.
Sobre el ala izquierda, se conservaron los arcos con ladrillos originales.
Cada uno de ellos evoca un período histórico de Argentina donde se exhiben objetos que pertenecieron a los sucesivos jefes de Estado, afiches de época y videos, que recorren la historia desde 1810 hasta la presidencia del fallecido Néstor Kirchner (2003/2007) , esposo de la mandataria Cristina Kirchner.
En el vasto salón de exposiciones, se exhibe ‘Ejercicio Plástico’, un mural del artista mexicano David Siqueiros, recuperado y restaurado tras un larguísimo derrotero.
La obra fue realizada en 1933 en el techo, las cuatro paredes y el piso de una bóveda subterránea de la mansión de Natalio Botana, fundador del desaparecido diario Crítica, un ambiente reproducido centímetro a centímetro en su morada definitiva.
Otro descubrimiento sorprendente fue el del químico Jorge Eckstein, que al comprar en 1985 una vieja casona casi destruida en el barrio de San Telmo para poner un restaurante, no imaginaba que bajo los escombros iba a descubrir dos siglos de historia porteña.
El hundimiento del suelo en el fondo del terreno fue el puntapié inicial de un cambio de proyecto y el restaurante se convirtió en ‘El Zanjón’, un museo privado a unos 700 metros al sur de la Plaza de Mayo.
Sus amplios salones testimonian la riqueza de antiguos propietarios del siglo XVIII y XIX, pero también de familias inmigrantes que se amontonaron allí en un conventillo (casa de vecindad) desde finales del siglo XIX hasta su desalojo en 1974.
Se exhiben una cisterna y un aljibe, pero lo más llamativo son los 200 metros de túneles con bóvedas de ladrillos, de unos 3,5 metros de ancho y 2,5m de alto, por donde corría el Zanjón de Granados, límite sur de la primera Buenos Aires.
“A finales del siglo XVIII cada vecino entubaba el tramo del arroyo que pasaba por su terreno. Es el antiguo sistema colonial de desagüe” , explica a la AFP el museólogo Enrique Salmoiraghi.
Las galerías subterráneas permiten ahora recorrer bajo tierra parte de esa manzana histórica, para desembocar en un espacio para eventos sociales, principal fuente de ingresos del museo sin subsidios oficiales.
Muy cerca de allí, se encuentra la Manzana de las Luces, corazón de la historia de Buenos Aires, donde está la iglesia de San Ignacio y donde funcionó la primer Biblioteca Nacional y luego la Universidad.
Pero lo más impresionante está debajo del suelo, donde se encontró otro sistema de túneles para defensa de la ciudad construido por los jesuitas entre 1661 y 1767, cuando fueron expulsados de la colonia española.
El peligro de derrumbe impide ahora el recorrido a pie de estos túneles de tosca (tierra arcillosa y calcárea) , ubicados a 6,70m de profundidad.
“Un gran mito es que hay un tesoro escondido, abandonado por los jesuitas. Nunca se encontró pero no perdemos las esperanzas”, bromea Ana María Di Cónsoli, licenciada en Turismo y guía en ese museo público.
Otra leyenda señala al lugar como un refugio para “amores secretos entre curas y monjas”, aunque esto la guía no lo cuenta a los turistas.